En la catequesis de esta semana, el Papa Francisco decidió abordar el diálogo final de Pedro y Jesús, que marca el término del evangelio de Juan. A partir del coloquio directo y abierto entre maestro y discípulo, basado en la libertad y en la verdad, es posible encontrar una referencia a la ancianidad: Jesús advierte a Pedro que, con el paso del tiempo, tendrá que aprender a seguirlo teniendo en cuenta la propia fragilidad, que lo limitará en su acción e, incluso, en ciertos aspectos, lo llevará a depender de los demás.
De acuerdo a lo expuesto por el Santo Padre, este diálogo nos brinda una gran enseñanza, y es que en cada etapa de la vida tenemos que conocernos y aprender a ser coherentes, contando con nuestras fragilidades, contando con nuestras limitaciones. Para ello necesitamos, sobre todo en la ancianidad, una espiritualidad que nos ayude a mantenernos fieles al seguimiento de Cristo hasta el final, sabiendo dar espacio a las jóvenes generaciones que vienen detrás de nosotros; y a agradecer al Señor todas las bendiciones que recibimos de su infinita bondad.
Recordando las palabras de san Ignacio de Loyola, quien dice: Así como en la vida, también en la muerte debemos dar testimonio de discípulos de Jesús, el Papa nos recordó que debemos ser capaces de ser testigos de Cristo en la la debilidad, en la enfermedad y en la muerte: “el final de la vida debe ser un final de vida de discípulos: de discípulos de Jesús, porque el Señor nos habla siempre según la edad que tenemos”.
Por lo tanto, como cristianos, debemos ser capaces de comprender que el seguimiento a Jesús de aprender a dejarse instruir y plasmar por la fragilidad. “El seguimiento de Jesús sigue adelante, con buena salud, con no buena salud, con autosuficiencia y con no autosuficiencia física, pero el seguimiento de Jesús es importante: seguir a Jesús siempre, a pie, corriendo, lentamente, en silla de ruedas, pero seguirle siempre. La sabiduría del seguimiento debe encontrar el camino para permanecer en su profesión de fe —así responde Pedro: «Señor, tú sabes que te quiero» —, también en las condiciones limitadas de la debilidad y de la vejez. A mí me gusta hablar con los ancianos mirándolos a los ojos: tienen esos ojos brillantes, esos ojos que te hablan más que las palabras, el testimonio de una vida. Y esto es hermoso, debemos conservarlo hasta el final. Seguir a Jesús así, llenos de vida”, explicó el Pontífice.
La enseñanza que debemos rescatar de ese pasaje del Evangelio es esta: debemos aprender de nuestra fragilidad y expresar la coherencia de nuestro testimonio de vida en las condiciones de una vida ampliamente confiada a otros, ampliamente dependiente de la iniciativa de otros. “Con la enfermedad, con la vejez la dependencia crece y ya no somos autosuficientes como antes; crece la dependencia de los otros y también ahí madura la fe, también ahí está Jesús con nosotros, también ahí brota esa riqueza de la fe bien vivida durante el camino de la vida”, dijo Francisco.
SEGUIR AL SEÑOR
Este nuevo tiempo, el de la ancinidad, es también un tiempo de prueba. El Papa lo explica así: “Empezando por la tentación —muy humana, sin duda, pero también muy insidiosa— de conservar nuestro protagonismo. Y a veces el protagonismo debe disminuir, debe abajarse, aceptar que la vejez te disminuye como protagonista. Pero tendrás otra forma de expresarte, otra forma de participar en la familia, en la sociedad, en el grupo de los amigos”.
La actitud de Pedro, preocupado de lo que sucederá con Juan, es un claro reflejo de ello. ““¿Y él?”, dice Pedro, viendo al discípulo amado que los seguía. Meter la nariz en la vida de los otros. Pues, no. Jesús le dice: “¡Cállate!”. ¿Realmente tiene que estar en “mi” seguimiento? ¿Acaso debe ocupar “mi” espacio? ¿Será mi sucesor? Son preguntas que no sirven, que no ayudan. ¿Debe durar más que yo y tomar mi lugar? Y la respuesta de Jesús es franca e incluso áspera: «¿Qué te importa? Tú, sígueme». Como diciendo: cuida de tu vida, de tu situación actual y no metas la nariz en la vida de los otros. Tú sígueme”, describió el Papa.
Lo realmente importante es seguir a Jesús, en la vida, en la muerte, en la salud y en la enfermedad, en los tiempos buenos y los malos. “Y cuando queremos meternos en la vida de los otros, Jesús responde: “¿A ti qué te importa? Tú sígueme”. Hermoso. Nosotros ancianos no deberíamos tener envidia de los jóvenes que toman su camino, que ocupan nuestro lugar, que duran más que nosotros. El honor de nuestra fidelidad al amor jurado, la fidelidad al seguimiento de la fe que hemos creído, incluso en las condiciones que nos acercan a la despedida de la vida, son nuestro título de admiración para las generaciones venideras y de reconocimiento agradecido por parte del Señor”, manifestó Francisco.
Ahí reside también la sabiduría de los mayores: en el aprender a despedirse. Y el Papa lo ejemplifica así: “Despedirse bien, con la sonrisa; aprender a despedirse en sociedad, a despedirse con los otros. La vida del anciano es una despedida, lenta, lenta, pero una despedida alegre: he vivido la vida, he conservado mi fe. Esto es hermoso, cuando un anciano puede decir esto: “He vivido la vida, esta es mi familia; he vivido la vida, he sido un pecador, pero también he hecho el bien”. Y esta paz que viene, esta es la despedida del anciano”.
Y, por sobre todo, recordar también la importancia de los mayores para la sociedad y los jóvenes: “Miremos a los ancianos, mirémoslos, y ayudémosles para que puedan vivir y expresar su sabiduría de vida, que puedan darnos lo que tienen de hermoso y de bueno. Mirémoslos, escuchémoslos. Y nosotros ancianos, miremos a los jóvenes siempre con una sonrisa: ellos seguirán el camino, ellos llevarán adelante lo que hemos sembrado, también lo que nosotros no hemos sembrado porque no hemos tenido la valentía o la oportunidad: ellos lo llevarán adelante. Pero siempre con esta relación de reciprocidad: un anciano no puede ser feliz sin mirar a los jóvenes y los jóvenes no pueden ir adelante en la vida sin mirar a los ancianos”, concluyó el Obispo de Roma.