Fredy Peña T., ssp
El Señor se presenta a los discípulos en un lugar indeterminado, con las puertas cerradas, se pone en medio de ellos y les da su paz e insufla su Espíritu: “Reciban el Espíritu Santo…”. Dios, por medio de Jesucristo, es el principal artífice de la evangelización del mundo; pero Cristo mismo ha querido transmitir a la Iglesia su misión, y continúa haciéndolo hasta el final de los tiempos. Por eso, a partir de su resurrección, Jesús es la noticia más importante de todo el evangelio y quienes crean en él deberán amarlo en Espíritu y en verdad.
Dice el evangelio que en la primera aparición no estaba presente santo Tomás, pero en esta segunda Jesús los sorprende, a pesar del temor de estos y su falta de fe. El Señor continúa confiando en los discípulos y los dirige hacia la misión: “vayan por todo el mundo y…”. De ahí, la importancia de que reciban el Espíritu que fortalecerá su fe, esperanza y caridad, para que tomen conciencia de que el don recibido no es para vivirlo de manera intimista sino para dar señales de la misericordia y el amor de Dios.
Sorprende, en esta segunda aparición del Señor, sobre todo al constatar la reacción de santo Tomás, “Señor y Dios mío”, su resistencia para creer lo que los discípulos habían visto, es como la de aquel que aún no ha dado un salto cualitativo en la fe, pues todavía su fe es débil. Es decir, esta fe aún no nace de la experiencia de amor de la comunidad, sino que depende de signos portentosos “Si no veo… si no toco…”. Es la cerrazón del corazón que no permite abrirnos al amor del resucitado. Si Jesús se deja tocar las llagas es porque los discípulos deben palparlo para ser testigos de su resurrección y dar a conocer esa experiencia de “encuentro” con él. Porque, a partir de este momento, la comunidad de los discípulos no consiste únicamente en los Doce reunidos en aquel tiempo, sino en todo aquel discípulo que tenga fe en la resurrección del Señor, aunque no lo haya visto sensiblemente.
“Luego dijo a Tomás: ‘Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe’” (Jn 20, 27).
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