En este segundo domingo de junio, la comunidad cristiana celebra la solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo. Como en cada eucaristía, también en las de hoy, acogerá textos bíblicos hermosos (cfr. Deut 8,2-3. 14-16; Sal 147,12-15. 19-20; 1Cor 10, 16-17; Jn 6,51-58). Es la fiesta de la fe eucarística de la iglesia, celebración en que los fieles agradecen por el amor de Dios manifestado en la presencia, palabras y obras de Cristo, que lo lleva a su entrega a la muerte en cruz para culminar en la resurrección. Al iniciar su Exhortación Apostólica Sacramentum Caritatis, en el número 1, el papa Benedicto XVI escribe: “Sacramento de la caridad, la Santísima Eucaristía es el don que Jesucristo hace de sí mismo, revelándonos el amor infinito de Dios por cada hombre. En este admirable sacramento se manifiesta el amor “más grande”, aquel que impulsa a “dar la vida por los propios amigos” (cf. Jn 15,13). En efecto, Jesús « los amó hasta el extremo » (Jn 13,1). Con esta expresión, el evangelista presenta el gesto de infinita humildad de Jesús: antes de morir por nosotros en la cruz, ciñéndose una toalla, lava los pies a sus discípulos. Del mismo modo, en el Sacramento eucarístico Jesús sigue amándonos « hasta el extremo », hasta el don de su cuerpo y de su sangre. ¡Qué emoción debió embargar el corazón de los Apóstoles ante los gestos y palabras del Señor durante aquella Cena! ¡Qué admiración ha de suscitar también en nuestro corazón el Misterio eucarístico! ”.
La comunidad cristiana procura vivir esta solemnidad con sentimientos de honda gratitud, pues celebra la Eucaristía todos los días, especialmente en el primer día de la semana -el Domingo- día del Señor. Es el sacramento en que Cristo se entrega en su Cuerpo y Sangre, bajo las formas de pan y vino. Particular acento tiene la solemnidad de hoy en la presencia permanente del Señor como alimento disponible para los enfermos y la adoración, personal y comunitaria.
La celebración principal de este Domingo es la santa Eucaristía, luego las procesiones que se multiplican en las comunidades -urbanas y rurales- como los actos de adoración al Santisimo Sacramento previstos en los programas preparados por los consejos pastorales. Gracias a Dios esta solemnidad del Corpus Christi de este año se puede vivir con el aprecio enorme que manifiestan los fieles por ella. La pandemia del Covid-19 no había permitido su celebración solemne y festiva los últimos años.
En el pasaje del evangelio que acoge hoy la comunidad, el Señor revela: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo. Quien coma de este pan vivirá para siempre. El pan que Yo doy para la vida del mundo es mi carne (v 51)”. Durante la última cena, el Señor pronuncia sobre los dones pan y vino las palabras con las cuales ratifica el ofrecimiento de su vida por nosotros y nuestra salvación. El pan consagrado es su Cuerpo entregado; quien lo coma tendrá vida en Él. El vino consagrado es su Sangre derramada quien la beba,
acepta el proyecto del Señor en su vida: “Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día” (v 34).
En este Domingo vivimos con gran solemnidad la santa Eucaristía, sin embargo, hacemos especial énfasis en su prolongación, particularmente la presencia permanente del Señor como alimento que llevan los ministros a los enfermos y también para la adoración, al Señor presente, en su Cuerpo y Sangre.
René Rebolledo Salinas, Arzobispo de La Serena.