La posibilidad del reencuentro comunitario permite reconocer y apreciar el don de Dios presente en su Iglesia. La vida que Dios nos comunica se manifiesta en la comunión de la fe, la Palabra y la Eucaristía compartidas, el servicio alegre hacia los más necesitados, los enfermos, los encarcelados, los que sufren injusticias. El Espíritu Santo va encendiendo en el seno de las comunidades el deseo de ser una Iglesia más sinodal, profética y esperanzadora.
El espacio de reencuentro en las comunidades nos invita una vez más a dar gracias a Dios por el valor de cada persona, las posibilidades de volver a estrechar lazos fraternos, compartir unos con otros el don de la fe y la presencia del Resucitado, la alegría de volver a mirar los rostros, contemplar las sonrisas, darse las manos, no pueden hacernos olvidar las palabras del papa Francisco en la oración Urbi et Orbi (27 de marzo del 2020) en el atrio de la Basílica de San Pedro vacía por la Pandemia ante el crucifijo milagroso de la Iglesia de San Marcelo y la imagen de la Virgen Salus Populi Romani:
“Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente”.
“Es el tiempo de restablecer el rumbo de la vida hacia ti, Señor, y hacia los demás. Y podemos mirar a tantos compañeros de viaje que son ejemplares, pues, ante el miedo, han reaccionado dando la propia vida […] médicos, enfermeros y enfermeras, encargados de reponer los productos en los supermercados, limpiadoras, cuidadoras, trans-portistas, fuerzas de seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas y tantos, pero tantos otros que comprendieron que nadie se salva solo”.
Las palabras del Papa manifestadas al iniciar la pandemia siguen vigentes hoy ante las diversas experiencias de crisis de la humanidad, algunas de carácter sostenido y otras que amenazan en este último periodo. Las experiencias de reencuentro deberían iluminarnos para apreciar el valor de la vida comunitaria animada en las parroquias, los movimientos, las expresiones de piedad popular y tantas realidades eclesiales, que con la fuerza del Espíritu Santo están llamadas a ser comunidades testigos de esperanza, que cultivan la presencia de Cristo Resucitado y se disponen con parresía para ser levadura en medio de la masa (Mt 13, 33). En espíritu de oración y discernimiento sería oportuno preguntarse: ¿Cómo volver a nuestras comunidades? ¿Podemos retornar de la misma manera? ¿Qué nos ha comunicado Cristo resucitado en estos tiempos de crisis?
El retorno progresivo de la vida comunitaria en nuestra Iglesia chilena y Universal nos sitúa en el marco de un tiempo de gracia. La Iglesia nos invita a tomar mayor conciencia del valor que significa para las comunidades el caminar juntos, la sinodalidad. Recordemos que el papa Francisco inauguró oficialmente este camino hacia el sínodo con la celebración de la misa del domingo 10 de octubre del 2021 en Roma, luego, el domingo 17 de octubre, cada obispo junto con sus diócesis inició la participación de las Iglesias particulares en el mundo. Con estos hitos se inició un proceso de participación y escucha permanente hasta llegar al Sínodo de los obispos.
Los Sínodos no son novedad en la vida de la Iglesia, no obstante, es importante recordar que en la historia reciente el papa Pablo VI dio un impulso significativo en la renovación del Concilio proponiendo el Sínodo de los obispos como un organismo eclesial que consolidara mayores vínculos de comunión entre el Papa y los obispos en la conducción y animación de la Iglesia universal, y, junto con ello, prolongar el espíritu del Vaticano II, de tal modo que, en palabras de Pablo VI: “continúe llegando al pueblo cristiano aquella abundancia de beneficios que felizmente se ha obtenido, durante el tiempo del Concilio, como fruto de nuestra íntima unión con los obispos” (cf. Pablo VI, Motu proprio Apostollica Solicitudo, 15 de septiembre de 1965).
El Sínodo sobre la Sinodalidad ha tenido un desarrollo diferente en relación con los anteriores. En este ámbito, se destaca la propuesta de comunión sinodal en el contexto de la Iglesia universal. El énfasis del Sínodo está en relación con la mayor participación por parte de las comunidades en las diversas etapas del proceso.
El Papa ha señalado que el Sínodo corresponde a un momento eclesial, donde el gran protagonista es el Espíritu Santo; este tiempo sinodal está llamado a ser vivido en un profundo Espíritu de oración y discernimiento. En este sentido, el proceso sinodal inaugurado por el papa Francisco ha permitido confirmar el camino ya iniciado por nuestra Iglesia chilena en el 2018 con su propio proceso de discernimiento eclesial que buscaba asumir la crisis de los abusos y sus múltiples consecuencias.
Ambos caminos, en sus diversos niveles y búsquedas, se han constituido como un momento del Espíritu Santo para profundizar en la experiencia del discernimiento eclesial. Cada creyente, desde su vocación bautismal, carisma, servicio pastoral, vocación específica, está llamado a participar de manera corresponsable en la vida de la Iglesia, vivir un sano ejercicio de la escucha mutua y despertar así en el seno de cada comunidad un verdadero espíritu sinodal.
El deseo del Papa para este nuevo tiempo sinodal se expresa en el tema que tiene como título “Por una Iglesia Sinodal: comunión, participación y misión”. El tema articula tres grandes ámbitos esenciales de la vida de nuestra Iglesia que ayudan a considerar que toda la Iglesia es sinodal.
La Sinodalidad propuesta por el papa Francisco para la misión de la Iglesia en estos tiempos refiere a un modo de ser, esto no significa un simple ensimismamiento o autorreferencialidad; consiste en acoger la invitación de Cristo Resucitado para caminar juntos en esta hora de la humanidad y abrirse al permanente desafío del Anuncio del Evangelio. Debemos recordar que la Nueva Evangelización es una tarea que convoca a todos de tal modo que la fe en él se difunda en cada rincón de la tierra; la alegría del Evangelio es para todo el pueblo, no puede excluir a nadie (cf. EG 14. 19. 23).
Monseñor Bernardo Álvarez Tapia
+Obispo Auxiliar de Concepción