(Transcripción de entrevista)
Hoy recordaremos el aniversario del Bautismo de Sangre de la actual ciudad de Purén. Y es sobre ello de lo que hoy vamos a entrevistar al profesor Hernán Cartes. ¡Por favor le escuchamos!
-No olvidemos que el año 1868 fue de una situación muy crítica para Purén y Araucanía Norte, pues Quilapán, lonko superior de los wenteches, a quien se le subordinaban los lafquenches al sur de Tirúa y araucanos huilliches naturales desde el río Cautín al río Toltén. Quilapán continuaba con los ideales contraído por su padre el lonko Mañil Huenu en el Parlamento de Negrete de 1803, entre los españoles y algunas parcialidades araucanas, menos los araucanos gnache o abajinos, nosotros que éramos patriotas. Esas otras parcialidades se aliaron a los enemigos de la patria, España. Ello origina durante la Independencia lo que se conoce como Guerra a Muerte, hasta 1832. Y ante esta realidad la Araucanía Norte sufría acciones de guerra muy cruentas. En Purén, el 12 de noviembre de 1868, dos grandes y destacados lonkos -ese mismo día antes del amanecer-, sufren el ataque de fuerzas enviadas por Quilapán, resultando muerto el poderoso pero muy anciano y enfermo lonko Ambrosio Pinoleo, apodado como Huinka Pinoleo, por sus ojos verdes y cabello claro. En Pichi Loncoyán actual cae asesinado junto a casi todos los suyos, menos dos de sus hijas y su hijo que era oficial del ejército de Chile y se encontraban en Los Ángeles. El otro fue el lonko superior natural de Lolonko, llamado Lonko Juan Catrileo, quien gracias a un centinela o chumay, tuvo media hora para ordenar a sus mujeres, niños y ancianos a la ribera del río Purén, selvas arribas, y él, por orden de los ancianos, cruza a mata caballo la cordillera de Nahuelbuta hacia Tucapel, hoy Cañete, en busca de auxilio, y allí es recibido por don Cornelio Saavedra mientras se realizaba un Parlamento con los lafquenches nortinos. Se ordena ir en apoyo de Purén, pero dada la realidad crítica, ello se retrasó en 11 días. Y, acá, en Purén era tremendamente difícil la situación y los chilenos rurales se reunían en el Viejo Purén, hoy Pangueco. Mientras, el batallón de Cívico se preparaba en el Fuerte San Salvador de Coya. Seis días después, el 18 de noviembre de 1868, en la localidad llamada La Centinela, tropas chilenas al mando de don Pedro Lagos, marchan desde Angol en defensa de los pureninos y ahí, en el kilómetro seis de la ruta actual de Purén a Los Sauces, son asaltadas por tropas enviadas por Quilapán, siendo derrotados los weichafes. El día 24 de noviembre finalmente se pudo movilizar el Séptimo de Línea, conformado por 250 soldados al mando de don Mauricio Muñoz y Catrileo, desde Tucapel, hoy Cañete, hacia Purén. Y, a partir del 25 de noviembre, se cumple, después de un Consejo de guerra en el Viejo Purén o Nahuelco, el traslado a una nueva ubicación estratégica y militarmente más favorable en defensa, y para ello participan Catrileo y su segundo en el mando, Jacinto Caniupán, junto al ingeniero Tromén.
Ya trasladado Purén desde su primitiva ubicación en Pangueco, a partir del 25 de noviembre. El cinco de diciembre de 1868 fue un día de descanso, pues muchos de los residentes en el nuevo poblado celebraban el “levantamiento de los tijerales en sus nuevas viviendas con banderas chilenas izadas”, tal es la tradición que se mantiene hasta hoy, siendo un día de fiesta con mucho mosto, mastique y música. Más, el traslado de Purén y su Fuerte desde su asiento primitivo al actual fue un gran trabajo y tuvo una enorme ayuda de parte de todos los lonkos que aportaron mocetones con sus herramientas y medios de transporte, como carretas con bueyes. Pero el araucano wenteche y el araucano huilliche y sus aliados lafquenches, al sur de Tirúa, todos bajo el mando de Quilapán, descendiente de padre Mañil Huenu, no celebraban la llegada de los soldados chilenos a Purén, mucho menos por venir en apoyo y además acompañados por Juan Catrileo, lonko máximo de Purén; estos enemigos, por el contrario, avanzaban sigilosamente durante las horas nocturnas, manteniéndose siempre agazapados u ocultos durante el día solar, sea en los temidos Pajonales del Valle de Purén o en la selva de la cordillera de Nahuelbuta. Estos enemigos de Purén y enemigos de Lumaco, cual ave rapaz que atisba a su presa a través de sus agentes, preferentemente ancianos y mujeres mayores. Además, como les es característico, estaban preparándose para dar el asalto al nuevo pueblo y a su Fuerte. Estos asaltantes reutilizaban la estrategia adquirida durante la Guerra a Muerte, cuando fueron aliados de los españoles. Esta consistía en distraer la atención y atemorizar a quienes serían asaltados, provocando en forma sistemática grandes incendios en los bosques aledaños a los poblados o haciendas, quemando también los sembradíos. A la vez, ocasionaban asaltos a gente indefensa -especialmente campesinos-, asesinando a todos y robándose a las niñas y mujeres jóvenes. Y, algo muy distinto a los conas araucanos nagches, los soldados por ellos llamados weichafes se pintaban el rostro y torso, para evitar ser reconocidos, mostrando facciones terroríficas. Estos se hacían llamar “Caras Planas”.
