Fredy Peña T., ssp
San Juan presenta la aparición de Jesús resucitado a orillas del lago de Tiberíades. De este modo, confirma que el Señor no se ha alejado de los suyos, sino que se muestra cercano y amigo. Además, queda patente el encargo que Jesús hace a Pedro por su rebaño: ‘Apacienta mis corderos’. Toda la escena se encuentra plasmada por el simbolismo propio de la eucaristía que conlleva necesariamente a una comunión entre Jesús y sus discípulos, lo que se prolonga incluso después de la resurrección.
Es desde esta comunión que la comunidad cristiana tiene como desafío llevar el “testimonio” del Cristo resucitado a todos. No obstante, para eso necesita ser fiel a los criterios o principios del propio Jesús y de su Palabra. Como creyentes tenemos el gran reto de vivir una experiencia de fe no solo personal con Dios, sino también comunitaria. De manera que se transmita una “nueva” forma de pensar, ya no con los criterios de este mundo, sino en sintonía con Dios. Curiosamente, siempre estamos más preocupados de cómo “piensa el común” de las personas o cómo nos ven los demás, pero no cómo nos piensa y ve Dios.
Sin duda que Dios siempre espera que confiemos en Él y todo lo que hacemos en su nombre solo es gracia o don. No obstante, su cooperación es importante. El evangelio enfatiza que “esa noche no pescaron nada…”; Pedro sabe muy bien que pescar por la mañana es tarea inútil. Sin embargo, por medio de la Palabra de Dios, los discípulos realizan una pesca asombrosa. Pedro constata el poder de Jesús y gana su admiración y respeto. Pero todavía no entiende su rol de pastor y de custodiar al rebaño. Porque únicamente en la fidelidad a Jesús y a su obra, todo el que ejerce un ministerio de liderazgo en la comunidad encuentra su fuente y sustento en quien es por antonomasia el pastor resucitado, Cristo.
“‘Señor, tú lo sabes todo; sabes que te quiero’. Jesús le dijo: ‘Apacienta mis ovejas’” (Jn 21, 17).