La Palabra de Dios desborda en esperanza y fecundidad, y lo confirma el libro de Daniel. En su lenguaje apocalíptico nos señala que el mal no tiene la última palabra y quienes están inscritos en el libro de Dios alcanzarán misericordia. Al mismo tiempo, las palabras de Jesús pueden provocar desconcierto y temor, pero hay que saber que este lenguaje solo busca ratificar que Cristo es el Señor de la historia y que, a pesar de su demora, habrá una Segunda venida plenamente gloriosa.
Sin duda que las enseñanzas de Jesús nos llevan a profundizar en las realidades últimas como la propia muerte o la resurrección y a vislumbrar las señales apocalípticas que acompañarán el fin de los tiempos, cuando llegue el momento de su Segunda venida. Sabemos que la cuestión del fin del mundo ha sido una preocupación del hombre desde siempre. Y esta conciencia colectiva se ha agudizado en ciertos períodos críticos de la historia. Así, por ejemplo, en la época en que predica Jesús, muchos judíos viven con ansiedad esperando que en cualquier momento se produjera el fin del mundo. Sin embargo, el evangelista cree y es consciente de que Cristo ha triunfado sobre el mal y volverá con gloria, aunque no se sepa cuándo. Y por eso son necesarios la vigilancia y el discernimiento.
Pero más que preocuparnos en la profecía escatológica de Cristo, que es totalmente desconocida para nosotros, concentrémonos en el presente. Porque como creyentes no esperamos una catástrofe, sino que estamos expectantes a un encuentro maravilloso y salvífico. Si bien todo lo que vivimos en el camino de la fe es importante, no es lo definitivo, ya que mientras crecemos en el amor a Dios, velamos y nos preparamos para estar con él. Es decir, tenemos la necesidad de vivir en gracia y de llevar una vida cristiana, digna y santa, ya que “él perdona y perfecciona para siempre a los que santifica” (cf. Heb 10, 14).
“Y se verá al Hijo del hombre venir sobre las nubes, lleno de poder y de gloria” (Mc 13, 26).