Columna escrita por el Arzobispo de Concepción, Monseñor Fernando Chomali, que fue publicada en el diario El Mercurio.
Es doloroso observar que algunos jóvenes han perdido la esperanza (digo algunos porque no son todos, pero tampoco son uno o dos). Perciben una sociedad hostil y aprecian su futuro muy incierto. La ausencia de referentes creíbles en sus vidas aumenta esa percepción.
No está entre sus prioridades formar una familia y le temen a la paternidad y a la maternidad porque –y lo he escuchado más de una vez– «traer hijos a este mundo es una crueldad». Estos jóvenes no tienen sueños y sus vidas son un eterno presente. El anhelo de sus padres de tener la casa propia acompañado del esfuerzo y sacrificio compartido para lograrlo, que llenaba de satisfacción y alegría a la familia, está lejos de ser un tema importante. Si hasta hace algún tiempo tener un trabajo era un gran logro y había que cuidarlo, hoy es solo un modo para obtener recursos para vivir el día a día y, en la medida de lo posible, «pasarlo bien». Ni hablar de participar en un partido político o comprometerse en una causa social. Suelen no creer en nada ni en nadie. Para ellos, la historia comenzó ayer y termina mañana. Solo cuenta el presente y el celular es su hábitat predilecto.
La desesperanza ha llevado a muchos a no encontrarle sentido a la vida y ser escépticos frente al futuro. Aunque su lema no es «sin ley ni Dios» –porque no son nihilistas– en el fondo sienten un cierto desprecio por todo lo establecido.
Estos jóvenes no se sienten acogidos ni menos queridos, muchos de ellos no han experimentado en sus propias familias, su barrio y el sistema escolar, el calor del amor prolongado e incondicional ni ternura en el trato. En este contexto de soledad no les han potenciado sus habilidades, destrezas, pericias y dones que poseen. Hay un grado de frustración en sus vidas. Estos jóvenes suelen caer fácil en la trampa del consumo excesivo del alcohol y las drogas. El suicidio se abre como una posibilidad que suele aparecer de tanto en tanto. La vida no les sonríe y sus ojos transmiten tristeza. Ellos culpan al conjunto de la vida social, política y económica de haberles robado la esperanza de un mañana más promisorio.
Este fenómeno se da en todas las esferas sociales. Sin embargo, los más pobres son los más perjudicados por el escaso acceso a profesionales de la salud en el ámbito de la psiquiatría y psicología. Ellos son una muestra más de lo que es vivir en una sociedad que optó por las cosas, la competencia sin límite y la superficialidad en el tratamiento de los temas relevantes, y que ha dejado de lado el valor de la vida espiritual, del servicio como experiencia fundante de la vida y de la comunidad.
Es lamentable que el foco de las discusiones públicas esté exclusivamente en los fenómenos como la violencia, la seguridad pública, la inflación, y la deserción escolar, etcétera, pero no en los fundamentos de ellos, el individualismo, la indiferencia, la avaricia y la ausencia de una reflexión propiamente racional y de las dimensiones éticas, estéticas y religiosa de la vida.
Mons. Fernando Chomalí, Arzobispo de Concepción.