Por René Rebolledo Salinas, arzobispo de La Serena
En este domingo, la comunidad cristiana celebra el tercero de Adviento, tiempo litúrgico que iniciara el sábado 30 de noviembre con las primeras vísperas del 1 de diciembre y que finalizará, Dios mediante, el martes 24 de diciembre por la tarde, antes de la vigilia de la Natividad del Señor. Este especial tiempo litúrgico son semanas de gran bendición de Dios, días de preparación a la pronta venida del Redentor, el Hijo de Dios, que se hizo uno de nosotros en todo, menos en el pecado (cfr. Hb 4, 15). Decimos con la Iglesia: adventus Redemptoris, viene el Redentor. ¡Nos preparamos para este gran acontecimiento salvífico!
El Tiempo de Adviento tiene como objetivo fundamental en sus primeras semanas, contemplar la segunda venida de nuestro Salvador -que esperamos para el final de los tiempos y la historia- mientras a partir de este martes 17 de diciembre la preparación próxima e inmediata para la gran solemnidad de la Natividad que celebramos en Nochebuena -martes 24- en el día de la Natividad -miércoles 25- y en el Tiempo de Navidad -que va hasta el domingo 12 de enero de 2025 y concluye con la fiesta del Bautismo de nuestro Señor-.
Ester tercer domingo de Adviento es conocido en la Iglesia como Domingo Gaudete o de la alegría, en su forma completa: Gaudete in Domino semper, alégrense siempre en el Señor.
La causa de la alegría es la pronta venida de nuestro Salvador, a quien esperamos con fe en su nacimiento. Por ello, la oración inicial de la Eucaristía de este domingo reza: “Dios y Padre nuestro, que acompañas bondadosamente a tu pueblo en la fiel espera del nacimiento de tu Hijo, concédenos festejar con alegría su venida y alcanzar el gozo que nos da su salvación”. También en la primera lectura (cfr. Sof 3, 14-18) está claro el motivo que sustenta la invitación a la alegría; también en el Salmo responsorial, pasaje en esta ocasión del profeta Isaías 12, 2-6, y la segunda lectura de la Carta a los Filipenses (cfr. Flp 4, 4-7).
Corresponde la proclamación del Evangelio de Lucas 3, 2-3.10-18. Juan el Bautista, precursor inmediato del Señor, presenta un programa para todos. “¿Qué debemos hacer?” (v 10) es la pregunta de la muchedumbre. “El que tenga dos túnicas, dé una al que no tiene; otro tanto el que tenga comida” (v 11), responde el Señor. Los recaudadores de impuesto le presentan igual pregunta: “Maestro, ¿qué debemos hacer?”. Responde el Señor: “No exijan más de lo que está ordenado” (v 13). Finalmente, los soldados le presentan la interrogante: “Y nosotros, ¿Qué debemos hacer?”. Les responde Jesús: “No maltraten ni denuncien a nadie y conténtense con su sueldo” (v 14).
Contamos con un día propicio para preguntar por nuestra parte al Señor: “Maestro ¿qué debemos hacer?”. Es una pregunta que podría provocar serio discernimiento personal, eventualmente también en la familia y deseable en la comunidad. Teniendo presente las respuestas de nuestro Señor a la muchedumbre, a los recaudadores de impuestos y a los soldados, podríamos asumir más decididamente el compromiso del compartir solidariamente con los necesitados, manifestar cercanía a quienes están solos y abandonados, procurando concretar en nuestro medio tales bienes, apreciados y anhelados entre nosotros.