En la penúltima catequesis dedicada al tema de la oración, el Papa Francisco optó por abordar el tema de la perserverancia al rezar, asunto que definió como una invitación, pero también un mandamiento que viene de la Sagrada Escritura. Y para reforzar ello, describió el descubrimiento que hace el peregrino ruso cuando se encuentra con una frase de san Pablo: «Orad constantemente. En todo dad gracias».
“La palabra del Apóstol toca a ese hombre y él se pregunta cómo es posible rezar sin interrupción, dado que nuestra vida está fragmentada en muchos momentos diferentes, que no siempre hacen posible la concentración. De este interrogante empieza su búsqueda, que lo conducirá a descubrir la llamada oración del corazón. Esta consiste en repetir con fe: “¡Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí pecador!”. Una oración sencilla, pero muy bonita. Una oración que, poco a poco, se adapta al ritmo de la respiración y se extiende a toda la jornada. De hecho, la respiración no cesa nunca, ni siquiera mientras dormimos; y la oración es la respiración de la vida”, explicó.
CULTIVAR UN ESTADO DE ORACIÓN
El Pontífice utilizó luego el Catecismo para mencionar algunos ejemplos sobre la importancia de cultivar siempre un estado de oración. Citó al monje Evagrio Póntico, quien dijo: No nos ha sido prescrito trabajar, vigilar y ayunar constantemente – no, esto no se nos ha pedido – pero sí tenemos una ley que nos manda orar sin cesar. Para Francisco, la clave aquí es comprender cómo la oración debe ser una llama que encienda el corazón de los cristianos.
“El corazón en oración. Hay por tanto un ardor en la vida cristiana, que nunca debe faltar. Es un poco como ese fuego sagrado que se custodiaba en los templos antiguos, que ardía sin interrupción y que los sacerdotes tenían la tarea de mantener alimentado. Así es: debe haber un fuego sagrado también en nosotros, que arda en continuación y que nada pueda apagar. Y no es fácil, pero debe ser así”, sostuvo el Papa.
También recordó las palabras de san Juan Crisóstomo: Conviene que el hombre ore atentamente, bien estando en la plaza o mientras da un paseo: igualmente el que está sentado ante su mesa de trabajo o el que dedica su tiempo a otras labores, que levante su alma a Dios: conviene también que el siervo alborotador o que anda yendo de un lado para otro, o el que se encuentra sirviendo en la cocina.
A partir de ello, el Pontífice precisó que la oración “es una especie de pentagrama musical, donde nosotros colocamos la melodía de nuestra vida. No es contraria a la laboriosidad cotidiana, no entra en contradicción con las muchas pequeñas obligaciones y encuentros, si acaso es el lugar donde toda acción encuentra su sentido, su porqué y su paz”.
ORACIÓN, TIEMPO Y TRABAJO
Francisco es consciente de que las preocupaciones, el trabajo y la rutina cotidiana pueden impedir que las personas encuentren espacios de tiempo que dedicar a la oración. Sin embargo, aclaró, “el trabajo nos ayuda a permanecer en contacto con la realidad. Las manos entrelazadas del monje llevan los callos de quien empuña pala y azada. Cuando, en el Evangelio de Lucas, Jesús dice a santa Marta que lo único verdaderamente necesario es escuchar a Dios, no quiere en absoluto despreciar los muchos servicios que ella estaba realizando con tanto empeño”.
Por lo tanto, el trabajo y la oración son complementarios: una oración que es ajena a la vida cotidiana del hombre no es algo sano. “Una oración que nos enajena de lo concreto de la vida se convierte en espiritualismo, o, peor, ritualismo. Recordemos que Jesús, después de haber mostrado a los discípulos su gloria en el monte Tabor, no quiere alargar ese momento de éxtasis, sino que baja con ellos del monte y retoma el camino cotidiano. Porque esa experiencia tenía que permanecer en los corazones como luz y fuerza de su fe; también una luz y fuerza para los días venideros: los de la Pasión. Así, los tiempos dedicados a estar con Dios avivan la fe, la cual nos ayuda en la concreción de la vida, y la fe, a su vez, alimenta la oración, sin interrupción. En esta circularidad entre fe, vida y oración, se mantiene encendido ese fuego del amor cristiano que Dios se espera de nosotros”, concluyó.