Mis queridos lectores a quienes siempre llevo en mi corazón. Vamos a compartir una breve reflexión acerca de la necesaria adaptación que debemos tener como cristianos ante un mundo cambiante. Esto es esencial para remediar las nuevas formas de pobreza material y espiritual. A las asociaciones, y más si son numerosas, nos cuesta la adaptación y esto nos puede quitar eficacia en el servicio integral al pobre, porque estamos en una época dónde casi lo único permanente es el cambio.
Los sociólogos denominaron “mundialización”, al desarrollo de acciones humanas que se imponían a escala mundial. Esto daba por terminado otra época caracterizada más bien por el carácter principalmente nacional o regional de los comportamientos. De modo que hoy un cumpleaños de una joven de 15 años suele ser bastante similar en casi todo el planeta. O la música de moda se escucha con escasa diferencia de tiempo en todos los continentes. Veamos otro término: “Globalización” que proviene del ámbito económico. Se refiere a la expansión del libre Mercado. Este modo de hacer economía se impone más y más en todo el planeta a partir del año 1990. No sólo para la compra y la venta de productos, sino también por la colocación de instalaciones productivas de las grandes empresas en todo el mundo. Además del grado mundial de penetración que tiene. Pensemos en Amazon, Netflix, McDonald’s, Unilever o la China TikTok. Claro que hay varios modelos de Libre Mercado.
Este es un proceso sin precedentes que convierte al mundo en una “aldea global” con consecuencias en el campo económico, político y cultural que abre posibilidades de prosperidad para todos. Ese es el lado bueno de la globalización. Que aplaudimos. Pero (siempre hay un pero)… también está la otra cara. La negativa tiene dos grandes peligros: el primero, una globalización como proceso de dominio económico, político y cultural de los más fuertes (económica y militarmente) sobre los débiles. Al primar este elemento aumenta el consumismo por un lado y la explotación por el otro; segundo, al estar todo tan conectado, los males se expanden rápidamente. Una epidemia pronto es pandemia. Una guerra local Rusia-Ucrania produce inflación en todo el mundo o es su excusa.
Vayamos ahora como cristianos más concretamente al mundo de los pobres. No queremos ser ingenuos, sabemos que la pobreza es un problema grave, complejo, multicausal. De hecho, si fuera fácil de suprimir, ya hace siglos que se hubiera erradicado del planeta. Lo cierto es que mucha gente es pobre desde la cuna hasta la tumba. Millones de pobres vienen de familias pobres. Es decir, nacen dentro de casas que vienen siendo pobres por generaciones.
Es por eso que, los cristianos nos unimos a los millones de personas que a lo largo de la historia han trabajado y trabajan por erradicar la pobreza. El cristianismo no nació para “administrar” la pobreza, sino, en lo posible, para erradicar la pobreza material y espiritual. Aquí no queremos proponer “recetas”, sino animar a formas calificadas de acción, que requieren mucho esfuerzo, honestidad y en cada lugar exigen una adaptación particular. La pobreza, como se señaló, es un fenómeno complejo. Pero que, mirado globalmente, vemos una relación entre pobreza y estructuras sociales.
Lo importante es actuar con calidad y pericia. Involucrarse aún más de lo que estamos haciendo. Siempre podemos hacer un poco más. Ayudar al pobre implica muchas veces ir al pobre. Para nosotros el pobre es una persona concreta con piel y huesos. Siempre podemos estar un poco más con ellos. Al alejarnos del pobre concreto, también se va apagando nuestro amor y sensibilidad. El primer servicio al pobre es darles tiempo y amor, antes que cosas. Siempre con humildad. Nunca creyéndonos mejor que nadie, no nos imaginemos mejores que la persona que visitamos. ¡Qué ejemplo de humildad nos deja figuras como el Beato Federico Ozanam en la carta que le dirige a su hermano con respecto al mundo de los pobres! “No he florecido con el soplo divino, no he sabido amar, no he sabido obrar” (Cartas, I, 172). Además, hace falta aprender más sobre las pobrezas que queremos remediar, estar cada día un poco más capacitados y… adaptados. No basta la buena voluntad. Esto lo aprendí hace mucho.
Lo ideal sería trabajar tan eficazmente que podamos lograr que la gente pobre puede llegar a ser clase media y adulta en su fe cristiana católica. Esto es posible y debemos buscar todos los medios para lograrlo, no sólo contentarnos con llevar comida o dirigir una misa.[1] Para ello hay varias acciones, señalo sólo algunas: educar y capacitar en oficios, lograr que la gente tenga trabajo, acompañar a los movimientos sociales para dignificar la vida de los trabajadores, generar escuelas bíblicas, llevar la teología a las clases populares, sostener microemprendimientos, etcétera.
La semana pasada una persona me preguntó en un curso ¿Qué formas de pobreza ve aumentar? Además de las pobrezas de siempre, veo acrecentar tres: 1. Fruto de tanta corrupción política persistente y de diversas crisis ecológicas, se eleva en el mundo entero le emigración forzada. Es urgente atenderlos en sus enormes necesidades. 2. Al crecer el crimen organizado a nivel global, el número de presos crece año a año. Urge una pastoral carcelaria. 3. Producto de los constantes ataques a la cultura cristiana católica, hay un fenómeno de neo descristianización en maza que produce pobreza religiosa y odio al cristianismo. No podemos seguir procrastinando una atención y formación religiosa de calidad. Que el Sagrado Corazón de Jesús nos permita sentir y actuar a favor de cada persona que la está pasando mal. Cabe la pregunta: ¿Cómo estoy actuando para resolver estas nuevas pobrezas?
Andrés Motto, CM
andresmotto@gmail.com
[1] Es evidente que hay otras pobrezas, fruto de discapacidades, de graves problemas psicológicos, de profundas adicciones que no son fácil de resolver. Muchas de estas personas conservarán una dolorosa asimetría quizás de por vida, pero se puede mejorar el tipo de servicio que se les ofrece.