La Presentación del Señor (F). Blanco.
Gloria. Prefacio propio.
Semana 4ª durante el año – Semana IV del Salterio.
Jornada Mundial de la Vida Consagrada.
Reseña
La fiesta de la Presentación del Señor en el Templo, cuarenta días después de su nacimiento, pone ante nuestros ojos un momento particular de la vida de la Sagrada Familia: según la Ley mosaica, María y José llevan al niño Jesús al Templo de Jerusalén para ofrecerlo al Señor (Cfr. Lc 2, 22). Simeón y Ana, inspirados por Dios, reconocen en aquel Niño al Mesías tan esperado y profetizan sobre él. Estamos ante un misterio, sencillo y a la vez solemne, en el que la santa Iglesia celebra a Cristo, el Consagrado del Padre, primogénito de la nueva humanidad (Benedicto XVI).
Bendición y procesión de los cirios.
PRIMERA FORMA: PROCESIÓN
Ya el Señor llega con poder, e iluminará los ojos de sus servidores. Aleluya.
Queridos hermanos:
Hace cuarenta días, hemos celebrado con alegría la Navidad del Señor. Hoy conmemoramos el día feliz en que Jesús fue presentado en el templo por María y José, cumpliendo públicamente la ley de Moisés, pero, en realidad, yendo al encuentro de su pueblo que lo esperaba con fe. Los santos ancianos Simeón y Ana fueron al templo impulsados por el Espíritu Santo; allí, iluminados por el mismo Espíritu, conocieron al Señor y lo proclamaron con alegría. También nosotros, congregados en la unidad por el Espíritu Santo, vayamos hacia la casa de Dios al encuentro de Cristo. Lo encontraremos y reconoceremos en la fracción del pan, hasta que vuelva revestido de gloria.
Oremos
Dios y Padre nuestro, fuente y origen de toda luz, que en este día has mostrado al justo Simeón la Luz para iluminar a las naciones: te pedimos humildemente que ? bendigas estos cirios. Escucha las súplicas de tu pueblo, que se dispone a llevarlos para alabanza de tu nombre, a fin de que, siguiendo el camino de las virtudes, pueda llegar a la luz que no tiene fin. Por Jesucristo, nuestro Señor.
O bien:
Oremos
Señor y Dios nuestro, luz verdadera que creas y difundes la luz eterna: derrama la claridad de tu luz en el corazón de los fieles, para que cuantos son iluminados en tu santo templo por el resplandor de estos cirios, puedan alcanzar el esplendor de tu gloria. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Y rocía las candelas con agua bendita sin decir nada, y coloca el incienso para la procesión.
Vayamos en paz al encuentro del Señor.
O bien:
Vayamos en paz.
En este caso, todos responden:
En el nombre de Cristo. Amén.
I
II
Embellece tu trono, Sión, y recibe a Cristo Rey: Abraza a María, la puerta del cielo, pues ella conduce al Rey de la gloria revestido de nueva luz.
Permanece Virgen llevando en sus manos al Hijo nacido antes del lucero del alba.
Simeón lo tomó en sus brazos y proclamó ante los pueblos que es el Señor de la vida y de la muerte y Salvador del mundo.
SEGUNDA FORMA: ENTRADA SOLEMNE
Ya el Señor llega con poder (n. 3),
u otro canto adecuado.
Misa
PRIMERA LECTURA Mal 3, 1-4
Lectura de la profecía de Malaquías.
Así habla el Señor Dios: Yo envío a mi mensajero, para que prepare el camino delante de mí. Y en seguida entrará en su Templo el Señor que ustedes buscan; y el Ángel de la Alianza que ustedes desean ya viene, dice el Señor de los ejércitos. ¿Quién podrá soportar el Día de su venida? ¿Quién permanecerá de pie cuando aparezca? Porque Él es como el fuego del fundidor y como la lejía de los lavanderos. Él se sentará para fundir y purificar: purificará a los hijos de Leví y los depurará como al oro y la plata; y ellos serán para el Señor los que presentan la ofrenda conforme a la justicia. La ofrenda de Judá y de Jerusalén será agradable al Señor, como en los tiempos pasados, como en los primeros años. Palabra de Dios.
