“No existe aquello que no se puede cambiar. No hay ninguna oscuridad que no se pueda iluminar, ningún fracaso que no se pueda transformar en un nuevo comienzo. Ni ninguna muerte que no se pueda transformar en vida…”.
Anselm Grün es conocido como uno de los mejores autores de espiritualidad cristiana de nuestro tiempo. Ha escrito más de trescientos libros escritos, los cuales abordan diversas cuestiones de la vida diaria a la luz de la fe. El monje benedictino es doctor en Teología y ecónomo del monasterio de Münsterschwarzach, en Alemania. Es famoso por unir la espiritualidad cristiana con la psicología moderna, a partir de la influencia que el estudio de Carl Jung dejó en su pensamiento.
Invitado a Chile por BHP para participar del ciclo “Pensamiento Propio”, el monje benedictino estuvo en el Centro de Extensión de la Universidad Católica, conversando acerca de la “fragilidad interior”. En estos tiempos de cambios, fueron más de ochocientas personas las que escucharon sus puntos de vista con respecto a la vulnerabilidad, la inestabilidad, las relaciones humanas, la cultura, la sociedad y el medioambiente. La misma oportunidad tuvieron los habitantes de la capital de la Quinta Región, quienes pudieron escucharlo en la Universidad de Valparaíso.
En ambos diálogos, el padre Grün recalcó la necesidad que tiene el hombre moderno de conectarse consigo mismo. “Estar en contacto con el ser interior es estar en contacto con Dios”, fue una de las tantas frases que hicieron pensar al público presente. En ese sentido, nos dejó una gran pregunta: ¿cómo puedo entender qué quiere Dios hoy de mí? Para el religioso, solo a través del autoconocimiento se puede acceder al Dios auténtico que habita en cada persona. Solo así es posible construir la espiritualidad.
Editorial SAN PABLO CHILE conversó con el aclamado y esperado monje. Hace algunos años había estado en nuestro país y también hizo varias presentaciones. Ahora, en un clima más distendido e íntimo, y en nuestra casa editorial, llevamos a cabo la entrevista. Gracias a revista MENSAJE podemos publicarla y darla a conocer para todos sus lectores. En la entrevista, nos habló de la realidad de la Iglesia frente al mundo de hoy y abordó el tema de la espiritualidad cristiana para la sociedad y los jóvenes. En un tono pausado, optimista, honesto y directo, nos propuso caminos para avanzar y construir sobre la esperanza.
-¿Cuál cree usted que debe ser el aporte del cristianismo para el mundo de hoy?
-Marx Horkheimer ha dicho que la misión del cristianismo en la sociedad es mantener despierto el anhelo hacia lo que supera al hombre. Esto lo podemos comprender a través de una imagen: el cristianismo ayuda a tener el cielo abierto, lo que para Horkheimer es lo que permite humanizar la sociedad. Hoy en día, en la sociedad, existen intereses totalitarios que quieren oprimir a toda la gente. El cristianismo, entonces, tiene la misión de mantener un espacio libre y abierto, donde todas las personas puedan respirar libremente. Si uno observa la historia de la Iglesia en el primer siglo, puede ver cómo los cristianos fueron capaces de imaginar un mundo muy diverso dentro de una sociedad, el Imperio romano, donde todo era pan y circo. Es la misma misión que tiene el cristianismo hoy: mantener el valor de la libertad abierto para todos los hombres, en un momento en que es muy difícil sentirse libre con todas las fuerzas que presionan al ser humano.
-Y en medio de esas fuerzas que presionan al hombre y que parecen ser cada vez más atractivas, ¿cómo se puede construir la espiritualidad cristiana?
– Hoy en día el hombre se deja moldear por las expectativas de la sociedad o por las expectativas de las empresas. No podemos cerrar los ojos e imaginar un mundo santo, pero aun en esa situación el hombre puede mantenerse libre. Esa libertad se puede encontrar a través de la oración, y en los rituales que le permiten al hombre expresarse de alguna manera, sin estar obligado por alguien a hacer algo. La Iglesia vive en un mundo en el cual todas las personas parecen ser anónimas y solitarias. Por eso, otra de las grandes tareas que tenemos es acompañar, de modo que ellas sientan que no navegan solas por este mundo. Y eso se debe hacer con un acompañamiento que sea misericordioso con los demás, porque el hombre tiene una gran ansia de caminar junto a otros en compañía.
