En la Audiencia General de esta mañana, el Papa Francisco continuó avanzando en su catequesis sobre el papel del Espíritu Santo en la historia de la salvación y de la Iglesia. A partir del Bautismo de Jesús, el Santo Padre reflexionó sobre el profundo significado de un momento que calificó como “fundamentan en la revelación”, por cuanto es una manifestación de la Santísima Trinidad: Padre proclamó a su Hijo amado y el Espíritu Santo bajó sobre Jesús en forma de paloma. En el Jordán, Dios Padre consagró a Jesús como profeta, como sacerdote y como rey, ungiéndolo con el óleo espiritual —que es el Espíritu Santo— para llevar adelante su misión.
«Toda la Trinidad se reunió, en aquel momento, a orillas del Jordán», dice el Papa: “Está el Padre que se hace presente con su voz; está el Espíritu Santo que desciende sobre Jesús en forma de paloma; y está aquel a quien el Padre proclama Hijo amado. Es un momento muy importante del Apocalipsis, es un momento muy importante de la historia de la salvación. Nos hará bien releer este pasaje del Evangelio”, sostuvo el Pontífice.
De acuerdo al Obispo de Roma, en el gesto de la unción con el crisma se simboliza la comunicación del Espíritu Santo a quien lo recibe. De este modo, debemos comprender que Cristo es el ungido del Padre, y los cristianos somos ungidos a imitación suya. Cristo es la cabeza, el Espíritu Santo es el óleo perfumado y la Iglesia es el cuerpo de Cristo donde esa fragancia se difunde. “Cuando en la Misa del Jueves Santo se consagra el óleo llamado “crisma”, el obispo pide por quienes recibirán la unción en el bautismo y la confirmación, para que sean en el mundo testigos fieles de la redención y portadores del buen olor de Cristo”, precisó.
“Sabemos que, por desgracia, a veces los cristianos no esparcen la fragancia de Cristo, sino el mal olor de su propio pecado. (…) Y el diablo -no lo olvidemos- suele entrar por los bolsillos -cuidado, cuidado-. Y esto, sin embargo, no debe distraernos de nuestro compromiso de realizar, en la medida de nuestras posibilidades y cada uno en su ambiente, esta sublime vocación de ser el buen olor de Cristo en el mundo”, añadió Francisco.
Por lo tanto, de acuerdo al Vicario de Cristo, el cristiano debe vivir -y reflejar en su existencia- los frutos el Espíritu, a saber: el amor, la alegría, la paz, la magnanimidad, la amabilidad, la bondad, la fidelidad, la mansedumbre, el dominio de sí mismo.
“Qué bonito es encontrar a una persona que tenga estas virtudes: amor, una persona con amor, una persona alegre, una persona que crea paz, una persona magnánima, una persona benevolente que acoge a todo el mundo, una buena persona”, afirmó, para luego adicionar que, si hacemos esto, “alguien sentirá a nuestro alrededor un poco de fragancia del Espíritu de Cristo”.
Por esto, en su saludo final a los peregrinos presentes, insistió en esta idea: “Los animo a difundir el perfume de Cristo por medio de los frutos del Espíritu Santo, es decir, dando testimonio del amor, la alegría, la paz, la afabilidad y la bondad, entre otros”.