Santa María junto a la Cruz. Blanco.
No se dice Gloria. Prefacio propio. Día penitencial, abstinencia.
Reseña
Siguiendo las indicaciones litúrgicas en este viernes, de la quinta semana de Cuaresma, proponemos la misa votiva de la Virgen junto a la cruz, donde encontramos a Jesús por entregar su vida al Padre por nuestra salvación. Observamos además el dolor que solo una madre puede tener por un hijo moribundo. Es un anticipo litúrgico del recuerdo que se tendrá el Viernes Santo donde, luego de adorar la cruz, se contemplará este ícono de “la nueva Eva, sostenida por la fe, fortalecida por la esperanza y llena de amor… modelo para toda la Iglesia” (Misal, pág. 256).
LECTURA Heb 5, 7-9
Lectura de la carta a los Hebreos.
Cristo dirigió, durante su vida terrena, súplicas y plegarias, con fuertes gritos y lágrimas a Aquel que podía salvarlo de la muerte, y fue escuchado por su humilde sumisión. Y, aunque era Hijo de Dios, aprendió por medio de sus propios sufrimientos qué significa obedecer. De este modo, Él alcanzó la perfección y llegó a ser causa de salvación eterna para todos los que le obedecen. Palabra de Dios.
Comentario: Desde la cruz, y a punto de entregar su vida, Jesús nos enseña a obedecer al Padre hasta el final, poniéndose en sus manos y confiando en él. Su madre y madre nuestra, la Virgen María, lo acompaña en el dolor y en la entrega fiel.
SALMO Sal 30, 2-6. 15-16. 20
R. ¡Sálvame, Señor, por tu misericordia!
Yo me refugio en ti, Señor, ¡que nunca me vea defraudado! Líbrame, por tu justicia; inclina tu oído hacia mí y ven pronto a socorrerme. R.
Sé para mí una roca protectora, un baluarte donde me encuentre a salvo, porque Tú eres mi Roca y mi baluarte: por tu Nombre, guíame y condúceme. R.
Sácame de la red que me han tendido, porque Tú eres mi refugio. Yo pongo mi vida en tus manos: Tú me rescatarás, Señor, Dios fiel. R.
Pero yo confío en ti, Señor, y te digo: “Tú eres mi Dios, mi destino está en tus manos”. Líbrame del poder de mis enemigos y de aquellos que me persiguen. R.
¡Qué grande es tu bondad, Señor! Tú la reservas para tus fieles; y la brindas a los que se refugian en ti, en la presencia de todos. R.
SECUENCIA (optativa)
Se encontraba la Madre dolorosa junto a la cruz, llorando, en que el Hijo moría, suspendido.
Con el alma dolida y suspirando, sumida en la tristeza, que traspasa el acero de una espada.
Qué afligida y qué triste se encontraba, de pie aquella bendita Madre del Hijo único de Dios.
Cuánto se dolía y padecía esa piadosa Madre, contemplando las penas de su Hijo.
¿A qué hombre no va a hacer llorar, el mirar a la Madre de Cristo en un suplicio tan tremendo?
¿Quién es el que podrá no entristecerse de contemplar tan solo a esta Madre que sufre con su Hijo?
Ella vio a Jesús en los tormentos, sometido al flagelo, por cargar los pecados de su pueblo.
Y vio cómo muriendo abandonado, aquél, su dulce Hijo, entregaba su espíritu a los hombres.
Madre, fuente de amor, que yo sienta tu dolor, para que llore contigo.
Que arda mi corazón en el amor de Cristo, mi Dios, para que pueda agradarle.
Madre santa, imprime fuertemente en mi corazón las llagas de Jesús crucificado.
Que yo pueda compartir las penas de tu Hijo, que tanto padeció por mí.
Que pueda llorar contigo, condoliéndome de Cristo todo el tiempo de mi vida.
Quiero estar a tu lado y asociarme a ti en el llanto, junto a la cruz de tu Hijo.
Virgen, la más santa de las vírgenes, no seas dura conmigo: que siempre llore contigo.
Que pueda morir con Cristo y participar de su pasión, reviviendo sus dolores.
Hiéreme con sus heridas, embriágame con la sangre por Él derramada en la cruz.
Para que no arda eternamente, defiéndeme, Virgen, en el día del Juicio.
Jesús, en la hora final, concédeme, por tu madre, la palma de la victoria.
Cuando llegue mi muerte, yo te pido, oh Cristo, por tu madre, alcanzar la victoria eterna.
ALELUIA
Aleluia. ¡Feliz de ti, santa María Virgen, porque, sin morir, has merecido la palma del martirio, junto a la cruz del Señor! Aleluia.
EVANGELIO Jn 19, 25-27
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan.
Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre, con su hermana María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a su madre y cerca de ella al discípulo a quien Él amaba, Jesús le dijo: “Mujer, aquí tienes a tu hijo”. Luego dijo al discípulo: “Aquí tienes a tu madre”. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como suya. Palabra del Señor.
Comentario: María estuvo siempre en el lugar justo que Dios le había asignado. Así fue permanente, y ahora la encontramos en el instante supremo de la cruz, recibiendo a los discípulos como una herencia. Desde allí y hasta hoy, todo los que creemos en Jesús la tenemos como modelo de fe y como madre.