La catequesis del Papa vuelve a hablarnos del valor y la importancia de la oración. Esta semana, se ha detenido a reflexionar especialmente en la oración que surge de la lectura de un pasaje de la Biblia; recalcando la necesidad de acoger y sentir lo que Dios quiere decirnos para, a partir de ahí, hacer vida su mensaje y llevarlo al mundo.
“Las palabras de la Sagrada Escritura no han sido escritas para quedarse atrapadas en el papiro, en el pergamino o en el papel, sino para ser acogidas por una persona que reza, haciéndolas brotar en su corazón. La palabra de Dios va al corazón”, dijo Francisco.
A su modo de ver, cada versículo de la Biblia ha sido escrito pensando en quien lo lee; sin embargo, muchas veces no es posible captar su significado profundo hasta que, un día, la Palabra nos ilumina y nos permite entender cómo ese texto nos habla directamente para iluminar una situación que estamos viviendo.
“Pero es necesario que yo, ese día, esté ahí, en la cita con esa Palabra, esté ahí, escuchando la Palabra. Todos los días Dios pasa y lanza una semilla en el terreno de nuestra vida. No sabemos si hoy encontrará suelo árido, zarzas, o tierra buena, que hará crecer esa semilla. Depende de nosotros, de nuestra oración, del corazón abierto con el que nos acercamos a las Escrituras para que se conviertan para nosotros en Palabra viviente de Dios”, explicó el Santo Padre.
De este modo, continuó el sucesor de Pedro, a través de la oración sucede una encarnación del Verbo, precisando que “somos nosotros los “tabernáculos” donde las palabras de Dios quieren ser acogidas y custodiadas, para poder visitar el mundo. Por eso es necesario acercarse a la Biblia sin segundas intenciones, sin instrumentalizarla. El creyente no busca en las Sagradas Escrituras el apoyo para la propia visión filosófica o moral, sino porque espera en un encuentro; sabe que estas, estas palabras, han sido escritas en el Espíritu Santo y que por tanto en ese mismo Espíritu deben ser acogidas, ser comprendidas, para que el encuentro se realice”.
Esto quiere decir, entonces, que leemos las escrituras para que ellas nos lean a nosotros, por cuanto han sido escritas para hombres y mujeres de carne y hueso y no para una humanidad genérica. “Es una gracia poder reconocerse en este o aquel personaje, en esta o esa situación (…) Y la Palabra de Dios, impregnada del Espíritu Santo, cuando es acogida con un corazón abierto, no deja las cosas como antes, nunca, cambia algo”, manifestó el Vicario de Cristo.
Francisco resaltó que la tradición cristiana es rica en experiencias y reflexiones sobre la Sagrada Escritura. Destacó el valor de la lectio divina por cuanto permite a los cristianos leer un pasaje bíblico con atención, entrando en un diálogo con el Texto Sagrado, para comprender lo que significa en sí mismo. “Se entra en diálogo con la Escritura, de modo que esas palabras se conviertan en motivo de meditación y de oración: permaneciendo siempre adherente al texto, empiezo a preguntarme sobre qué “me dice a mí”. Es un paso delicado: no hay que resbalar en interpretaciones subjetivistas, sino entrar en el surco vivo de la Tradición, que une a cada uno de nosotros a la Sagrada Escritura. Y el último paso de la lectio divina es la contemplación. Aquí las palabras y los pensamientos dejan lugar al amor, como entre enamorados a los cuales a veces les basta con mirarse en silencio. El texto bíblico permanece, pero como un espejo, como un icono para contemplar. Y así se tiene el diálogo”, indicó el Papa.
A través de la oración, continuó el Santo Padre, “la Palabra de Dios viene a vivir en nosotros y nosotros vivimos en ella. La Palabra inspira buenos propósitos y sostiene la acción; nos da fuerza, nos da serenidad, y también cuando nos pone en crisis nos da paz”. De este modo, preció, “la Palabra de Dios se hace carne en aquellos que la acogen en la oración”.
Francisco destacó también dos cualidades que debe tener el creyente al momento de leer e interpretar la Biblia: la obediencia y la creatividad. “Un buen cristiano debe ser obediente, pero debe ser creativo. Obediente, porque escucha la Palabra de Dios; creativo, porque tiene el Espíritu Santo dentro que le impulsa a practicarla, a llevarla adelante. Jesús lo dice al final de un discurso suyo pronunciado en parábolas, con esta comparación: «Así, todo escriba que se ha hecho discípulo del Reino de los Cielos es semejante al dueño de una casa que saca de sus arcas —del corazón— lo nuevo y lo viejo». Las Sagradas Escrituras son un tesoro inagotable. Que el Señor nos conceda, a todos nosotros, tomar de ahí cada vez más, mediante la oración”, concluyó.