El evangelio nos propone como modelo de seguimiento y gratitud al ciego Bartimeo. Su grito esperanzador revela un paradigma de oración, de fe y de disponibilidad para seguir al Señor: Jesús, Hijo de David, ¡ten piedad de mí! Su llamado es escuchado, porque más allá de la connotación política que posee el término “Hijo de David”, este agrega ¡Ten piedad de mí!, que, apela a la misericordia divina. El llamado más que una súplica pasa a ser un “encuentro” entre el médico y el enfermo, entre la luz y la oscuridad.
Bartimeo es un hombre sumergido en la precariedad y en el abandono de su propia dignidad. Es un ciudadano de tercera, un impuro según la Toráh, es alguien que no puede entrar al Templo. Sin duda que su realidad contempla muchas pobrezas, pero hay “encuentros” que transforman incluso la pobreza en riqueza. A la pregunta de Jesús ¿Qué quieres que haga por ti?, el ciego curiosamente no pide limosna o algo para comer, sino luz o el poder ver. Bartimeo nos ofrece una enseñanza porque es la antítesis de los discípulos que rechazan la cruz y buscan los honores o el poder. Él prefiere seguir a Jesús porque se siente agradecido y contento, porque se le ha devuelto las ganas de vivir, de valorar la vida y la suya principalmente.
Cualquier otro ciego en el lugar de Bartimeo hubiera pedido una limosna, pero él con su petición, expresó la fe en Cristo y fue esa fe la que le valió la restauración de su vista. La actitud de Bartimeo es de extrema gratitud y por eso que no deja a Jesús, al contrario, una vez que vio, decidió seguirlo. Su curación ilumina el camino de nuestro “discipulado” y nos permite ser conscientes de quienes somos, de lo que puede hacer Jesús, de que es posible romper con el pasado para empezar una vida nueva, y también el desapego a todo lo que impida el seguimiento de Jesús.
Jesús le preguntó: «¿Qué quieres que haga por ti?». Él le respondió: «Maestro, que yo pueda ver», (Mc 10, 51).
Fredy Peña Tobar, ssp.
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