Esta mañana, en su tradicional audiencia general de los días miércoles, el Papa Francisco retomó la catequesis sobre el discernimiento, hablando acerca de la desolación y como esta puede resultar beneficiosa para el ser humano, en la medida en que se entienda como un estado de insatisfacción que nos ayuda a crecer, a mantenernos alertas y a ser humildes, dándonos la oportunidad de encontrar el corazón de Cristo en los momentos de insatisfacción, tristeza y soledad.
“La desolación provoca una “sacudida del alma”: cuando uno está triste es como si el alma se sacudiera; mantiene despiertos, favorece la vigilancia y la humildad y nos protege del viento del capricho. Son condiciones indispensables para el progreso en la vida, y, por tanto, también en la vida espiritual. Una serenidad perfecta, pero “aséptica”, sin sentimientos, nos hace deshumanos cuando se convierte en el criterio de decisiones y comportamientos”, precisó.
De acuerdo a Francisco, el ser humano no debe ignorar los sentimientos por cuanto, al hacerlo, corre el riesgo de deshumanizarse y volverse indiferente frente al sufrimiento de los otros e incapaz de acoger su propio dolor. “Esta distancia aséptica: “Yo no me involucro con las cosas, yo tomo distancia”: no es vida, es como si viviéramos en un laboratorio, cerrados, para no tener microbios, enfermedades”, manifestó.
Y, para enfatizar el punto, el Papa puso como ejemplo a los santos quienes, a su modo de ver, la inquietud provocada por la desolación fue el impulso decisivo que les permitió dar un giro total en sus vidas.
“La sana inquietud es buena, el corazón inquieto, el corazón que trata de buscar camino. Es el caso, por ejemplo, de Agustín de Hipona o de Edith Stein o de José Benito Cottolengo o de Carlos de Foucauld. Las decisiones importantes tienen un precio que la vida presenta, un precio que está al alcance de todos: es decir, las decisiones importantes no vienen de la lotería, no; tienen un precio y tú debes pagar ese precio. Es un precio que tú debes pagar con tu corazón, es un precio de la decisión, un precio que hay llevar adelante, un poco de esfuerzo. No es gratis, pero es un precio al alcance de todos. Todos nosotros debemos pagar esta decisión para salir del estado de indiferencia, que nos abate, siempre”, sostuvo el Papa.
UNA RELACIÓN MADURA CON EL SEÑOR
Francisco explicó que la desolación es también una llamada a la gratuidad, a no buscar jamás la gratificación emotiva. Para él, esta es la base para construir una relación auténtica y madura con Dios y con los demás, en la medida que nos permite aceptar al otro por sí mismo y no por lo que me aporta o por interés. Por lo tanto, si somos capaces de captar en profundidad la humanidad de Cristo como puerta del cielo, podremos llegar a preguntarle: “¿Cómo estás?”, aprendiendo, a partir de ahí, a amarle en su sufrimiento y su soledad.
“Estar desolados nos ofrece la posibilidad de crecer, de iniciar una relación más madura, más hermosa, con el Señor y con las personas queridas, una relación que no se reduzca a un mero intercambio de dar y tomar. Pensemos en nuestra infancia, por ejemplo, cuando somos niños, sucede a menudo que buscamos a los padres para obtener algo de ellos, un juguete, dinero para comprar un helado, un permiso… Y así los buscamos no por sí mismos, sino por un interés. Sin embargo, ellos son el don más grande, los padres, y esto lo entendemos a medida que crecemos”, dijo.
APRENDER A ESTAR CON ÉL
El Papa también llamó a notar como, muchas veces, nuestras oraciones se transforman solo en una serie de peticiones de favores dirigidos el Señor, sin un verdadero interés por Él, por su persona. Por eso, reiteró la invitación a los cristianos a entrar en una relación verdadera con Jesús, con su humanidad, con su sufrimiento y con su singular soledad.
“Nos hace mucho bien aprender a estar con Él, a estar con el Señor sin otro fin, exactamente como nos sucede con las personas a las que queremos: deseamos conocerlos cada vez más, porque es hermoso estar con ellos”, indicó Francisco.
Y un buen punto de partida para lograr aquello es entender que la vida espiritual no es una técnica ni un programa de bienestar interior a nuestra disposición. De acuerdo al Papa, debemos comprender que la vida espiritual es una relación con Dios, el Viviente, quien es irreductible a nuestras categorías. Y la desolación, por lo tanto, evita que la experiencia de Dios sea solo una forma de sugestión, una simple proyección de nuestros deseos que busca solo una gratificación emotiva.
“La desolación es no sentir nada, todo oscuro: pero tú buscas a Dios en la desolación. En este caso, si pensamos que es una proyección de nuestros deseos, siempre seríamos nosotros quienes la programáramos, siempre estaríamos felices y contentos, como un disco que repite la misma música. En cambio, quien reza se da cuenta de que los resultados son imprevisibles: experiencias y pasajes de la Biblia que a menudo nos han entusiasmado, hoy, extrañamente, no suscitan ningún entusiasmo. E, igualmente de forma inesperada, experiencias, encuentros y lecturas a los que nunca se había hecho caso o que se prefería evitar ―como la experiencia de la cruz― dan una paz inmensa. No tener miedo a la desolación, llevarla adelante con perseverancia, no huir. Y en la desolación tratar de encontrar el corazón de Cristo, encontrar al Señor. Y la respuesta llega, siempre”, precisó el Santo Padre.
Finalmente, Francisco invitó a no desanimarse frente a las dificultades, sino a afrontar la desolación y las pruebas con desición, confiando en la ayuda de la gracia de Dios. “Y si escuchamos dentro de nosotros una voz insistente que quiere distraernos de la oración, aprendamos a desenmascararla como la voz del tentador; y no nos dejemos impresionar: simplemente, ¡hagamos precisamente lo contrario de lo que nos dice!”, concluyó.