“Los ciegos ven, los sordos oyen, los muertos resucitan…”. Esta es la buena noticia que despierta Jesús entre sus paisanos y también en los cristianos que están invitados a ser un anuncio de liberación a quienes afirman que “tener fe o no en Dios da lo mismo”. En este sentido, la duda también estuvo en Juan Bautista, pues había enviado a algunos discípulos a preguntar a Jesús si él era el que debía venir o había que esperar a otro. Jesús no contesta la pregunta, simplemente apela al discernimiento a partir de lo que él había dicho y hecho. Hoy también estamos invitados a discernir la presencia del Reino de Dios en medio de nuestra sociedad, pues solamente quien oye y ve las obras de Jesús será capaz de percibir que él es el Mesías.
Solo a partir de la interpretación de las cosas que dijo e hizo Jesús es posible llegar a descubrir quién es él, porque es en él en quien el Reino se ha manifestado y, más aún, porque él ha privilegiado a los que la sociedad ha marginado: Su preocupación primera es por los más débiles. Entonces, ¿quién es el mayor o menor en el Reino? Jesús responde definiendo a Juan negativamente: él no era una caña batida por el viento, ni una persona que se vestía con ropas finas; es decir, Juan no se dejó llevar por los poderes de la época ni pactó con la sociedad que privilegiaba a algunos y a otros excluía.
Por eso Jesús termina hablando en forma positiva de Juan: él es el que prepara a la gente para el encuentro definitivo con Dios; sin embargo, “el menor en el Reino de los cielos es mayor que él”. ¿Y quién es el menor en el Reino de los cielos? Probablemente sea el propio Jesús, que estuvo al servicio de todos, pero también es toda persona que la sociedad excluye y que busca su espacio y dignidad en un mundo que, por momentos, se torna tan inhumano.
“Los sordos oyen; los muertos resucitan y la Buena Noticia es anunciada a los pobres” (Mt 11, 4).
P. Fredy Peña T., ssp