¿Profesor, con la presencia de las tropas chilenas entonces, no se logra la paz deseada? ¿Tan poderosos son los enemigos?
R.- No del todo, pues Quilapán sabe que los jefes militares del ejército de Chile y los batallones Cívicos como el de Purén, e igualmente los lonkos araucanos gnache, tienen una orden superior y esta es de evitar, en lo posible, todo derramamiento de sangre innecesario entre hermanos de sangre. Ello es un gran punto a su favor, ante la impunidad con la que actúan. Más, lo tenso del momento, el peligro latente, se notaba en el ambiente, como que algo se venía preparando en forma oculta y no precisamente de paz. Entonces, más rápido que lo esperado, tropas araucanas sureñas huilliches y arribanas o wenteches, junto a lafquenches sureños, por orden de Quilapán, avanzaron sobre Purén, con la creencia de que tendrían el apoyo logístico del disidente lonko lugareño Luis Marileo Colipí, quien no se debe confundir con su primo José Luis Marileo Colipí, quien era un gran patriota al igual que el toki Colipí, fallecido en 1850. Y, obviamente, ello era un riesgo muy grande. Lo que no sabían los pureninos es que la concentración de tropas se había hecho sigilosamente en la alta cordillera, en un sector de profundas quebradas y de una selva casi impenetrable, entre Melinchique y Licauquén, poco más allá, al surponiente de Purén, de manera que su presencia no fuera detectada desde la ciudad y el actual Fuerte de Purén. En el plazo de dos días se habían reunido aproximadamente 1.500 weichafes, entre infantería y caballería, y en la noche precedente al ataque pernoctaron en el cerro llamado “Camino de los indios” -ubicado al poniente inmediato del cerro en el cual hoy está la Central de Agua Potable. Al amanecer del día seis de diciembre, un chumay de apellido Reuca, del sector hoy conocido como Buchahueico, por orden del lonko Demuleo estaba ubicado como chumai o centinela en un lugar alto con una amplia visión hacia el horizonte, y desde ahí detectó un gran batallón de caballería y a sus jinetes con pintura de guerra. Lo informó de inmediato al jefe de la Plaza de Purén. Don Mauricio Muñoz, comandante de la dotación de 250 soldados, estableció de inmediato centinelas de imaginaria en lugares estratégicos y le pidió a Catrileo cubrir con chumay o centinelas a los rapahues o morros, ubicados en la cima de las colinas que se incrustan en tierras bajas o vegas, plenas de humedales llamadas los Pajonales desde Purén a Lumaco. A estos se les ordenó alerta máxima. A eso de las 10 horas del día seis se llamó a un Consejo de Guerra, con los oficiales de línea y los oficiales cívicos, además de Catrileo y Caniupán. Ese día hubo un ajetreo nervioso e inusitado y esa noche se durmió con el arma al brazo, pues se establecieron las líneas de defensas, tanto de los soldados de línea, conas y Cívicos Movilizados o Lleulles. Catrileo ordenó a los restantes lonkos estar a la expectativa y armas al brazo en sus respectivas localidades, y que las mujeres y niños fueran protegidos por los ancianos en el Fuerte donde habría un hospital de sangre. En el poblado, por la noche, se optó por levantar barricadas en las cuatro esquinas de la Plaza de Armas; una línea de vanguardia de infantería a la altura de la actual calle Valdivia; un pelotón de caballería al pie del Fuerte en la intersección de calles Gamboa con Nahuelco; veinte infantes a la altura del actual Cementerio Municipal, frente a la entrada principal; y otro batallón de caballería en el flanco poniente del poblado, en la actual calle Tromén. Una línea defensiva de sesenta infantes a la altura de calle Villagra con Tromén. Un grupo de veinte Cantineras o mujeres voluntarias armadas como todo combatiente, hasta con el corvo de combate, tenían la misión de socorrer y vendar a los heridos, y tomar las