Nacidos en Grecia en el siglo IX en el seno de una familia aristocrática, renunciaron a sus carreras políticas para hacerse monjes. Son dos hermanos, los santos Cirilo y Metodio, llamados “apóstoles de los eslavos“. A ellos dedica hoy el Papa Francisco la catequesis realizada durante la Audiencia General en la Plaza de San Pedro, en la que continuó reflexionando sobre el celo apostólico. “Quisiera destacar tres aspectos importantes de estos santos: la unidad, la inculturación y la libertad. Cirilo y Metodio evangelizaron siempre unidos a Cristo y a la Iglesia. También hoy urge que estemos unidos para anunciar el Evangelio. Donde hay división, trabaja el diablo“, planteó el Santo Padre.
Además, estos dos monjes se adentraron tanto en aquella cultura —se inculturaron tanto—, que incluso llegaron a crear un alfabeto propio, que hizo posible la traducción de la Biblia y de los textos litúrgicos a las lenguas eslavas, favoreciendo con ello la difusión de la Buena Noticia. Por último, el Pontífice subrayó que, a pesar de las críticas y los obstáculos, Cirilo y Metodio se caracterizaron por la libertad evangélica, que los impulsaba a seguir las inspiraciones del Espíritu y a estar abiertos al futuro que Dios les iba indicando.
El deseo de una vida retirada cultivado por Cirilo y Metodio duró poco, dijo el Papa, porque “fueron enviados como misioneros a la Gran Moravia“, que había sido evangelizada en parte, pero donde “sobrevivían muchas costumbres y tradiciones paganas“. Era necesario explicar la fe en la lengua de aquellos pueblos que aún carecían de alfabeto. Los dos hermanos estudiaron la cultura local, conscientes de que sólo así les sería posible comprender la Sagrada Escritura. Cirilo argumentó: “¿Quién puede escribir un discurso sobre el agua?“.
En efecto, para proclamar el Evangelio y rezar se necesitaba un instrumento adecuado, apropiado, específico. Así, inventó el alfabeto glagolítico. Tradujo la Biblia y los textos litúrgicos. La gente sintió entonces que la fe cristiana ya no era “extranjera“, sino que se había convertido en su fe, hablada en su lengua materna.
La iniciativa de los dos monjes suscitó, sin embargo, la oposición de los latinos, que creían que sólo se puede alabar a Dios “en las tres lenguas escritas en la cruz, hebreo, griego y latín“. Su preocupación, comentó Francisco, venía dictada por el temor a perder “el monopolio de la predicación entre los eslavos” y su autonomía: “Pero Cirilo responde con contundencia: Dios quiere que cada pueblo le alabe en su propia lengua. Junto con su hermano Metodio, recurre al Papa y éste aprueba sus textos litúrgicos en lengua eslava, los hace colocar en el altar de la iglesia de Santa María la Mayor y canta con ellos las alabanzas al Señor según esos libros”.
Así se difundió la Palabra de Dios entre aquellos pueblos. Y mirando el testimonio de los dos hermanos a los que, recuerdó, “san Juan Pablo II quiso como copatronos de Europa y sobre los que escribió la encíclica Slavorum Apostoli”, el Papa Francisco subrayó tres aspectos: en primer lugar la unidad: “en aquel tiempo había en Europa una cristiandad indivisa, que colaboraba para evangelizar“. El segundo es la inculturación. El Papa afirmó: “la cultura evangelizadora y la inculturación muestran que evangelización y cultura están estrechamente unidas. No se puede predicar un Evangelio en abstracto, destilado, no: el Evangelio debe ser inculturado y también es expresión de cultura”.
El tercer aspecto es la libertad. “La libertad es necesaria -subrayó-, pero la libertad necesita siempre valentía, una persona es libre cuanto más valiente es y no se deja encadenar por tantas cosas que le quitan la libertad“. El Papa Francisco llegó a la conclusión de su catequesis y dirigió una invitación a los fieles: “Hermanos y hermanas, pidamos a los santos Cirilo y Metodio, apóstoles de los eslavos, ser instrumentos de “libertad en la caridad” para los demás. Sed creativos, constantes y humildes, con la oración y con el servicio”.