En la persona de Juan el Bautista se confirma el presagio del profeta Isaías: “Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos”. Juan es el encargado de anunciar y preparar la llegada del Señor, porque ya está por realizarse todo lo que había sido anunciado y prometido en el Antiguo Testamento. Para el Profeta, la Alianza de Dios con Israel estaba anulada por el pecado. “¿De qué servía presumir ser hijos de Abraham, sí Dios podía sacar hijos de Abraham hasta de las piedras?
Sin embargo, la fuerza demandante de su mensaje exigía el arrepentimiento, la confesión pública de los pecados, la enmienda y, como señal de purificación, el bautismo. Este último se hacía por “inmersión en el agua” y era un rito conocido por la cultura judía, que significaba la muerte a un pasado para quedar sepultado en el agua. Así, el bautismo de Juan se convertía en un signo y compromiso de conversión radical a Dios, abandono del pecado y fidelidad a la Alianza.
Frente a Juan, Jesús proclama: “Ha llegado el Reino de Dios”, pues algo sorprendente está ya irrumpiendo y desplegando su fuerza salvadora. Lástima que todavía haya algunos que duermen y están cansados de su propia monotonía espiritual que los agobia. Pero este es el gran desafío como cristianos: “despertarse para tomar en serio a Cristo junto con la espiritualidad del Adviento”. Porque, como creyentes no esperamos algo, sino a Alguien; no anhelamos una espera, sino una Esperanza; no pretendemos mendigar más amor, sino permanecer en el Amado.
Jesús, el Amado, vino en el pasado, pero también viene hoy, mañana y siempre. Esta afirmación constituye una noticia extraordinaria. Es el anuncio, en boca del Bautista, de que lo “nuevo” está por llegar, en la persona de Jesús, que es quien definitivamente inaugurará la justicia del Reino.
“Una voz grita en el desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos” (Mt 3, 3).
P. Fredy Peña Tobar, ssp
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