Viernes Santo de la Pasión del Señor. Rojo.
Ayuno y abstinencia. Colecta para los Lugares Santos.
Feriado religioso.
Jesús reina desde la cruz
Los evangelios nos recuerdan que Poncio Pilato presentó a Jesús como rey de los judíos. La inscripción en los tres idiomas oficiales de Palestina tenía el valor de una proclama oficial. Lo que no imaginó Pilato fue que ese crucificado realmente se comportaría como rey desde esa cruz: administró su reino con total soberanía y libertad, abriendo y cerrando las puertas.
Hoy, desde la cruz, reina victorioso sin que el mal y el dolor ejerzan sobre él ningún poder, tampoco sobre sus seguidores, que aceptan hasta la muerte con serenidad y sin quejas. Es el poder que reciben del rey crucificado.
Celebramos la liturgia más silenciosa del año. Comenzamos arrodillados y postrados. No hay adornos, y el altar está desnudo.
Escuchamos el relato de la pasión del Señor. Podemos hacer nuestro el antiguo himno que se cantaba en este día: “Pueblo mío, ¿qué te hice para que me crucificaras? Pueblo mío, ¿qué tendría que haber hecho que no hice?” Pasaron dos mil años desde ese viernes santo. En Jerusalén, solo se hablaba del profeta crucificado. La mayoría lo maldecía, se desinteresaba, se limitaba a una compasión o pensaba que algo había hecho y que pagaba por el delito.
En el camino al Calvario, parecía que Jesús no llegaría vivo. Se necesitaba ayuda. Recurrieron a un desconocido y pobre Cireneo. Como para indicar que la cruz la descargamos sobre el más débil. Los que deberían haberse ofrecido, como sus discípulos, estaban escondidos.
Ya muerto, solo su madre, otras piadosas mujeres, José de Arimatea y Nicodemo lo bajaron de la cruz. Los demás estaban descansando de ese día agobiante o comenzando a celebrar la Pascua.
En este Viernes santo, ¿en qué tenemos ocupadas nuestras manos y nuestros pensamientos? El Señor, rey crucificado, nos necesita.
Verán al que ellos mismos traspasaron (Jn 19, 37).
P. Aderico Dolzani, ssp.
CELEBRACIÓN DE LA PASIÓN DEL SEÑOR
Guía: Según una antigua tradición de la Iglesia, ni hoy ni mañana se celebran los Sagrados Misterios. La celebración comienza en silencio, sin cantos, mientras el sacerdote llega al altar donde se arrodilla o postra en tierra, orando en silencio. Luego nos invitará a la oración.
PRIMERA PARTE
PRIMERA LECTURA Is 52, 13—53, 12
Lectura del libro de Isaías.
Sí, mi Servidor triunfará: será exaltado y elevado a una altura muy grande. Así como muchos quedaron horrorizados a causa de él, porque estaba tan desfigurado que su aspecto no era el de un hombre y su apariencia no era más la de un ser humano, así también él asombrará a muchas naciones, y ante él los reyes cerrarán la boca, porque verán lo que nunca se les había contado y comprenderán algo que nunca habían oído. ¿Quién creyó lo que nosotros hemos oído y a quién se le reveló el brazo del Señor? Él creció como un retoño en su presencia, como una raíz que brota de una tierra árida, sin forma ni hermosura que atrajera nuestras miradas, sin un aspecto que pudiera agradamos. Despreciado, desechado por los hombres, abrumado de dolores y habituado al sufrimiento, como alguien ante quien se aparta el rostro, tan despreciado, que lo tuvimos por nada. Pero él soportaba nuestros sufrimientos y cargaba con nuestras dolencias, y nosotros lo considerábamos golpeado, herido por Dios y humillado. Él fue traspasado por nuestras rebeldías y triturado por nuestras iniquidades. El castigo que nos da la paz recayó sobre él y por sus heridas fuimos sanados. Todos andábamos errantes como ovejas, siguiendo cada uno su propio camino, y el Señor hizo recaer sobre él las iniquidades de todos nosotros. Al ser maltratado, se humillaba y ni siquiera abría su boca: como un cordero llevado al matadero, como una oveja muda ante el que la esquila, él no abría su boca. Fue detenido y juzgado injustamente, y ¿quién se preocupó de su suerte? Porque fue arrancado de la tierra de los vivientes y golpeado por las rebeldías de mi pueblo. Se le dio un sepulcro con los malhechores y una tumba con los impíos, aunque no había cometido violencia ni había engaño en su boca. El Señor quiso aplastarlo con el sufrimiento. Si ofrece su vida en sacrificio de reparación, verá su descendencia, prolongará sus días, y la voluntad del Señor se cumplirá por medio de él. A causa de tantas fatigas, él verá la luz y, al saberlo, quedará saciado. Mi Servidor justo justificará a muchos y cargará sobre sí las faltas de ellos. Por eso le daré una parte entre los grandes y él repartirá el botín junto con los poderosos. Porque expuso su vida a la muerte y fue contado entre los culpables, siendo así que llevaba el pecado de muchos e intercedía en favor de los culpables. Palabra de Dios.
