En la fiesta de la Ascensión del Señor, la Iglesia celebra la Jornada Mundial de las Comunicaciones y nos invita a ser conscientes de que no utilizar los medios de comunicación social es una falsa humildad. Por eso, el servirnos de ellos sabia y eficazmente nos permite anunciar lo que hoy, exaltamos y profesamos en el Credo: Jesucristo subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios Padre.
Es sabido que esta solemnidad se inaugura cuarenta días después de la triunfante resurrección del Señor. Así como el pueblo de Israel vivió su éxodo de Egipto, también Jesús cumple su propio éxodo pascual en cuarenta días de apariciones y enseñanzas hasta regresar al Padre. Sin embargo, la Ascensión es un instante más del único Misterio pascual de la muerte y resurrección de Jesucristo, pues se confirma en nuestro corazón cuando alabamos, exaltamos y damos gloria a Dios con nuestras buenas obras.
Esta “exaltación” y “glorificación” es como una teofanía bíblica. En efecto, la Ascensión del Señor al cielo no podemos entenderla literalmente, porque Dios no vive en los espacios siderales o en las nubes, sino que fue “exaltado” como Señor junto a la gloria del Padre. Es decir, es un modo de expresar, por un lado, esa ausencia de presencia física y palpable de Jesús en este mundo y, por otro, su elevación sobre todo lo temporal y mundano: ser elevado es señal de gloria; y la derecha es el lugar de honor y de estar sentado en postura de señorío.
Sin duda que la Ascensión implica una “despedida o fin del tiempo pascual”, pero también es una “promesa”: Jesús regresa al cielo e intercede por su Iglesia. En nuestro tiempo hablar de cielo puede parecer anacrónico o alienado. No obstante, anhelar el cielo es nuestra gran esperanza, puesto que la vocación cristiana se fragua en querer ser santos y estar con Dios para siempre.
Mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo (Lc 24, 51).
P. Fredy Peña Tobar, ssp.
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