armas si era necesario. La retaguardia en la Plaza de Armas estaba formada por cívicos, conas nagches y 25 soldados de línea. El comandante y su estado mayor se ubicaron junto a ochenta infantes en el lugar de la actual parroquia. Se ordenó clavar en alto un mástil con la bandera de Chile, tanto en el Fuerte como en la Plaza de Armas, con un crespón negro como señal de morir antes que rendirse. El comandante cívico don Toribio Anabalón y el Subdelegado don Anselmo Unzueta, respectivamente; la disposición fue que, al entrar en contacto con el enemigo se debía dar el primer golpe en una cerrada carga a bayoneta calada. Y el resto de los cívicos de caballería estaba bajo las órdenes del teniente cívico don Rudecindo Varela. Mujeres jóvenes voluntarias, varones adolescentes y ancianos capaces de coger un fusil y llevar en su diestra un corvo, fueron designados custodios del Fuerte, bajo la orden de morir antes de que pase un enemigo. Y, desde la altura tras los muros, al son de clarín, deberían atraer la atención de los atacantes cual si todos los soldados estuvieren resguardado al Fuerte, esperando el asalto incluso encendiendo fogatas interiores que derramaban luz y humo en la noche del día seis al siete de diciembre. Más transcurrió la noche y nada sucedió. Pero, durante las tinieblas nocturnas, los defensores de Purén tomaron posesión de los lugares previamente señalados y, en el más absoluto silencio y ya todo dispuesto, con la convicción absoluta de vender cara su vida en la defensa de Purén. Pues, llegado el amanecer del siete de diciembre, allá al sur, el cerro Camino de Los Indios se vió coronado de weichafes enemigos y a su caballería que se desplazaba falda abajo hacia el Cajón de Pailán y, desde allí, muy pronto avanzarían por la ribera del río hasta lo que es hoy el extremo sur de calle Imperial. En esta ubicación tomaron posición de batalla con sus evoluciones y cánticos característicos. La infantería de huilliches y wenteches desciendió aullante cerro abajo y tomó posiciones en las casas de Jacinto Caniupán, a las que incendian y reducen a escombros, saqueando o robando todo cuanto encontraban a su paso. Las mujeres, niños y ancianos de Caniupán, al igual que sus pares del poblado, estaban protegidas al interior del Fuerte.
Don Mauricio Muñoz, hombre previsor y soldado experimentado, había ordenado desayunar al alba, es decir, cuando viene el nuevo día. Siendo Purén una población acostumbrada a combatir, cada uno ya tenía en sus mochilas las raciones de combate, que consistían en una bolsa de harina tostada, cuatro huevos duros cocidos, una tajada de charqui de vacuno, una tortilla de rescoldo, algo de merkén, una cantimplora de agua y otra con un litro de aguardiente, un vaso de latón de medio litro y una cuchara del mismo material, entre otras cosas que el soldado, por propia iniciativa, llevaba siempre consigo. Y adherido a la cintura, el corvo.
El jefe chileno, al ver el desplazamiento del enemigo ordenó al son con un llamado silencioso de atención, y se vió a los oficiales correr a tomar sus posiciones frente a sus hombres. Los infantes calaban bayonetas en sus fusiles y los de caballería tenían en su diestra lanzas o sables, según su batallón, y todos llevaban al cinto el temible corvo de combate del soldado chileno. Lo que deseo añadir es que las tropas pureninas en silencio habían escuchado la arenga que les indicaba que de su valor dependía la vida de los niños, mujeres , ancianos y de la soberanía patria en dicho lugar, y al término de la misma un coro grandioso respondió con el grito de guerra del soldado chileno: ¡viva Chile, mierda! Y, teniendo al enemigo a unas cinco cuadras de distancia, la banda del Séptimo de Línea, seis hombres ubicados en el Fuerte, elevaron los sones de una marcha que marcó el paso de los soldados.
