Para Jesús, Galilea se convierte en el lugar propicio para anunciar la Buena Noticia. En aquella época, Galilea era sinónimo de marginación y habitaba gente que era catalogada como impura y sin valor. No obstante, Jesús va allí y comienza su vida pública. El mismo Espíritu que había descendido en el bautismo, ahora lo impulsa a ir al desierto.
Jesús se retira en esa cuarentena para encontrarse consigo mismo, con su historia y tradición de su pueblo. Los cuarenta días en el desierto recuerdan el tiempo que duró el diluvio o los días que Moisés pasó en el monte para recibir la alianza. Ese tiempo es como un noviazgo con Dios, pero también es el terreno de la tentación donde se manifiesta su solidaridad para con el hombre, al vivir en carne propia lo que significa ser tentado.
La alegre noticia que es Jesús no irá por los caminos de los honores, reconocimientos ni gloria, sino que asumirá los rasgos insólitos de la debilidad, de la prueba y del sufrimiento. Los mismos que como creyentes casi siempre no queremos recorrer y rechazamos. Cuando Jesús señala que el Reino de Dios está cerca, nos confirma que su realeza se revalida a través de sus palabras y acciones.
Construimos ese Reino en la medida que hacemos lo que el propio Jesús dijo e hizo. Por eso que cuando nos abrimos a la gracia de Dios es posible la conversión de vida. Es cierto que por momentos aquella tarea se pone cuesta arriba. Es ardua y hasta llega a ser un martirio interior. Al ser un combate espiritual sin tregua como el que vivió el propio Jesús, nos atemoriza. Pero no tengamos miedo ante los poderes que amenazan, ya que toda conversión implica un cambio de mentalidad. No hay que ser apegados con aquello que nos deslumbra a primera vista, sino que solo en Dios hemos de colocar nuestra confianza.
“El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia” Mc 1, 15.
P. Fredy Peña T., ssp