Comentario: A cuantos se lamentan que Dios no hace justicia ni asiste a los que lo sirven, el profeta Malaquías les asegura que pronto el Señor se hará sentir por medio de su “mensajero” que preparará el camino, purificando a los hijos de Leví como sucede con el oro en el crisol.
SALMO Sal 23, 7-10
R. El Rey de la gloria es el Señor de los ejércitos.
¡Puertas, levanten sus dinteles, levántense, puertas eternas, para que entre el Rey de la gloria! R.
¿Y quién es ese Rey de la gloria? Es el Señor, el fuerte, el poderoso, el Señor poderoso en los combates. R.
¡Puertas, levanten sus dinteles, levántense, puertas eternas, para que entre el Rey de la gloria! R.
¿Y quién es ese Rey de la gloria? El Rey de la gloria es el Señor de los ejércitos. R.
SEGUNDA LECTURA Heb 2, 14-18
Lectura de la carta a los Hebreos.
Hermanos: Ya que los hijos tienen una misma sangre y una misma carne, Jesús también debía participar de esa condición, para reducir a la impotencia, mediante su muerte, a aquél que tenía el dominio de la muerte, es decir, al demonio, y liberar de este modo a todos los que vivían completamente esclavizados por el temor de la muerte. Porque Él no vino para socorrer a los ángeles, sino a los descendientes de Abraham. En consecuencia, debió hacerse semejante en todo a sus hermanos, para llegar a ser un Sumo Sacerdote misericordioso y fiel en el servicio de Dios, a fin de expiar los pecados del pueblo. Y por haber experimentado personalmente la prueba y el sufrimiento, Él puede ayudar a aquellos que están sometidos a la prueba. Palabra de Dios.
Comentario: Jesús asumió nuestra condición humana en todas las dimensiones: sufrimiento, pruebas, alegrías, etcétera, menos en el pecado. Desde esta ley, llamada de la “encarnación”, venció al demonio y, desde ahora, somos salvados por él si solicitamos su ayuda en cualquier clase de prueba.
ALELUIA Lc 2, 32
Aleluia. Luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel. Aleluia.
EVANGELIO Lc 2, 22-40
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas.
Cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación de ellos, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, como está escrito en la Ley: “Todo varón primogénito será consagrado al Señor”. También debían ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o de pichones de paloma, como ordena la Ley del Señor. Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías del Señor. Conducido por el mismo Espíritu, fue al Templo, y cuando los padres de Jesús llevaron al niño para cumplir con él las prescripciones de la Ley, Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo: “Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido, porque mis ojos han visto la salvación que preparaste delante de todos los pueblos: luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel”. Su padre y su madre estaban admirados por lo que oían decir de Él. Simeón, después de bendecirlos, dijo a María, la madre: “Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos”. Había también allí una profetisa llamada Ana, hija de Fanuel, de la familia de Aser, mujer ya entrada en años, que, casada en su juventud, había vivido siete años con su marido. Desde entonces había permanecido viuda, y tenía ochenta y cuatro años. No se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día con ayunos y oraciones. Se presentó en ese mismo momento y se puso a dar gracias a Dios. Y hablaba acerca del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén. Después de cumplir todo lo que ordenaba la Ley del Señor, volvieron a su ciudad de Nazaret, en Galilea. El niño iba creciendo y se fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con Él. Palabra del Señor.
Comentario: En muchas culturas antiguas, el hijo primogénito debía ser “sacrificado” a Dios. Este ofrecimiento estaba prohibido en Israel y, en su reemplazo, se ofrecían animales. En el Calvario, Jesús no es sustituido, sino que él mismo se entrega libremente a Dios a favor de todos.