SALMO Sal 30, 2. 6. 12-13. 15-17. 25
R. Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.
Yo me refugio en ti, Señor, ¡que nunca me vea defraudado! Yo pongo mi vida en tus manos: Tú me rescatarás, Señor, Dios fiel. R.
Soy la burla de todos mis enemigos y la irrisión de mis propios vecinos; para mis amigos soy motivo de espanto, los que me ven por la calle huyen de mí. Como un muerto, he caído en el olvido, me he convertido en una cosa inútil. R.
Pero yo confío en ti, Señor, y te digo: “Tú eres mi Dios, mi destino está en tus manos”. Líbrame del poder de mis enemigos, y de aquéllos que me persiguen. R.
Que brille tu rostro sobre tu servidor, sálvame por tu misericordia. Sean fuertes y valerosos, todos los que esperan en el Señor. R.
SEGUNDA LECTURA Heb 4, 14-16; 5, 7-9
Lectura de la carta a los Hebreos.
Hermanos: Ya que tenemos en Jesús, el Hijo de Dios, un Sumo Sacerdote insigne que penetró en el cielo, permanezcamos firmes en la confesión de nuestra fe. Porque no tenemos un Sumo Sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades; al contrario él fue sometido a las mismas pruebas que nosotros, a excepción del pecado. Vayamos, entonces, confiadamente al trono de la gracia, a fin de obtener misericordia y alcanzar la gracia de un auxilio oportuno. Él dirigió durante su vida terrena súplicas y plegarias, con fuertes gritos y lágrimas, a Aquél que podía salvarlo de la muerte, y fue escuchado por su humilde sumisión. Y, aunque era Hijo de Dios, aprendió, por medio de sus propios sufrimientos qué significa obedecer. De este modo, Él alcanzó la perfección y llegó a ser causa de salvación eterna para todos los que le obedecen. Palabra de Dios.
ACLAMACIÓN Flp 2, 8-9
Cristo se humilló por nosotros hasta aceptar por obediencia la muerte, y muerte de cruz. Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre.
EVANGELIO Jn 18, 1—19, 42
ORACIÓN UNIVERSAL
La Liturgia de la Palabra concluye con la oración universal que se hace de este modo: el diácono o, en su ausencia, un laico, desde el ambón, dice la invitación que expresa la intención; después todos oran en silencio durante unos momentos y, seguidamente, el sacerdote, desde la sede o desde el altar, con las manos extendidas, reza la oración. Los fieles pueden permanecer de rodillas o de pie durante toda la oración.
I. POR LA SANTA IGLESIA
Oremos, queridos hermanos, por la santa Iglesia de Dios, para que nuestro Dios y Señor le conceda la paz y la unidad, se digne protegerla en toda la tierra y nos conceda glorificarlo con una vida calma y serena.
Oración en silencio. Prosigue el sacerdote, con las manos extendidas:
Dios todopoderoso y eterno, que en Cristo has revelado tu gloria a todas las naciones: protege la obra de tu misericordia, para que la Iglesia, extendida por toda la tierra, persevere con fe inquebrantable en la confesión de tu Nombre. Por Jesucristo, nuestro Señor. R. Amén.
II. POR EL PAPA
Oremos también por nuestro santo Padre, el Papa N., para que Dios nuestro Señor, que lo llamó al orden episcopal, lo asista y proteja en bien de su Iglesia, para gobernar al pueblo santo de Dios.
Oración en silencio. Prosigue el sacerdote, con las manos extendidas:
Dios todopoderoso y eterno, con tu sabiduría ordenas todas las cosas; escucha nuestra oración y protege con amor al Papa que nos diste, para que el pueblo cristiano que tú gobiernas progrese siempre en la fe, guiado por su pastor. Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.
III. POR EL PUEBLO DE DIOS Y SUS MINISTROS
Oremos también por nuestro obispo N., por todos los obispos, presbíteros y diáconos de la Iglesia, y por todo el pueblo santo de Dios.
Oración en silencio. Prosigue el sacerdote, con las manos extendidas:
Dios todopoderoso y eterno, que con tu Espíritu santificas y gobiernas a la Iglesia, escucha nuestras súplicas por tus ministros para que, con ayuda de la gracia, todos te sirvan con fidelidad. Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.
IV. POR LOS CATECÚMENOS
Oremos también por (nuestros) los catecúmenos, para que Dios nuestro Señor abra los oídos de sus corazones y les manifieste su misericordia, de manera que, perdonados sus pecados por medio del agua bautismal, sean incorporados a Jesucristo.
