“Un bello lugar campesino, merecía la honra de custodiar la imagen, por ser la primera Capilla rural existente de Purén” (Padre Moreau).
Cansados, pero alegres, siguen remontando el camino llamado los Aromos por el paso Robles de las Niñas, que se separa de la ruta Purén a Lumaco a la altura del kilómetro dos. Finalmente, ascienden ese flanco cordillerano después de dos horas y media de recorrido alcanzando su meta: la Capilla de Melinchique en Cuartel Quemado, sector Melinchique.
El profesor Carlos Zanetti lleva al sacerdote Juan Esteban, al diácono Javier y a la monjita Sor Viviana a conocer la sacra e histórica imagen de la Virgen del Copihue, que se encuentra al interior de la modestísima capilla que visitan.
Los viajeros se asombran al ver el deterioro de la venerada y centenaria sacra imagen. Todos lamentan el que esté siendo destruida por los hongos, la humedad y por el paso del tiempo, a pesar del cuidado del que ha sido objeto.
El profesor Zanetti les narra la historia de la imagen: “Este relato nace en el actual Santuario llamado, Saltillo de la Virgen, allí en Manzanal, camino Purén a Contulmo, kilómetro 9, precisamente junto a la quebrada llamada Lahuenco, en el sector conocido como Saltillo. Según los más antiguos de Purén, se decía que fue la ocasión en que, cansado, pero feliz, regresaba el Señor del Sol, como le llamaban los feligreses al primer párroco del Purén indómito, el p. Claudio Moreau, francés, el 10 de febrero de 1910”.
“El sacerdote venía junto a cuarenta acompañantes de la asociación Caballeros Católicos, todos jinetes armados que regresaban de unas misiones celebradas en el sector que antes fuera el aguerrido Valle de Elicura y sus alrededores. Las Misiones habían tenido lugar en lo que hoy se conoce como Agua de los Padres, mártires de Elicura, comuna de Contulmo. Felices todos por las almas convertidas y por la finalización de siempre, que significaba animales vacunos “carneados” y una buena celebración o “cahuín”, descendían los purenes desde la cima de la alta Cordillera de Nahuelbuta. Atrás el bello paisaje de Contulmo y su maravilloso lago Lanalhue. La marcha era lenta, pero grata. Desde el calor de la ascensión en la parte occidental y ahora con el descenso en la parte oriental de la cordillera de Nahuelbuta , sector selvático y virgen, se apreciaba el frío húmedo de la selva por la cual se abría paso el camino, que no es otra cosa que una huella de siglos y que fue el mismo que un día siguieron los conquistadores españoles y muchos otros, como “Los Catorce de la Fama”, a fines del siglo XIX, las tropas chilenas al imponer la soberanía de Chile”.
“El sacerdote Moreau, padre Sol, y sus acompañantes, al alcanzar el estrecho Valle de Manzanal y cerca de llegar a los yacimientos auríferos que fueran trabajados desde la época de Pedro de Valdivia y más tarde por los Jesuitas y Franciscanos, deciden detenerse en un recodo de la senda, que hoy se le llama Saltillo de la Virgen. Se trata de una cascada de aguas que desciende cantarina desde la montaña, un afluente del río Nahuelco, actualmente en la propiedad de don Iván Mella. Este lugar de Manzanal Bajo y su estero o quebrada, para aquella época de Conquista era un sitio de tortura y muerte para los fatigados mitayos o araucanos prisioneros de guerra obligados a realizar faenas mineras. Esos infelices encontraban en esa agua alivio a sus dolores físicos, causados por el látigo del verdugo, el peso de sus cadenas y enfermedades como la tuberculosis, el reumatismo, la artritis, artrosis, la bronquitis y el asma. El sacerdote y su grupo detuvieron la marcha y algunos de ellos echaron pies a tierra desde sus cabalgaduras, para descansar del agotador viaje. En ese instante, de la vera de la senda, emergiendo desde la selva, se escucha una voz varonil y recia, a pesar de la senectud de quien la emite. El mensaje es claro: -¡Padre Sol, Padre Sol! ¡Ven! ¡Ven!”.
