Jesús rechaza ceñir el mandamiento del amor a los límites que, normalmente, las buenas relaciones humanas establecen entre sí. Porque los vínculos basados en la venganza y en la violencia casi siempre terminan en tragedias y pérdidas irreparables. Sin duda que aún nos falta mucho por aprender y si hay alguien que puede cobrarnos cuentas pendientes, ese es Dios. Sin embargo, no lo hace, porque su camino es el amor misericordioso: perfección o santidad a la que somos invitados.
La enseñanza de Jesús acerca del perdón, de la tolerancia, va más allá y explicita que no basta con evitar la falta de proporción entre la ofensa y el castigo, como lo sugería la ley del talión (cf. Lev 24, 17-22). Porque el rechazo a la violencia exige la renuncia a lo que podría considerarse un legítimo derecho. En este sentido, Jesús padeció, en carne propia, los abusos de la injusticia y la prevaricación. ¿No tenía Jesús derecho a rebelarse? Y sin embargo, por cobardía y cuestiones políticas, fue declarado culpable. Es más, cuando fue golpeado, respondió empáticamente: “Si he hablado mal, da testimonio de lo que he hablado mal; pero si hablé bien, ¿por qué me pegas?”.
Así, el mandato nuevo acerca del amor al enemigo constituye el criterio fundamental para discernir la voluntad de Dios, porque no es un precepto más sino que introduce un cambio cualitativo en la práctica de la justicia de cómo la entendían los fariseos. Orar por los que nos persiguen y calumnian nos lleva a ser ese camino de perfección que no es otra cosa que la santidad de vida que nos enseña Jesús: la santidad interior y del corazón, que solo se puede llevar a cabo si estamos imbuidos en él. Esta es la utopía evangélica: el amor no tiene límites para Dios como tampoco la propia santidad a la que está invitado todo creyente. Además, este sabe que no se salva solamente por el cumplimiento de unos preceptos sino por pura gracia de Dios y nada más.
“Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen lo mismo los publicanos?” (Mt 5, 46).
P. Fredy Peña T., ssp
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