Muy queridos lectores, casi todo el mes de marzo estuve en Filipinas dirigiendo un curso. Un país un tanto desconocido para los Latinoamericanos, a pesar de que fue durante tres siglos colonia española. Incluso, el viaje que hacían los conquistadores era España, México (virreinato de Nueva España) y, por la costa Pacífica, seguían hasta las islas de Filipinas. En este viaje vi cosas buenas, pero también que amplios sectores de la población están viviendo en la pobreza. Buena parte de las críticas van dirigida a los malos gobiernos… nada que un Sudamericano no haya oído. También presencié con alegría una enorme cantidad de proyectos llevados a cabo por cristianos católicos para revertir variadas formas de pobreza.
Estamos en el tiempo pascual. Creo que una forma de vivir este tiempo litúrgico es esforzarnos para que el Reino de Dios llegue a los más desprotegidos, como lo quiere Jesús. Cumplir su voluntad es revertir la pobreza material y espiritual. Es cierto que nadie sale de la pobreza sin enormes esfuerzos, pero también, los que estamos un poco mejor podemos ayudar. Creo que varias reflexiones que les compartiré en estos meses irán por ese lado. Ya que el tema es complejo y los obstáculos son muchos. Y no queremos quedar en soluciones precarias. ¿No les parece? En este contexto, el desafío de erradicar la pobreza se transforma en un reto para los cristianos. Debemos ser prudentes para evitar soluciones parciales o desequilibradas, que puedan llevar a crear otros tipos de pobreza y de insatisfacción. Como, por ejemplo, hace el populismo.
El concepto de pobreza es dinámico y comparativo. En esta reflexión, les invito a ver algunos términos para denominar la pobreza. Frecuentemente están ligados a la sociología de cada época y nos ayudan a captar los diversos padecimientos de quienes lo portan.
1) El Explotado. Es producto de la persona que se aprovecha del pobre, por ejemplo, pagándole un sueldo miserable. Cuando esto sucede a gran escala, al grupo que lucra con ellos se le llama clase dominante.
2) El Marginado. Porque esa persona es obligado a vivir al “margen” de los beneficios. También en lo geográfico, muchos viven en las periferias. Permanecen en la peor parte de las ciudades o en las zonas más inseguras. Los bienes, los servicios de calidad, los gozan quienes están en el “centro” o “adentro”. Una canción de Atahualpa Yupanqui decía “las penas son de nosotros, las vaquitas son ajenas”.
3) El Excluido. Parecido al concepto anterior, pero más fuerte. Directamente se está fuera del sistema. No se accede a los beneficios mínimos y se está obligado a llevar una vida de grandes carencias. Desde lo económico, no se vive, se sobrevive. Ellos son los que “sobran”, los que no hacen falta, los que nadie se percata si están o no están. Quizás, algunos políticos se acuerdan de ellos a la hora de votar. En ciertos lugares se les niega un trato digno, se les discrimina por su color de piel, su forma de hablar, por ser de otro lugar o por su falta de dinero. Los que tiene la suerte de tener un trabajo, padecen otro mal: están empleados informalmente, es decir, no gozan de los beneficios que otorga el Estado a los trabajadores.
5) Proletarios. Término de origen marxista. Es acertado ya que hace referencia a la persona cuya única fuerza son sus brazos y sus hijos (es decir, la prole). Al ganar tan poco no tienen acceso a vivienda propia ni a participar de bienes y servicios.
6) “Delincuentes y vagos”. Es una expresión que criminaliza la pobreza. Son vocablos que discriminan. Generalizan, señalando que todos los pobres son ladrones o que están en dicha situación por exclusiva culpa suya. Es cierto que hay pobres que militan en el crimen o que no quieren trabajar o son amigos de la cama. Pero esto también sucede en la clase media y alta.
Bien, cada nombre, de una manera u otra, nos ha permitido cierta comprensión del mundo de la pobreza. Sabemos que nombrar es un modo de relacionarnos. Como cristianos el primer compromiso es alejarnos de todo vocabulario que pueda herir o criminalizar a quien sea pobre por el hecho de ser pobre. Asimismo, la pobreza ajena debe seguir doliéndonos, obligándonos a formarnos y ensayar mejores formas de servicio. También pienso que la pobreza es demasiada compleja para resolverla solos. Trabajar de forma asociada suele ser más efectivo en el tiempo.
Sin duda que en estas épocas de crisis, inflación, migraciones y corrupción política, la pobreza aumenta. Es por eso que la Resurrección de Jesús nos enseña muchas cosas vinculadas a este tema. Que el amor nos permite en ciertos momentos un beneficioso olvido de sí, para ayudar a los demás. Segundo, que sólo quien ama profundamente está dispuesto a incluir a los demás en los beneficios. ¡Ah! Y que pese al aparente poder de los malvados, el amor siempre triunfa. Un amor que ordena, produce, equilibra y distribuye.
Les comparto algunas preguntas.
ANDRÉS R. M. MOTTO, CM