“El sacerdote, al oír la voz, se pone de pie y avanza hacia el lugar. De pronto se deja ver un anciano de barbas blancas y encanecidas sienes, cuya altiva cabeza muestra un cintillo o llauto. Su pecho y espalda están cubiertos por un poncho que luce bordados araucanos, reflejando que algún día fue un Nithol o comandante de batallón. En su diestra alza una rama de canelo en señal de paz, mientras avanza a pasos lentos por el peso de los años. Aunque aún se muestra arrogante luciendo su chiripa o pantalones y hojotas de cuero por calzado, en su cintura no lleva armas, solo su faja roja. En la mano izquierda lleva algo semioculto envuelto en una curtida piel de vacuno”.
“A una distancia prudente nuevamente alza la diestra y en voz alta, dice: ‘Anoche en un sueño vi a la Domo de Gnechen, Virgen María, en medio de un bosque verde al pie de un saltillo de agua, y ella me ha dicho: ‘Hijo, mañana pasa el Pairecito Sol. Entrégale lo que te diera tu padre y a él su abuelo. Andaur, él es Pairecito Sol, como muchos otros que yo he mandado a ustedes para que conozcan la luz que da mi hijo, Jesús. Y él sabe donde debe ir tu Domo de Gnechen’”.
“El sacerdote Moreau levanta su mano derecha para saludar al anciano cona araucano, pero, cuando sus ojos observan lo que se le muestra, cae de hinojos y recibe tembloroso de las sarmentosas manos del anciano la imagen de la Virgen del Copihue de Purén. Y, desde los ojos del religioso, se deslizan lágrimas que no pudieron ser retenidas. Luego, elevando ambas manos en alto, escucha que el araucano casi en murmullo le dice: ‘Esta Domo de Gnechen me fue dada por mi padre y a él por su padre y a este por su padre. Viene desde muchos años de entre mis mayores. Perteneció al Fuerte antiguo de Purén, San Salvador de Coya, con su Iglesia al costado de la Plaza del pueblo. Ella fue arrebatada de las llamas por un guerrero araucano y hoy me ha dicho en mi sueño que venga a ti… ¡Tómala, ella se va contigo!’”.
“El pastor y el viejo cona araucano se arrodillan uno frente a otro. El Párroco ora intensamente y, al ver que el anciano está de hinojos precisamente donde cae el agua del llamado saltillo, extiende su diestra y hace aspersión con una señal de la Cruz, y se sorprende cuando el anciano cona le dice: ‘En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Padre Sol yo soy bautizado’. El sacerdote entonces le permite saborear el pan de vida, la hostia”.
“El venerable anciano araucano se pone de pie, mira con gratitud al párroco y este vuelve a bendecirlo. Lentamente volvió la espalda y sin decir otra palabra, se perdió entre el follaje y nunca más se supo de él. El sacerdote continuó arrodillado y elevó su voz en una oración de gracias al ver alejarse al viejo guerrero, quien desapareció tan misteriosamente como fue su presentación. Y, volviéndose a sus acompañantes, observa que todos están de rodillas. Entonces les dice: ‘Hace un año soñé que pintaba una Virgen sobre unos verdes ramajes de laurel cubiertos de enredaderas de flores de copihue, y este sueño se repitió anoche, allí en Elicura, y hasta este momento era mi intención obedecer a ese mandato divino. Más fue un sueño premonitorio para lo que hoy nos ha ocurrido y de lo que ustedes han sido testigos. Hermanos, todos sabemos que en estos contornos no viven araucanos, con la excepción de los Huencho -que era un diminutivo de la palabra “huentru” u “Hombrecito”- dicho con amor paterno, palabra del Mapudungun, a un hijito natural de un señor Ross del antiguo Purén, Pangueco, lugar bastante próximo, y también la distinguida familia Millanguir, de la que un día fue parte la legendaria señora Clarita Ancal’”.
El profesor Zanetti terminó así su relato: “El padre Moreau estimó que esta Capilla de Melinchique, bello lugar campesino, merecía la honra de custodiar la imagen, por ser la primera Capilla rural existente de Purén. Aquí permanece siendo venerada por nuestra gente de campo, muy especialmente cuando el sacerdote de Purén viene a celebrar la Santa Misa. Lamentablemente, el tiempo y la humedad están destruyendo la imagen sacra”.