Oración en silencio. Prosigue el sacerdote, con las manos extendidas:
Dios todopoderoso y eterno, que fecundas sin cesar a tu Iglesia con nuevos miembros; acrecienta la fe y la sabiduría de (nuestros) los catecúmenos, para que, renacidos en la fuente bautismal, sean contados entre tus hijos. Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.
V. POR LA UNIDAD DE LOS CRISTIANOS
Oremos también por todos nuestros hermanos que creen en Cristo; para que Dios nuestro Señor reúna y conserve en su única Iglesia a quienes procuran vivir en la verdad.
Oración en silencio. Prosigue el sacerdote, con las manos extendidas:
Dios todopoderoso y eterno, que congregas a quienes están dispersos y conservas en la comunión a quienes ya están unidos, mira con bondad el rebaño de tu Hijo, para que la integridad de la fe y el vínculo de la caridad reúnan a los que han sido consagrados por el único bautismo. Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.
VI. POR LOS JUDÍOS
Oremos también por el pueblo judío, a quien Dios nuestro Señor habló primero, para que se acreciente en ellos el amor de su Nombre y la fidelidad a su alianza.
Oración en silencio. Prosigue el sacerdote, con las manos extendidas:
Dios todopoderoso y eterno, que confiaste tus promesas a Abraham y a su descendencia, escucha con bondad las súplicas de tu Iglesia, para que el pueblo de la primera Alianza llegue a la plenitud de la salvación. Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.
VII. POR QUIENES NO CREEN EN CRISTO
Oremos igualmente por quienes no creen en Cristo, ara que, iluminados por el Espíritu Santo, puedan también encontrar el camino de la salvación.
Oración en silencio. Prosigue el sacerdote, con las manos extendidas:
Dios todopoderoso y eterno, concede a quienes no creen en Cristo que, viviendo en tu presencia con sinceridad de corazón, encuentren la verdad; y a nosotros, ayúdanos a progresar en la caridad fraterna y en el deseo de conocerte mejor, para ser ante el mundo, testigos más auténticos de tu amor. Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.
VIII. POR QUIENES NO CREEN EN DIOS
Oremos también por quienes no conocen a Dios, para que, buscando con sinceridad lo que es recto, puedan llegar hasta él.
Oración en silencio. Prosigue el sacerdote, con las manos extendidas:
Dios todopoderoso y eterno, tú has creado al hombre para que te buscara con ansia y hallara reposo al encontrarte; concede que todos, aun en medio de las dificultades, por los signos de tu amor y el testimonio de los creyentes, se alegren al reconocerte como único Dios verdadero y Padre de todos los hombres. Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.
IX. POR LOS GOBERNANTES
Oremos también por los gobernantes de las naciones, para que Dios nuestro Señor guíe sus mentes y sus corazones, según su voluntad, hacia la paz verdadera y la libertad de todos.
Oración en silencio. Prosigue el sacerdote, con las manos extendidas:
Dios todopoderoso y eterno, en cuyas manos están los corazones de los hombres y los derechos de las naciones, asiste con bondad a nuestros gobernantes para que, con tu protección, afiancen en toda la tierra la prosperidad de los pueblos, la paz duradera y la libertad religiosa. Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.
X. POR LOS QUE SUFREN
Oremos, hermanos, a Dios Padre todopoderoso por todos los que sufren las consecuencias del pecado en el mundo, para que aleje las enfermedades, alimente a los que tienen hambre, redima a los encarcelados, libere de la injusticia a los oprimidos, dé seguridad a los viajeros, conceda el regreso a los ausentes, la salud a los enfermos y la salvación a los moribundos.
Oración en silencio. Prosigue el sacerdote, con las manos extendidas:
Dios todopoderoso y eterno, consuelo de los afligidos y fuerza de los atribulados, lleguen hasta ti las súplicas de los que te invocan en cualquier necesidad, para que puedan alegrarse al experimentar la cercanía de tu misericordia. Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.
ADORACIÓN DE LA SANTA CRUZ
Para adorar la Cruz, se acerca primero el sacerdote, habiéndose quitado la casulla y el calzado, si es oportuno. Después se acercan procesionalmente el clero, los ministros laicos y los fieles, y veneran la Cruz con una genuflexión simple o con algún otro signo adecuado según la costumbre del lugar, por ejemplo, besando la cruz.
Mientras se realiza la adoración de la Cruz, se canta la antífona Señor, adoramos tu Cruz, los Improperios, el himno Ésta es la Cruz de nuestra fe, u otro canto adecuado. Los fieles, luego de venerar la Cruz, regresan a sus lugares y se sientan.
SAGRADA COMUNIÓN
Sobre el altar se extiende el mantel y se colocan el corporal y el Misal. Luego el diácono o, en su defecto, el mismo sacerdote, con el velo humeral trae el Santísimo Sacramento desde el lugar de la reserva, mientras todos permanecen de pie y en silencio. El sacerdote invita al pueblo a rezar el Padre nuestro, y luego sigue el rito normal hasta la distribución de la Comunión a los fieles.