–¿Y de qué modo, entonces, la Iglesia puede ayudar a las personas a construir su propia espiritualidad?
-En la sociedad hay un ansia muy profunda de espiritualidad, pero muchos la buscan fuera de la Iglesia. Por lo tanto, es muy importante que sepamos construir espacios dentro de las comunidades y las capillas donde la gente pueda expresar y encauzar estas ansias de espiritualidad. Como cristianos, tenemos la obligación de trabajar para que la gente pueda tener la experiencia de la espiritualidad cristiana, y esta no le sea negada. La gente busca la espiritualidad fuera de la Iglesia porque la propia Iglesia se ha expresado de una forma demasiado moralista, llena de leyes y obligaciones. No ha sabido comprender ni expresar la necesidad de libertad que la gente tiene.
-¿Y cómo se construyen estos espacios, de modo que las personas puedan desarrollar su espiritualidad en el interior de la Iglesia?
– A través de la historia, la Iglesia ha construido muchos caminos de espiritualidad. Es nuestra tarea hacer que estos caminos estén vivos hoy. Una forma de hacerlo es, por ejemplo, a través de los rituales. En algunos cursos para ejecutivos, les transmito la importancia de un ritual en donde ellos cada mañana levantan los brazos y bendicen a la gente con la que trabajan. Esto le da una nueva expresión a la tarea que desarrollan. Una maestra que va a enseñar actuando como si fuera un personaje de circo que se enfrenta a las fieras, se va a sentir muy mal. En cambio, si, por el contrario, bendice a esos chicos, ella se relaja con ellos y logra un mejor cometido. Ahí es donde se debe trabajar la espiritualidad. Hay otro ritual para la tarde, en donde, en vez de reprocharme lo que dejé de hacer y cuestionar a Dios por todo lo que no hice, puedo ofrecer eso mismo a Dios para que lo transforme en una bendición. Las personas que están muy volcadas al trabajo experimentan en estos rituales una gran ayuda interior, que los calma y les da serenidad.
– Sin embargo, en este proceso de autoconocimiento, de encuentro personal con Dios, ¿cómo construyo mi relación con el otro? Y en ese sentido, ¿qué valor tiene hoy la vida comunitaria?
– La regla de san Benito nos enseña que debemos mirar al otro como si fuera Jesucristo. Por lo tanto, mi fe en Dios se debe expresar también en que tengo fe en las personas que están cerca de mí. No debo ignorar las cosas negativas del mundo ni de las personas que me rodean, pero tampoco debo crucificarlas. Por el contrario, debo ser capaz de ver en cada individuo el deseo que tiene de ser mejor. Y cuando logro creer efectivamente que Cristo está en el otro, nace una nueva comunidad.
ESCUCHAR A LOS JÓVENES
-En esta construcción de una nueva comunidad, ¿qué papel tienen los jóvenes?
– Debemos hacerles entender a los jóvenes que las ansias que tienen de libertad, amor y confianza son importantes y verdaderas. Y que Dios no es esa persona que te impone un montón de leyes, de necesidades, de obligaciones y castigos. Muchos sacerdotes en Alemania se están preguntando hoy en día: ¿cómo puedo de nuevo acercar a los jóvenes a la Iglesia?
-¿Qué se puede hacer?
– El primer camino es escuchar. Oír cuáles son las cosas que mueven hoy en día a los jóvenes, cuáles son sus ansias, cuáles son los miedos que tienen de la Iglesia. Cuando uno los escucha y los deja expresarse, podemos darnos cuenta de que ellos tienen miedo a ser criados y formados demasiado estrechamente, demasiado duramente. La verdadera pregunta es: ¿cómo pueden los jóvenes vivir hoy la espiritualidad? En la abadía tenemos una escuela a la que asisten cerca de ochocientos chicos y chicas. Ahí encuentran un espacio para plantear, con total libertad, todas las dudas que tienen acerca de la espiritualidad y podemos conversar acerca de ello. Sin embargo, muy pocos de esos jóvenes participan activamente en las parroquias. Y hoy tengo la inquietud de crear espacios de relación entre los jóvenes y la parroquia.
