Para san Juan, el acontecimiento de Pentecostés o venida del Espíritu Santo sucede después de la resurrección de Jesús en un día pascual sin término. Sin embargo, los discípulos, antes de recibir este Espíritu, tenían miedo y permanecían con las puertas cerradas, lo que denota un aspecto negativo y positivo. Lo negativo, el temor de los discípulos; lo positivo, el nuevo estado de Jesús resucitado, para quien no existen las barreras del tiempo y del espacio.
Jesús trae la paz y la plenitud de los bienes. Él se convirtió en el vencedor del mundo y de la muerte. Pero sus discípulos aún no han recibido el Espíritu y por eso temen. El miedo es un freno que bloquea la tarea de testimoniar a Cristo resucitado. No obstante, Jesús transforma aquella situación e impulsa a la comunidad para que sea anunciadora de su victoria, y la comunidad reacciona en un frenesí de alegría y coraje.
Fortalecida la comunidad cristiana, ¿cuál será ahora su misión?: continuar el proyecto de Dios y contraponerse al sistema injusto que condujo precisamente a Jesús a la muerte. El Señor vino para llevar la vida a su máxima expresión, pero su itinerario de amor fue rechazado, sobre todo por el “pecado” de aquellos que buscan solo sus intereses personales. El pecado, para san Juan, es el acto recurrente de esa opción fundamental contra la libertad y la vida de las personas.
El Señor da la posibilidad de perdonar los pecados y la comunidad cumple esta función mostrando en dónde está la vida y en dónde se esconde la muerte. En efecto, es necesario concientizar a las personas y desenmascarar los intereses ocultos de los poderosos. No obstante, habrá quienes lo acepten o rechacen, pero los discípulos de Jesús, movidos por el Espíritu Santo, estarán capacitados para hacer las mismas obras de Jesús.
«Jesús les dijo de nuevo: “La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes”» (Jn 20, 21).
Fredy Peña T.