Anunciar el Evangelio significa dar la «buena noticia sobre Jesús, dar a conocer el misterio pascual de su muerte y resurrección». Esta es la actividad evangelizadora de la Iglesia, pero «el Evangelio debe ser predicado “a través del Espíritu Santo”», confiando en su poder. Así lo explicó el Papa Francisco en la primera audiencia general de diciembre, la primera, además, con un resumen y saludos en chino. En una plaza de San Pedro iluminada por un sol tibio, tras atravesar en su jeep el hemiciclo de Bernini, abarrotado de fieles, el Pontífice se detuvo en el papel del Espíritu Santo en la predicación de la Iglesia e invitó a no predicarse a sí mismos, sino a Jesucristo, al tiempo que recomendó a los predicadores discursos breves.
Muchas veces se hacen sermones largos, de veinte minutos, de treinta minutos… Pero, por favor, los predicadores deben predicar una idea, un afecto y una invitación a hacer. Más de ocho minutos, el sermón se desvanece, no se entiende.
En la práctica, «el sermón debe ser una idea, un afecto y una propuesta para hacer. Y no ir más allá de 10 minutos», explicó Francisco.
El Papa precisó en su catequesis que hay dos elementos que caracterizan la predicación: el Evangelio, que es su contenido, y el Espíritu Santo, que es el medio. En cuanto al contenido, hay que recordar que la predicación de Jesús y la de los Apóstoles incluye también «todos los deberes morales que se desprenden del Evangelio, empezando por los Diez Mandamientos y terminando por el mandamiento “nuevo” del amor», pero es la obra de Cristo el corazón del anuncio, subrayó el Pontífice.
Si no queremos caer en el error denunciado por el apóstol Pablo de anteponer la ley a la gracia y las obras a la fe, si no queremos caer en esto, es necesario partir una y otra vez del anuncio de lo que Cristo ha hecho por nosotros.
“El centro de la actividad evangelizadora y de toda intención de renovación eclesial» debe ser el kerigma, «el primer anuncio», insistió Francisco, aquel del que «depende toda aplicación moral», que es también «el que siempre hay que volver a escuchar de modos diversos” y siempre anunciar.
Y luego, «así como Jesús, ungido con el Espíritu, fue enviado por el Espíritu “para llevar la buena noticia a los pobres”, así debe ser para la Iglesia». Hay que predicar el Evangelio por medio del Espíritu Santo.
Predicar con la unción del Espíritu Santo significa transmitir, junto con ideas y doctrina, vida y convicción de nuestra fe. Significa confiar no en «discursos persuasivos de sabiduría, sino en la manifestación del Espíritu y su poder», como escribió San Pablo.
Pero, ¿cómo poner esto en práctica? ¿Cómo encomendarse al Espíritu Santo? En primer lugar rezando y no predicándose a sí mismos, fue la respuesta del Pontífice.
El Espíritu Santo desciende sobre los que rezan, porque el Padre celestial -está escrito- «da el Espíritu Santo a los que se lo piden», ¡sobre todo si se lo piden para anunciar el Evangelio de su Hijo! ¡Ay de predicar sin rezar! Uno se convierte en lo que el Apóstol llama «bronces que resuenan y címbalos que retiñen». Por tanto, lo primero que depende de nosotros es rezar, para que venga el Espíritu Santo. Lo segundo es no predicarnos a nosotros mismos, sino predicar a Jesús, el Señor.
En particular, no querer predicarse a sí mismos significa «no dar siempre la precedencia a las iniciativas pastorales promovidas por nosotros y vinculadas a nuestro propio nombre -concluyó Francisco-, sino colaborar de buen grado», si se nos pide, en las iniciativas comunitarias o que se nos confían.