Los primeros capítulos del evangelista Mateo aluden al enraizamiento de Jesús en la historia a través de su genealogía. Sin embargo, el evangelio de hoy pone su mirada en la acogida que ha tenido el Niño Dios por parte de aquellos para los que él ha venido. Es más, de María y de José no se describe ninguna acción. Pero sí del propio Dios y de su relación con los hombres. Según esa relación, el evangelio propone tres grupos: los Magos, en quienes pueden verse representados todos los que buscan a Dios y quieren rendirle homenaje; los escribas, que conocen las profecías del Mesías e incluso dónde nacerá, pero continúan con su indiferencia y no se interesan por él; y Herodes, que personifica a aquellos que se ven poseídos por el afán de poder, de sus intereses y que ven al Niño Dios como un elemento perturbador y de amenaza.
El relato nos habla de la “estrella” que se le aparece a los Magos y que cumple con la misma misión que el Ángel tuvo en el encuentro con los pastores. Es decir, no solo la gente sencilla y pobre es invitada al nacimiento del Niño Dios, sino también los Magos, que representan al mundo pagano y saben de la esperanza mesiánica. Además, existía la convicción de que estos entienden los fenómenos del firmamento y, por lo tanto, comprenden también la historia humana. Los Magos, no viendo el señorío de este Niño, desde la fe le reconocen tal como les ha sido revelado y lo confiesan como su Señor.
La de los Magos es una fe en estado puro, que los hizo disponibles a la llamada de Dios y a ponerse en camino, pues reconocieron que el verdadero adorador es el que descubre que la salvación no puede venir por la acción violenta, egoísta y manipuladora sino de la guía de una estrella, que expresa las intuiciones más puras y los anhelos más profundos de paz, justicia y caridad que tanto anhela y necesita la humanidad.
“Y al entrar en la casa, encontraron al niño con María, su madre, y postrándose, le rindieron homenaje” (Mt 2, 11).
P. Fredy Peña T.