La Resurrección de Jesús nos revela el sentido de su Pasión, como también la confianza plena en las promesas descritas por el Mesías Salvador. Es decir, terminamos creyendo en el acontecimiento no porque seamos cristianos sino porque verdaderamente creemos que Cristo resucitó y vive en su Iglesia. Sin la Resurrección, toda la Pasión del Señor sería un hecho dramático, una derrota y un final sin esperanza. Sin embargo, la Resurrección de Jesús muestra todo el valor de su Pasión y es la victoria del amor.
Lástima que a veces no percibimos esa victoria, porque actuamos como María Magdalena, que representando a la comunidad aún no ha asimilado la muerte de su Señor. Son varios los que piensan como ella, pues creen que el sepulcro vacío manifiesta el fracaso del proyecto de Dios. Es más, el gesto de María de ir hacia el sepulcro sintetiza la búsqueda del amor de aquellos que, con desesperación, todavía no encuentran ese amor de Jesús por escudriñar en lugares equivocados.
A su vez, Pedro y Juan corren al sepulcro. El discípulo que llega primero probablemente no es el que está en mejor condición física, pero es el que tiene la genuina disposición de estar con su Señor. Es decir, el que ama siempre estará más disponible y abierto a la posibilidad de creer.
Al llegar al sepulcro, el discípulo amado constata que no todo está perdido, pero aún no comprende lo que sucede. Los lienzos plegados son un indicio más de que no hubo violación del sepulcro ni robo del cadáver, pues los ladrones no se hubieran preocupado de doblar el sudario. Por eso el sepulcro no es el lugar de la muerte sino el lugar del encuentro del Señor con su comunidad. Sin duda que la resurrección afecta a la vida del cristiano, porque lo centra en su vocación a la santidad y le brinda la paz, la alegría, el amor y la esperanza que viene de Cristo resucitado.
“Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, él debía resucitar de entre los muertos” (Jn 20, 9).
Fredy Peña T.