Tras la pausa por el postoperatorio, el Papa Francisco retomó esta semana su catequesis sobre el celo apostólico, dedicando la Audiencia General de este miércoles a santa María MacKillop, religiosa australiana fundadora de las Hermanas de San José del Sagrado Corazón quien, como María Magdalena, se encontró con Jesús resucitado y se sintió impulsada a difundir a todos la Buena Noticia, brindando educación, cuidado y atención a los marginados por la sociedad.
Mary MacKillop nació cerca de Melbourne de padres que emigraron a Australia desde Escocia. De niña, se sintió llamada por Dios a servirlo y testimoniarlo no solo con las palabras, sino sobre todo con una vida transformada por la presencia de Dios. Leyendo con sabiduría los signos de los tiempos, entendió que para ella la mejor forma de hacerlo era a través de la educación de los jóvenes, siendo consciente de que la educación católica es una forma de evangelización. De este modo, su celo apostólico la llevó a realizar numerosas obras de caridad, como la fundación de escuelas y hogares para los más necesitados, sobre todo en zonas rurales.
“Mary MacKillop estaba convencida de que el propósito de la educación es el desarrollo integral de la persona tanto como individuo que como miembro de la comunidad; y que esto requiere sabiduría, paciencia y caridad por parte de todo educador”, explicó el Santo Padre, precisando que “ella supo comprender que la educación no se trata de llenar la cabeza de los estudiantes de ideas, sino que consiste en acompañar y animar a los estudiantes en el camino del crecimiento humano y espiritual, mostrándoles cuánto la amistad con Jesús Resucitado dilata el corazón y hace la vida más humana.
De este modo, la santa comprendió que “educar es ayudar a pensar bien: a sentir bien —el lenguaje del corazón— y a hacer bien —el lenguaje de las manos—“, una visión plenamente actual hoy, cuando, dijo Francisco, “sentimos la necesidad de un “pacto educativo” capaz de unir a las familias, las escuelas y toda la sociedad”.
AL CUIDADO DE LOS NECESITADOS
El celo de Mary MacKillop por la difusión del Evangelio entre los pobres la condujo también a emprender otras obras de caridad, empezando por la “Casa de la Providencia” abierta en Adelaida para acoger ancianos y niños abandonados.
“Mary tenía mucha fe en la Providencia de Dios: siempre confiaba que en cualquier situación Dios provee. Pero esto no le ahorraba las preocupaciones y las dificultades que derivan de su apostolado, y María tenía buenas razones: tenía que pagar las cuentas, tratar con los obispos y los sacerdotes locales, gestionar las escuelas y cuidar la formación profesional y espiritual de las Hermanas; y, más tarde, los problemas de salud. Sin embargo, en todo esto, permanecía tranquila, llevando con paciencia la cruz que es parte integrante de la misión”, dijo el Obispo de Roma.
Pese a las dificultades, ella persisitió en la atención de los pobres y marginados, ya que supo entender que, en el camino de la santidad, que es el camino cristiano, los pobres y los marginados son protagonistas y una persona no puede ir adelante en la santidad si no se dedica también a ellos, de una forma u otra.
“Una vez leí una frase que me impresionó; decía así: “El protagonista de la historia es el mendigo: los mendigos son aquellos que atraen la atención sobre la injusticia, que es la gran pobreza en el mundo”, se gasta el dinero para fabricar armas y no para producir comidas…. Y no lo olvidéis: no hay santidad si, de una manera u otra, no hay cuidado de los pobres, los necesitados, de aquellos que están un poco al margen de la sociedad”, afirmó el Santo Padre.
Sabemos que esto no es nada fácil y que también la santa tuvo que afrontar diversos problemas y diversas dificultades. Pero su testimonio de vida nos enseña a confiar en la Providencia de Dios y en la fuerza de la gracia, especialmente en los momentos de cruz y oscuridad.
“Hermanos y hermanas, que el discipulado misionero de santa Mary MacKillop, su respuesta creativa a las necesidades de la Iglesia de su tiempo, su compromiso por la formación integral de los jóvenes nos inspire hoy a todos nosotros, llamados a ser levadura del Evangelio en nuestras sociedades en rápida transformación. Que su ejemplo y su intercesión sostengan el trabajo cotidiano de los padres, de los profesores, de los catequistas y de todos los educadores, por el bien de los jóvenes y por un futuro más humano y lleno de esperanza”, concluyó el Papa.