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Mis queridos lectores en la red: ¡Les deseo un bendecido año del Señor 2025! Sin duda que este mes de enero es caluroso y solemos descansar del duro año laboral, les invito a activar nuestra “computadora craneana” para leer y seguir reflexionando.
Notemos que, como virtud teologal, la fe tiene como objeto a Dios. Nos podemos preguntar ¿Bajo qué aspecto? Como Verdad Primera. Dios es la verdad que perdura y mantiene la vida. También la fe lo ve a Dios como fin último, ya que Dios se ha revelado como Salvador y se dio a conocer en Jesús como el que vino a salvarnos.
Haciendo una distinción clásica, –que no es que me guste mucho–, podemos decir que el objeto material de la fe es Dios en sí mismo. Y el objeto formal es Dios en cuanto se revela. Ahora, cuando Dios se revela se adapta a la psicología humana; se adecúa a nuestra psicología y a las situaciones históricas. Desde este hecho, debemos reconocer que los artículos de fe son múltiples y complejos. Son una aproximación a lo divino. Ninguna fórmula “agarra” a Dios o lo explica perfectamente. Al decir esto, que me perdone algún teólogo que todavía no se enteró.
Lo importante es que el acto de fe nos permite comunicarnos con Dios. Es decir, los enunciados (siempre precarios frente a Dios) son medios para acercarnos a Él. Asimismo, los símbolos de nuestra fe son la manera cómo el ser humano expresa su creencia. Y lo hace con su lenguaje humano. Tomemos el ejemplo del Credo que recitamos en la misa. ¿Cómo es este lenguaje? Ante todo, es eclesial. Cuando decimos “yo creo” estamos ratificando que aquella afirmación nos une a la Iglesia y nos lleva también al origen de la expresión de nuestra fe. A la comprensión que tuvo la Iglesia después de Pentecostés, por la cual pudo entender con mayor profundidad la experiencia de Jesús. Pentecostés ayudó a transformar la fe de los Apóstoles. El lenguaje de la fe, por tanto, nace eclesial, se proclama en la Iglesia, construye a la iglesia como comunidad de creyentes e invita a buscar nuevos creyentes.
Al creer asumimos y aceptamos la revelación de Dios que se dio vinculada a la Iglesia. Santo Tomás de Aquino dice bellamente que los Apóstoles frente al Resucitado “vieron creyendo”.
El lenguaje de la fe es también sacramental, en cuanto se fue constituyendo, en gran medida, a través de los ritos sacramentales. Además, es un lenguaje en diálogo, en cuanto que manifiesta la alianza entre Dios y el hombre, es decir, realiza un misterioso contacto con Dios. Por ejemplo: “Creo en ti, Señor” es la expresión de una experiencia de unión con el Dios que se revela. Pongamos las cosas en orden: Primero está la experiencia de Dios que sale al encuentro de la humanidad. El “Creo en ti” será un segundo momento, como respuesta al movimiento de Dios.
De este modo, el lenguaje del Credo es también doctrinal, puesto que, en él, al afirmar “Creo en…”, manifestamos que aceptamos la novedad cristiana, que me relaciona con la Trinidad Santa. El “Creo en” es el soporte lingüístico que sostiene la estructura del aceptarlo a Dios. Este lenguaje se basa en expresiones que llevan a producir acciones buenas que transforman la realidad y el entorno o al menos así debería ser. Por suerte, el lenguaje de los sacramentos lo es. “Yo te bautizo” transforma la realidad. ¿Tiene otras características el lenguaje de la fe? Sí, pero lo veremos en el próximo artículo.