4º de Cuaresma. Morado o Rosado.
Credo. Prefacio de Cuaresma.
Justos y pecadores a la mesa del Señor
La parábola de este domingo ocupa un lugar central en la revelación de la buena noticia que nos trajo Jesús: Dios es padre lleno de ternura y de misericordia. Su alegría es la conversión de su hijo e invita a todos a festejar su retorno.
Jesús desde el inicio simpatiza con los pecadores, los comprende, los perdona, los llama a cambiar y a recomenzar una nueva vida. Hoy vemos cómo el Señor, además de mostrarse misericordioso con el pecador llama al justo a hacer fiesta con él. Sucede lo que nadie espera: los pecadores lo aceptan pero los justos lo rechazan.
Los que se creen justos no pueden aceptar que Dios perdone y sea misericordioso. Se sienten estafados por un Dios que no responde a sus exigencias y derechos adquiridos por haberse portado bien. No aceptan que Dios ame gratuitamente y no proporcionalmente a los méritos, sino a la miseria.
Una persona que se reconoce pecadora y espiritualmente limitada necesita la misericordia de Dios. El que se cree justo piensa que la misericordia es para los otros porque él puede hacer valer sus méritos. Dios no hace esas distinciones e invita a su mesa a justos y pecadores.
El evangelio dice expresamente que los destinatarios de la parábola son los escribas y fariseos porque se creían justos delante de Dios y de los hombres. Jesús los invita a cambiar y a no anteponer la propia justicia humana antes que el amor y la misericordia de Dios.
Convertirse es descubrir la ternura de Dios Padre, tal como nos revela Jesús, para poder pasar de las desilusiones de la perfección personal o de las seguridades de la propia conciencia a fiarse ciegamente y en todo de Dios.
La raíz de todos los pecados es nuestra errada concepción de Dios como un supremo poder que administra méritos y castigos y no como el Papá nuestro que nos ama.
“Que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida” (Lc 15, 32).
P. Aderico Dolzani, ssp.
MOTIVACIÓN DE ENTRADA
Guía: Sean bienvenidos a celebrar este cuarto domingo de Cuaresma que nos invita a descubrir a Dios como un Padre que nos ama y, contrariamente a lo que generalmente se piensa, más aún cuando nos reconocemos pecadores.
1ª LECTURA Jos 4, 19; 5, 10-12
Guía: La misericordia y providencia de Dios con su pueblo se exterioriza acompañándolo y dándole lo necesario, en cada momento. El maná fue solo un alimento mientras Israel caminaba por el desierto.
Lectura del libro de Josué.
Después de atravesar el Jordán, los israelitas entraron en la tierra prometida el día diez del primer mes, y acamparon en Guilgal. El catorce de ese mes, por la tarde, celebraron la Pascua en la llanura de Jericó. Al día siguiente de la Pascua, comieron de los productos del país –pan sin levadura y granos tostados– ese mismo día. El maná dejó de caer al día siguiente, cuando comieron los productos del país. Ya no hubo más maná para los israelitas, y aquel año comieron los frutos de la tierra de Canaán. Palabra de Dios.
SALMO Sal 33, 2-7
R. ¡Gusten y vean que bueno es el Señor!
Bendeciré al Señor en todo tiempo, su alabanza estará siempre en mis labios. Mi alma se gloría en el Señor: que lo oigan los humildes y se alegren. R.
Glorifiquen conmigo al Señor, alabemos su Nombre todos juntos. Busqué al Señor: Él me respondió y me libró de todos mis temores. R.
Miren hacia Él y quedarán resplandecientes, y sus rostros no se avergonzarán. Este pobre hombre invocó al Señor: Él lo escuchó y lo salvó de sus angustias. R.
2ª LECTURA 2Cor 5, 17-21
Guía: San Pablo nos demuestra cómo Jesucristo transforma toda nuestra persona al reconciliarnos con Dios. En efecto, él es el rostro de la misericordia del Padre.
Lectura de la segunda carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto.
Hermanos: El que vive en Cristo es una nueva criatura: lo antiguo ha desaparecido, un ser nuevo se ha hecho presente. Y todo esto procede de Dios, que nos reconcilió con Él por intermedio de Cristo y nos confió el ministerio de la reconciliación. Porque es Dios el que estaba en Cristo, reconciliando al mundo consigo, no teniendo en cuenta los pecados de los hombres, y confiándonos la palabra de la reconciliación. Nosotros somos, entonces, embajadores de Cristo, y es Dios el que exhorta a los hombres por intermedio nuestro. Por eso, les suplicamos en nombre de Cristo: déjense reconciliar con Dios. A Aquél que no conoció el pecado, Dios lo identificó con el pecado en favor nuestro, a fin de que nosotros seamos justificados por Él. Palabra de Dios.
ACLAMACIÓN Lc 15, 18
Iré a la casa de mi padre y le diré: Padre, pequé contra el Cielo y contra ti.
EVANGELIO Lc 15, 1-3. 11-32
Guía: Jesús nos demuestra que el Padre es misericordioso acogiendo con una fiesta al hijo que vuelve a su casa. El Padre quiere que todos compartamos la fiesta del perdón.
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas.
Todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo. Pero los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: “Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos”. Jesús les dijo entonces esta parábola: “Un hombre tenía dos hijos. El menor de ellos dijo a su padre: ‘Padre, dame la parte de herencia que me corresponde’. Y el padre les repartió sus bienes. Pocos días después, el hijo menor recogió todo lo que tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó sus bienes en una vida inmoral. Ya había gastado todo, cuando sobrevino mucha miseria en aquel país, y comenzó a sufrir privaciones. Entonces se puso al servicio de uno de los habitantes de esa región, que lo envió a su campo para cuidar cerdos. Él hubiera deseado calmar su hambre con las bellotas que comían los cerdos, pero nadie se las daba. Entonces recapacitó y dijo: “¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de hambre!”. Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré: “Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros”. Entonces partió y volvió a la casa de su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente, corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó. El joven le dijo: ‘Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; no merezco ser llamado hijo tuyo’. Pero el padre dijo a sus servidores: “Traigan enseguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos, porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado”. Y comenzó la fiesta. El hijo mayor estaba en el campo. Al volver, ya cerca de la casa, oyó la música y los coros que acompañaban la danza. Y llamando a uno de los sirvientes, le preguntó qué significaba eso. Él le respondió: “Tu hermano ha regresado, y tu padre hizo matar el ternero engordado, porque lo ha recobrado sano y salvo”. Él se enojó y no quiso entrar. Su padre salió para rogarle que entrara, pero él le respondió: “Hace tantos años que te sirvo sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos. ¡Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber gastado tus bienes con mujeres, haces matar para él el ternero engordado!”. Pero el padre le dijo: “Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo. Es justo que haya fiesta y alegría, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado’”. Palabra del Señor.
PRESENTACIÓN DE LAS OFRENDAS
Guía: Con los dones del pan y del vino, frutos de la tierra y del trabajo humano, nos ofrecemos también nosotros para ser reflejos de la misericordia divina.
PREPARACIÓN A LA COMUNIÓN
Guía: La comunión con el Cuerpo de Cristo es un alimento para aprender a vivir como perdonados, siendo misericordiosos con nuestros semejantes.
DESPEDIDA
Guía: Luego de escuchar su Palabra y alimentarnos también con la Eucaristía, regresamos a nuestras actividades cotidianas decididos a expresar a los demás la misericordia que el Padre tiene con nosotros.