Los instrumentos de los weichafes, como el kull kui, trutrucas y cultrunes, daban el ritmo de marcha a los suyos. Un estruendo ensordecedor -cual un trueno- era su griterío, sintiéndose seguros dado el superior número de sus fuerzas. Con arrojo se lanzaron sobre los defensores en una carga suicida, pues fueron recibidos con la punta de las bayonetas. La lucha se prolongó en las calles Almagro y Villagra, siendo el momento en que el capitán Anabalón volvía con los suyos a calle Villagra, sin mirar que había dejado una estela de muerte entre los adversarios, cumpliendo la consigna aquella que reza: “La caballería chilena pasa por donde pasa el viento! ¡No toma prisioneros, los mata!”. Ahora sí los centauros eran encabezados por el mismo demonio, decían con admiración los soldados por su capitán. De pronto, sus subalternos vieron que se le ha quebrado el sable. Entonces, inclinando su cuerpo desde la montura y con la diestra a ras del suelo, cogió una lanza enemiga y la sostuvo. Casi tendido en su cabalgadura, pues este noble animal, que es un potro mulato soberbio, era como si participara de la furia bélica de su jinete. La lucha era apocalíptica y terriblemente sangrienta. Los ayes de los caídos, el tronar de los fusiles, el golpeteo de los cascos de las cabalgaduras en el suelo eran atronadores, junto a los relinchos de dolor de las nobles bestias. Sobre este ruido se sobreponían las órdenes de mando de los oficiales y las voces de los soldados que se animaban los unos a los otros. Allá a la distancia, en la altura el Fuerte, las madres cubrían con sus manitos los ojos de sus niños pequeños, llorando y rezando. Desde esa altura se observaba un cuadro dantesco, difícil de describir. Tras los muros del Fuerte, los heridos y los ancianos sufrían por no estar combatiendo. Allá, en el bajo, en lo que es el poblado, era el escenario donde se desarrollaba un cuadro espeluznante de muerte, porque en la guerra afloran los peores instintos del ser humano. Las acciones se extendían por casi dos horas, y las calles y sitios del poblado se encontraban sembradas de heridos y muertos. Muchas casas quemadas y saqueadas y las cantineras pureninas cumplían su doloroso deber de mitigar el dolor, pero ellas, si la situación lo ameritaba, también cogían el fusil no solo para defender su vida, sino también la del soldado que atendían. Así es la mujer chilena en un campo de batalla.
Los atacantes habían sufrido muchas bajas, y se replegaron momentáneamente al sur del cementerio del lof Jacinto Caniupán y allí se reorganizaron. Este lugar era una zona de matorrales bajos flanqueada al sur por el río Pailán, al pie del cerro Santa Elena. Los pureninos, por su parte, se reagruparon replegándose a la Plaza de Armas, y en ese momento de respiro, se les permitió satisfacer la sed y el hambre. Algunos se tendieron e intercambiaban expresiones de socarrona camaradería, más muy pronto el clarín nuevamente llamó a entrar en acción, pero quien tomó la iniciativa fue la infantería bajo la orden misma de don Mauricio Muñoz, teniendo en uno de los flancos a los temibles jinetes araucanos, conas pureninos, al mando de Catrileo y su segundo, Jacinto Caniupán, y en el otro costado, al teniente Rudecindo Varela y al capitán Anabalón.
Los jinetes pureninos avanzaron a galope tendido y lanza en ristre o sable en mano, y todos iban casi horizontales sobre el lomo de sus caballos, a toda la velocidad de sus cabalgaduras y con su grito de guerra araucano gnache, el mismo de Colo Colo, tras la orden de Catrileo: ¡Inche kay che! ¡Lape! ¡Lape! ¡Lape! Y, la tropa respondió: ¡ABA BA BANNNNN!l ¡ABA BA BANNNNN!
Los adversarios wenteches o arribanos, junto a los araucanos sureños naturales desde el río Cautín al Toltén, y a los lafkenche desde Tirúa al sur, cuyos soldados eran llamados weichafes, a su vez lanzan su ¡afafafann ya…ta..ya…ya… yaaaaaa! Y estas vinieron nuevamente de sur a norte, por la calle que hoy se conoce como Dr. Garriga. Al alcanzar la actual calle Almagro, el encuentro de los centauros e infantes es a muerte. El choque es horrible, pero el empuje de los defensores fue incontenible y pronto la caballería asaltante se desbandaría, dejando en el campo de batalla muchas bajas, entre heridos y muertos. La mayoría de los lonkos asaltantes habían caído heridos: Coilla, Guerrian, Coñuepán, Hunechulao y Collío. Este último tomó la decisión de huir, pero antes cogieron a sus heridos y en especial a los lonkos caídos. Y los que no alcanzaron a ser retirados reciben el terrible “repase o ajusticiamiento”, al recibir la caricia del corvo en la garganta.
