En su catequesis de esta semana, el Papa Francisco concluyó el ciclo destinado a la pasión por evangelizar reflexionando sobre el tema ¡Efatá, ábrete Iglesia!, a partir del Evangelio de Marcos, capítulo 7, versículos 31-35. A partir de ese texto, el Santo Padre abordó en el significado de esa expresión, explicando que se trata de una expresión que dice el celebrante en el momento del bautismo, al mismo tiempo que toca los oídos y los labios del bautizado. Es una llamada a abrir y expandir toda la persona para recibir el anuncio de Jesús y salir a la misión.
Por lo tanto, es una expresión que nos invita a dejar que el Señor toque nuestra lengua y nuestros oídos, para que los abra y los desate, de modo que seamos capaces de anunciar su presencia liberadora y reconfortante, especialmente a los que más sufren. De este modo, esa expresión es un llamado a Dios para que nos colme con la efusión del Espíritu Santo, para hacernos capaces de avivar la llama del amor divino en los corazones de todos, sin miedo, con valentía, abandonando las seguridades personales y, confiados en el llamada de Jesús, lanzarse al mar del mundo, dispuestos a ir y anunciar a todos los pueblos lo que hemos visto y oído.
“Ábrete”, dice Jesús a cada creyente y a su Iglesia: ¡Ábrete, porque el mensaje del Evangelio te necesita para ser testimoniado y anunciado! Y esto nos hace pensar también en la actitud del cristiano: el cristiano debe estar abierto a la Palabra de Dios y al servicio de los demás. Los cristianos cerrados siempre acaban mal, porque no son cristianos, son ideólogos, ideólogos de la cerrazón. Un cristiano debe estar abierto al anuncio de la Palabra de Dios, a la acogida de los hermanos y de las hermanas. Y por eso, este efatá, este “ábrete”, es una invitación para todos nosotros”, manifestó el Pontífice.
Y esa invitación Jesús la reafirma al final de los Evangelios, cuando, de acuerdo al Santo Padre, nos entrega su celo misionero: Vayan más lejos, vayan a apacentar, vayan a predicar el Evangelio. “Sintámonos todos llamados, como bautizados, a testimoniar y anunciar a Jesús. Y pidamos la gracia, como Iglesia, de saber realizar una conversión pastoral y misionera. El Señor, a la orilla del mar de Galilea le preguntó a Pedro si le amaba, y luego le pidió que pastoreara sus ovejas. Preguntémonos también nosotros, hagámonos cada uno de nosotros esta pregunta: ¿Amo realmente al Señor, hasta el punto de querer anunciarlo? ¿Quiero convertirme en su testigo o me contento con ser su discípulo? ¿Me tomo a pecho a las personas que conozco? ¿Las llevo a Jesús en oración? ¿Quiero hacer algo para que la alegría del Evangelio, que ha transformado mi vida, haga más bella la de ellos? Pensemos en esto. Pensemos en estas preguntas y vayamos adelante con nuestro testimonio”, concluyó Francisco.