-¿Por qué se produce ese alejamiento?
-He trabajado con jóvenes durante veinticinco años. En los años ochenta era todo más fácil. En Semana Santa tenía trescientos jóvenes participando en retiros y actividades. Ahora solo asisten treinta. Y eso se debe a muchas razones. Hoy la juventud tiene tantas oportunidades, tantas ofertas de espiritualidad en el mercado, y la Iglesia no puede ser solo una opción más en ese abanico. Dentro de la sociedad, los jóvenes como cristianos, también se sienten solos. Tienen la necesidad de encontrar algo que les brinde seguridad, y ahí está nuestra tarea: unir ese deseo de seguridad con el anhelo de libertad y de apertura.
ESPERANZA PARA SUPERAR LOS PROBLEMAS
-Tomando en cuenta la situación que enfrenta la Iglesia hoy en día, en un contexto marcado por las acusaciones de abusos y el alejamiento de tantas personas, ¿qué puede aprender la Iglesia de todo lo que está sucediendo?
-La Iglesia tiene que tener el coraje para aceptar y aprender que debajo de un techo que parecía tan santo hay tantas cosas malas, como el poder y todos los problemas que han surgido en torno a situaciones de abuso sexual. Esto nos demuestra que hoy necesitamos una nueva manera de manejarnos con la sexualidad y, al mismo tiempo, construir una espiritualidad que comprenda a todo el hombre y no solamente a una parte de él. Nuestra predicación debe ser más sincera, más verdadera, más valiente para asumir todos estos problemas. Mi experiencia me enseña que cuando una persona dice grandes palabras de alguna cosa, las sombras de él son muy profundas. Los abusos se deben a personas que han reprimido su parte sexual y siguen actuando como niños en esta área de su vida. Entonces, la sexualidad en ellos se hace cada día más fuerte y el individuo, más débil. Pero esto no solo ocurre en la Iglesia, sucede también en las familias, en el deporte, en el mundo del arte, en el cine. Hay muchas personas casadas que abusan de pequeños porque no hay una relación sana entre hombre y mujer.
– Y en medio de este clima de desconfianza y de desilusión que pesa sobre la Iglesia, ¿cómo se construye esperanza?, ¿cómo podemos creer que todos estos problemas van a ser superados?
– La Teología nos enseña que la esperanza es una virtud teológica. Esto quiere decir que es un regalo de Dios, pero, en cuanto virtud, también es un ejercicio mío. Gabriel Marcel escribió un libro llamado “Filosofía de la esperanza”, donde explica que la esperanza es algo muy diferente de la expectativa. Las expectativas nos pueden llevar a desilusiones y, en cambio, la esperanza no. La esperanza siempre es algo personal: yo espero algo de ti, en ti. San Pablo dice que nosotros esperamos aquello que no vemos. Nadie puede ser ni padre ni madre sin esperanza. Cuando ayudo a personas que vienen a mí con problemas, tengo que creer que, con mi trabajo y acompañamiento, vamos a encontrar juntos la manera de transformar sus heridas en perlas. La esperanza no significa cerrar los ojos a las desilusiones que hemos recibido de los hombres, de la Iglesia o de la sociedad. Pero tenemos que ser capaces de ver todo lo que ocurre y tener la esperanza de que se puede cambiar todo. Para mí es muy importante comprender que cuando celebramos la Eucaristía, estamos celebrando al mismo tiempo la muerte y la resurrección. Esa es mi idea de la esperanza: no existe aquello que no se puede cambiar. No hay ninguna oscuridad que no se pueda iluminar, ningún fracaso que no se pueda transformar en un nuevo comienzo. Ni ninguna muerte que no se pueda transformar en vida.
Rodrigo Miranda Sánchez
Prensa y comunicaciones, Editorial SAN PABLO – CHILE