La victoria es total. ¿Qué ocurre en enseguida? ¿Puede explicarnos el desenlace de esta batalla?
Los clarines chilenos lanzaron al aire los sones de victoria y el ¡Viva Chile, m…! resonó por los cielos, cuando ya es pasado el mediodía. El comandante Muñoz dio la orden de formar y pasar lista. Setenta no respondieron al llamado. Se recogió a los heridos, que fueron cerca de doscientos, para trasladarlos al hospital de campaña en el Fuerte. A los muertos se les ubicó en el lugar donde años después se levantaría el Hospital de Purén o Casa de Socorros, y se les cubrió con mantas. Ahí fueron velados con guardia militar de honor durante la noche, y con los rezos y llanto de sus madres o viudas, hijitos y familia. Al día siguiente se cavó una larga fosa de dos metros y medio de profundidad, y dos metros veinte de ancho, con un largo aproximado de 40 ó 50 metros. Y ahí, al atardecer del ocho de diciembre, fueron depositados con honores militares. Y mientras las paladas de tierra cubrían los cuerpos de esos héroes, el clarín lloraba el adiós después del toque de silencio. La bandera de Chile miraba orgullosa a los hijos que la han defendido con honor, izada en la Plaza de Armas y en el Fuerte. No solo chilenos de apellido europeo, sino también chilenos de apellidos nagche araucano, estos últimos son treinta conas. Y el comandante Muñoz, por petición expresa del capitán Toribio Anabalón, que lleva la voz del pueblo, ordenó levantar una gruta en el extremo sur de la fosa mortuoria. Una gruta que fue construida de piedras extraídas desde el antiguo y abandonado convento de Purén. Y, para el interior de esta gruta en un rústico altar de piedra, el capitán Anabalón donó una sacra imagen de la Virgen María con la advocación de la Virgen del Carmen. Desde ese día al terreno se le consideró campo santo o lugar sagrado y fue cercado desde el vértice de calles Valdivia y Lumaco (hoy Dr. Garriga). Era una superficie de 50 por 50 metros. Pues bien, la autoridad política que conoce la historia patria decide perpetuarlo como un Campo Santo. Y gracias a esta razón, en 1932 se levantó la Casa de Socorros u Hospital de Purén y con ello se perpetuó la memoria histórica de este campo santo, que guarda en el descanso eterno a quienes dieron la vida por la Patria. Pasarán los años y ahora los políticos que no honran la historia patria proceden a reubicar el Hospital a su actual ubicación, y con su indiferencia enajenan este campo santo al venderlo “a un particular”. Más vale no nombrar a estos gestores antipureninos. Quien compra recientemente este terreno es una distinguida dama, la señora Elsa Beltrán, la dueña del actual Supermercado San Diego. Ella desea en algo honrar a la historia patria, y al construir la edificación del Supermercado que es de su propiedad, ordena no tocar la Gruta histórica, y ordena su restauración y no perder su perfil histórico. Ella coloca la sacra imagen de la Virgen María que hoy se encuentra muy bien mantenida al interior del Supermercado. La población se declara en un 93 % cristiana y es por ello que, gracias a Dios, aún es comprensible el concepto de Patria: “Al quinto mandamiento con frecuencia se le refiere como al primer mandamiento con una promesa: “Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se alarguen en la tierra que Jehová tu Dios te da” (Éxodo 20:12).
Profesor, ¿dónde están sepultados los araucanos atacantes?
Las bajas araucanas en esta acción del 7 de diciembre de 1868, llamada Bautismo de Sangre de Purén, básicamente aquellos cadáveres que no alcanzaron a ser recogidos por los suyos, fueron sepultados con los honores al soldado caído en batalla, en el histórico Cementerio Jacinto Caniupán, al sur del actual Estadio Municipal Gustavo Kröll.
¡Gracias señor profesor! Pues, hoy son cientos y cientos los correos y llamados que solicitan se continúe con estas entrevistas sobre la Historia local. ¡Señores auditores que esto sea un llamado a reflexionar como hijos de esta tierra llamada Araucanía Norte, Chile!