El envío de los Doce es una señal más de cómo el Señor pensaba la misión. Recordemos que los Apóstoles no eran ni profetas ni sacerdotes de profesión; es más, el Señor los saca de su vida cotidiana y les presenta un proyecto inédito como a ejemplo del profeta Amós. El envío que Jesús hace es un mandato y un don donde la eficacia de la Palabra radica no en los medios humanos, sino en la fuerza y el contenido del mensaje.
No obstante, el anuncio del Reino requiere ciertas exigencias y estar preparados para los momentos difíciles, aunque no veamos los frutos: liberarse de todo lo superfluo, pues la sencillez caracteriza al hombre de fe; contentarse con lo poco o mucho que nos entrega la propia misión y no ser tentados por cuestiones como el prestigio, el poder y la comodidad. Además, el ir de dos en dos obedece a que en la antigüedad los acontecimientos importantes eran confirmados al menos por dos testigos, es decir, el testimonio de dos tiene mayor credibilidad que el de uno solo. La actitud de desprendimiento que exige la misión es importante, porque si no se vive, difícilmente una persona alcanzará el desapego a sus propios intereses y será fiel mensajero del amor de Dios. Asimismo, la orden de Jesús de sacudirse el polvo de las sandalias alude a una costumbre de los israelitas para resarcirse de la impureza adquirida al estar en tierras paganas.
Por tanto, ser pagano no implicaba únicamente la condición de extranjero, sino a recibir o no el mensaje de Cristo. Con esto, el Señor quiere enseñarnos que para la misión solo necesitamos la fuerza del Espíritu. El talento, la inteligencia y la influencia que da lo material no son esenciales, puesto que la pobreza exterior del misionero es un signo de convicción, de confianza en Dios y no en sus propias fuerzas o medios para llevar a cabo la misión.
“Y les ordenó que no llevaran para el camino más que un bastón; ni pan, ni alforja, ni dinero” (Mc 6, 8).
P. Fredy Peña Tobar, ssp.