Este domingo 28 de mayo, la comunidad cristiana celebra Pentecostés. Es la culminación de la Pascua con el don del Espíritu Santo que recibieron los apóstoles y a través de ellos los discípulos del Señor de todos los tiempos. Los textos ilustran claramente el significado que tiene para la Iglesia que nace con la venida del Espíritu Santo este gran día (cfr Hech 2, 1-11; Sal 103, 1. 24. 29-31. 34; 1Cor 12, 3-7. 12-13; Jn 20, 19-23), como también sus perspectivas para nosotros, hoy.
En griego la palabra Pentecostés significa día quincuagésimo, vale decir, siete por siete más uno, signo de plenitud para el mundo judío. A los 50 días de la salida de Egipto -guiados por Moisés- celebraron la alianza sellada con el Señor en el monte Sinaí. Los cristianos, a los 50 días después de la Pascua, hacemos memoria del envío del Espíritu Santo a la comunidad apostólica.
El Espíritu Santo es quien da vida, sostiene y renueva la Iglesia. Por ello, lo invocamos diariamente que venga sobre nosotros. En el corazón de la celebración de este día diremos en el prefacio: “aquel mismo Espíritu que, desde el comienzo, fue el alma de la Iglesia naciente…”. Antes, en la Oración Colecta, tendremos presente la actuación del Espíritu en la Iglesia: “por el misterio de Pentecostés santificas a tu Iglesia extendida por todas las naciones”.
Es preciso que en comunión solicitemos del Señor nos renueve a todos en esta gran solemnidad de Pentecostés y nos impulse a ser verdaderos y auténticos discípulos misioneros del Señor. Nuestros pastores en Aparecida, en la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe -los días 13 al 31 de mayo de 2007- nos han desafiado: “No podemos desaprovechar esta hora de gracia. ¡Necesitamos un nuevo Pentecostés! ¡Necesitamos salir al encuentro de las personas, las familias, las comunidades y los pueblos para comunicarles y compartir el don del encuentro con Cristo, que ha llenado nuestras vidas de “sentido”, de verdad y amor, de alegría y de esperanza!” (DA 548). Con gratitud recibimos una vez más el don del Espíritu Santo. Esperamos así, “convertirnos en una Iglesia llena de ímpetu y audacia evangelizadora, tenemos que ser de nuevo evangelizados y fieles discípulos” (DA 549).
Nuestra petición al Señor en este día es la que recitaremos en la Oración Colecta: “no dejes de realizar hoy, en el corazón de tus fieles, aquellas mismas maravillas que obraste en los comienzos de la predicación evangélica”.
Que la celebración de este día nos llene de fervor y entusiasmo evangelizador. La cultura actual nos presenta numerosos desafíos. Procuremos asumir la parte que nos corresponde en dar a conocer a nuestros contemporáneos la persona y el mensaje de nuestro Salvador. Los bautizados en Cristo somos corresponsables en la transmisión de la fe a la generación venidera. El Espíritu hace su obra y nosotros nos disponemos propiciando iniciativas pastorales, creativas y audaces.
René Rebolledo Salinas, Arzobispo de La Serena