Jesús promete el Espíritu de la Verdad a quien cumple con sus mandamientos. Solamente quien realiza lo que le agrada al Padre puede estar en comunión con él. Por eso, todos aquellos que viven el mandamiento del amor, que consiste en amarnos unos a otros como el propio Jesús nos amó, experimentan la alegría del Espíritu de la Verdad. A veces se piensa que los mandamientos son una especie de freno a la capacidad de amar; no es así, ya que estos, más que “limitarnos”, son como un faro de luz que nos guía para saber qué cosas le desagradan a Dios.
Jesús manifiesta a sus discípulos cuál es el criterio para saber si son sus discípulos o no. Mientras en la comunidad, y fuera de ella, permanezca la vivencia de la reciprocidad, la fraternidad y la caridad, entonces sí pueden considerarse “discípulos de Jesús”. Dice: “el que cumple mis mandamientos y los guarda, ese me ama”; es decir, para el Maestro amar es un compromiso personal indispensable y debe plasmarse con gestos concretos. Por eso que amar es la fuerza que prolonga la acción de Jesús en favor de todos y eso debe reflejarse en la caridad al prójimo.
No obstante, para que la “acción de Jesús” se prolongue en el tiempo, él nos deja el Espíritu Santo y lo presenta como el abogado. Este Espíritu está presente en la vida de cada creyente y actúa en defensa de la libertad y la propia vida. Hoy la fe en Jesús enfrenta un mundo hostil que no cree en Dios y prefiere uno más a su medida o, lo que es peor, un mundo sin él. Asimismo, el mundo no ve este Espíritu de la Verdad ni lo experimenta, porque piensa que el proyecto de Jesús fracasó en la Cruz. En quienes creen que el proyecto de Jesús aún no ha muerto, ese Espíritu vive en el amor y, por tanto, es lo que hace al creyente revivir la experiencia de Jesús.
“El que recibe mis mandamientos y los cumple, ese es el que me ama” (Jn 14, 21).
Fredy Peña T.