En la catequesis de los días miércoles, el Papa Francisco invitó a los fieles a reflexionar sobre la paz que Cristo nos da, en el contexto de la celebración de la Semana Santa en que se encuentra inmersa la Iglesia. El domingo pasado, Domingo de Ramos, los cristianos recordaron la entrada de Jesús en Jerusalén, donde fue aclamado por la gente como rey. El Santo Padre describió cómo, de acuerdo al relato del Evangelio, muchos esperaban un Mesías poderoso que instaurara una “paz social”, obtenida por medio de la imposición y la fuerza. Pero la novedad que Jesús trajo consigo recorría otro camino, en la medida que su paz no es la paz que ofrece el mundo: mientras que el poder mundano trae destrucción y muerte, Francisco afirmó que la paz de Cristo edifica la historia, transformando los corazones de los que acogen su presencia salvador. Por eso, al modo de ver del Papa, en este momento difícil para el mundo, de agresión armada, todos estamos llamados a ser portadores de la paz de Cristo con las armas del Evangelio: la oración, la ternura, el perdón y el amor gratuito a todos, sin distinción.
“La paz del Señor sigue el camino de la mansedumbre y de la cruz: es hacerse cargo de los otros. Cristo, de hecho, ha tomado sobre sí nuestro mal, nuestro pecado y nuestra muerte. Ha tomado consigo todo esto. Así nos ha liberado. Él ha pagado por nosotros. Su paz no es fruto de algún acuerdo, sino que nace del don de sí”, dijo el Pontífice.
Franciscó citó el relato de Dostoievski, El Gran Inquisidor, que narra el regreso de Jesús, varios siglos después de su muerte terrenal. Si bien en principio es recibido con alegría por la multitud, luedo el Gran Inquisidor le reprocha no haber sometido al mundo para, por esa vía, imponer la paz.
“El motivo final del reproche es que Cristo, aun pudiendo, nunca quiso convertirse en César, el rey más grande de este mundo, prefiriendo dejar libre al hombre en vez de someterlo y resolver los problemas con la fuerza. Habría podido establecer la paz en el mundo, doblegando el corazón libre pero precario del hombre en virtud de un poder superior, pero no quiso: respetó nuestra libertad”, manifestó el Santo Padre.
A través de esa historia, Francisco llamó a tener cuidado de no caer en el engaño de una paz falsa, basada solamente en el poder, ya que esta, inevitablemente, después conduce al odio y a la traición de Dios y a tanta amargura en el alma. “La paz que Jesús nos da en Pascua no es la paz que sigue las estrategias del mundo, que cree obtenerla por la fuerza, con las conquistas y con varias formas de imposición. Esta paz, en realidad, es solo un intervalo entre las guerras”, dijo.
La paz de Jesús es una paz que respeta al hombre y su libertad, que se anida en los corazones y produce fruto. “La paz de Jesús no domina a los demás, nunca es una paz armada: ¡nunca! Las armas del Evangelio son la oración, la ternura, el perdón y el amor gratuito al prójimo, el amor a todo prójimo. Es así que se lleva la paz de Dios al mundo. Por esto la agresión armada de estos días, como toda guerra, representa un ultraje a Dios, una traición blasfema al Señor de la Pascua, un preferir el falso dios de este mundo a su rostro manso. La guerra siempre es una acción humana para llevar a la idolatría del poder”, dijo el Papa.
El poder mundano, de acuerdo al Pontífice, “deja solo destrucción y muerte”, mientras que la paz que Jesús representa “edifica la historia, a partir del corazón de cada hombre que la acoge”. Por eso la Pascua del domingo se convierte en la verdadera fiesta de Dios y del hombre, ya que “la paz, que Cristo ha conquistado sobre la cruz con el don de sí mismo, nos ha sido dada a nosotros. Por eso el Resucitado, el día de Pascua, se aparece a los discípulos y ¿cómo les saluda?: «La paz con vosotros». Este es el saludo de Cristo vencedor, de Cristo resucitado”.
Finalizando su reflexión el Papa destacó que Pascua significa “paso” y concluyó: “Es, sobre todo este año, la ocasión bendecida para pasar del dios mundano al Dios cristiano, de la codicia que llevamos dentro a la caridad que nos hace libres, de la espera de una paz llevada con la fuerza al compromiso de testimoniar concretamente la paz de Jesús. Pongámonos delante del Crucificado, fuente de nuestra paz, y pidámosle la paz del corazón y la paz en el mundo”.