Gloria. Secuencia (optativa). Prefacio de Pascua I.
Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones.
Lectura de los Hechos de los Apóstoles.
El día de Pentecostés, Pedro dijo a lo judíos: “Todo el pueblo de Israel debe reconocer que a ese Jesús que ustedes crucificaron, Dios lo ha hecho Señor y Mesías”. Al oír estas cosas, todos se conmovieron profundamente, y dijeron a Pedro y a los otros Apóstoles: “Hermanos, ¿qué debemos hacer?”. Pedro les respondió: “Que cada uno de ustedes se convierta y se haga bautizar en el Nombre de Jesucristo para que les sean perdonados los pecados, y así recibirán el don del Espíritu Santo. Porque la promesa ha sido hecha a ustedes y a sus hijos, y a todos aquéllos que están lejos: a cuantos el Señor, nuestro Dios, quiera llamar”. Y con muchos otros argumentos les daba testimonio y los exhortaba a que se pusieran a salvo de esta generación perversa. Los que recibieron su palabra se hicieron bautizar; y ese día se unieron a ellos alrededor de tres mil. Palabra de Dios.
Comentario: San Pedro hace una triple invitación: a la conversión, recepción del bautismo y promesa del Espíritu. Su discurso es claro, el arrepentimiento-conversión se manifiesta en la recepción del bautismo. Siempre la conversión nos exhorta a reconocer nuestras faltas, arrepentirnos del mal causado y pedir perdón a Dios y a nuestros semejantes.
R. La tierra está llena del amor del Señor.
La palabra del Señor es recta y Él obra siempre con lealtad; Él ama la justicia y el derecho, y la tierra está llena de su amor. R.
Los ojos del Señor están fijos sobre sus fieles, sobre los que esperan en su misericordia, para librar sus vidas de la muerte y sustentarlos en el tiempo de indigencia. R.
Nuestra alma espera en el Señor; Él es nuestra ayuda y nuestro escudo. Señor, que tu amor descienda sobre nosotros, conforme a la esperanza que tenemos en ti. R.
Aleluia. Éste es el día que hizo el Señor: alegrémonos y regocijémonos en él. Aleluia.
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan.
María se había quedado afuera, llorando junto al sepulcro. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio a dos ángeles vestidos de blanco, sentados uno a la cabecera y otro a los pies del lugar donde había sido puesto el cuerpo de Jesús. Ellos le dijeron: “Mujer, ¿por qué lloras?”. María respondió: “Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto”. Al decir esto se dio vuelta y vio a Jesús, que estaba allí, pero no lo reconoció. Jesús le preguntó: “Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?”. Ella, pensando que era el cuidador del huerto, le respondió: “Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo iré a buscarlo”. Jesús le dijo: “¡María!”. Ella lo reconoció y le dijo en hebreo: “¡Raboní!”, es decir, “¡Maestro!”. Jesús le dijo: “No me retengas, porque todavía no he subido al Padre. Ve a decir a mis hermanos: «Subo a mi Padre y Padre de ustedes; a mi Dios y Dios de ustedes»”. María Magdalena fue a anunciar a los discípulos que había visto al Señor y que Él le había dicho esas palabras. Palabra del Señor.
Comentario: Sin duda que María realiza un acto de adoración total al percatarse de quién era el que le hablaba. Su gesto acentúa, quizá, un acto de amor sublime, personal e íntimo, pues reconoció que era el Señor resucitado. En la situación en que nos hallemos, Dios sale a nuestro encuentro y nos envía a comunicar la alegría del evangelio. ¿Lo reconocemos en las personas y en los acontecimientos de cada día?