En la tradicional catequesis de los días miércoles, el Papa Francisco abordó los obstáculos que dificultan la oración. Rezar no es algo fácil: el cristiano debe aprender a conocer, identificar y superar los problemas que impiden hacer una buena oración.
La primera de ellas es la distracción, ya que a la mente humana le cuesta detenerse en un solo pensamiento. “Tú empiezas a rezar y después la mente da vueltas, da vueltas por todo el mundo; tu corazón está ahí, la mente está ahí… la distracción de la oración. La oración convive a menudo con la distracción”, dijo el Santo Padre.
Claro que la distracción no es un problema que afecte solo a la oración, sino a todas las acciones del ser humano. “Si no se alcanza un grado de concentración suficiente no se puede estudiar con provecho y tampoco se puede trabajar bien. Los atletas saben que las competiciones no se ganan solo con el entrenamiento físico sino también con la disciplina mental: sobre todo con la capacidad de estar concentrados y de mantener despierta la atención”, precisó el Pontífice.
¿Cómo combatir la distracción? Francisco sostuvo que tanto el Catecismo como Jesús nos dan la clave: Vigilad. “A menudo Jesús recuerda a los discípulos el deber de una vida sobria, guiada por el pensamiento de que antes o después Él volverá, como un novio de la boda o un amo de un viaje. Pero no conociendo el día y ni la hora de su regreso, todos los minutos de nuestra vida son preciosos y no se deben perder con distracciones”, manifestó.
Continuó explicando que el Señor regresará en un instante que no conocemos, por lo tanto debemos concentrarnos en lo que realmente importa. “Esta es la distracción: que la imaginación da vueltas, vueltas, vueltas… Santa Teresa llamaba a esta imaginación que da vueltas, vueltas en la oración, “la loca de la casa”: es una como una loca que te hace dar vueltas, vueltas… Tenemos que pararla y enjaularla, con la atención”, indicó.
UN CORAZÓN GRIS
Para el Papa, no se puede sentir la consolación que entrega el diálogo con Dios con un corazón gris, seco, árido, por lo tanto, debemos encontrar la manera de que la luz del Señor penetre en nuestro ser. “A menudo no sabemos cuáles son las razones de la aridez: puede depender de nosotros mismos, pero también de Dios, que permite ciertas situaciones de la vida exterior o interior. O, a veces, puede ser un dolor de cabeza o un dolor de hígado que te impide entrar en la oración. A menudo no sabemos bien la razón”, opinó.
A lo largo de la vida, y así lo postulan los Maestros Espirituales, se alternan momentos de consolación con los desolación, etapas en que todo es fácil frente a otros períodos de gran pesadez, de abatimiento. En la vida hay días grises, pero no podemos dejar que estos se impongan en nuestro corazón.
“El peligro está en tener el corazón gris: cuando este “estar decaído” llega al corazón y lo enferma… y hay gente que vive con el corazón gris. Esto es terrible: ¡no se puede rezar, no se puede sentir la consolación con el corazón gris! O no se puede llevar adelante una aridez espiritual con el corazón gris. El corazón debe estar abierto y luminoso, para que entre la luz del Señor. Y si no entra, es necesario esperarla con esperanza. Pero no cerrarla en el gris”, aclaró Francisco.
LA ACEDIA, TENTACIÓN CONTRA LA ORACIÓN
El Santo Padre continuó su catequesis definiendo al tercer enemigo de la oración: la acedia, a la que calificó como una forma de aspereza o de desabrimiento debidos a la pereza, al relajamiento de la ascesis, al descuido de la vigilancia, a la negligencia del corazón. “Es uno de los siete “pecados capitales” porque, alimentado por la presunción, puede conducir a la muerte del alma”, puntualizó.
Para el Papa, es clave la capacidad de seguir adelante aún en tiempos difíciles, en una palabra, perseverar. Por eso puso como ejemplo el relato del santo de Asís: “Recordemos la parábola de san Francisco sobre la perfecta leticia: no es en las infinitas fortunas llovidas del Cielo donde se mide la habilidad de un fraile, sino en caminar con constancia, incluso cuando no se es reconocido, incluso cuando se es maltratado, incluso cuando todo ha perdido el sabor de los comienzos”.
Todos los santos han pasado por momentos oscuros, pero han sabido salir de ellos. Citó también el caso de Job, el cual no acepta que Dios lo trate injustamente, protesta y lo llama a juicio. “Muchas veces, también protestar delante de Dios es una forma de rezar o, como decía esa viejecita, “enfadarse con Dios es una forma de rezar, también”, porque muchas veces el hijo se enfada con el padre: es una forma de relación con el padre; porque lo reconoce “padre”, se enfada…”, señaló el Vicario de Cristo.
LA ORACIÓN ATRAE LA MIRADA DEL PADRE
Francisco concluyó su catequesis aclarando que, al concluir el tiempo de desolación, en el que creemos haber elevado a Cristo gritos mudos pidiendo explicaciones, Dios nos responderá: “No olvidar la oración del “¿por qué?”: es la oración que hacen los niños cuando empiezan a no entender las cosas y los psicólogos la llaman “la edad del por qué”, porque el niño pregunta al padre: “Papá, ¿por qué…? Papá, ¿por qué…? Papá, ¿por qué…?” Pero estemos atentos: el niño no escucha la respuesta del padre. El padre empieza a responder y el niño llega con otro por qué. Solamente quiere atraer sobre sí la mirada del padre; y cuando nosotros nos enfadamos un poco con Dios y empezamos a decir por qué, estamos atrayendo el corazón de nuestro Padre hacia nuestra miseria, hacia nuestra dificultad, hacia nuestra vida”.
Porque, para el Papa, hay que tener la valentía de decir a Dios “Pero, ¿por qué”. “A veces, enfadarse un poco hace bien, porque nos hace despertar esta relación de hijo a Padre, de hija a Padre, que nosotros debemos tener con Dios. Y también nuestras expresiones más duras y más amargas, Él las recogerá con el amor de un padre, y las considerará como un acto de fe, como una oración”, finalizó.