Amor, alegría, paz, magnanimidad, afabilidad, bondad y fidelidad, mansedumbre y temperancia. Estos son los frutos del Espíritu Santo sobre los que reflexiona el Papa Francisco en su catequesis de hoy, 27 de noviembre, durante la última audiencia general antes del tiempo de Adviento. Después de haber reflexionado la semana pasada sobre los dones del Espíritu, hoy en particular el Papa se detuvo en la alegría que, si es verdaderamente evangélica, es contagiosa. Y hay mucha alegría en una Plaza de San Pedro iluminada, abarrotada por más de diez mil fieles, donde, como de costumbre, el jeep blanco con el Obispo de Roma y algunos niños a bordo llega a la explanada acompañado por un numeroso grupo de adolescentes de unos doce años, un centenar, procedentes del Colegio Saint Michel des Batignolles de París, que se preparan para la Confirmación. Se sientan a los pies del altar y dan un dinamismo muy especial al evento. A continuación, el Papa saludó a los lectores e inició la catequesis con unas palabras suyas: «¡Un poco de algarabía hace bien!».
Siempre hay una cooperación entre la acción de Dios y la acción del hombre a tener en cuenta cuando se habla de los frutos del Espíritu. Y el Papa lo dejó claro: “A diferencia de los carismas, que el Espíritu concede a quien quiere y cuando quiere para el bien de la Iglesia, los frutos del Espíritu son el resultado de una colaboración entre gracia y libertad. Estos frutos expresan siempre la creatividad de la persona, en la que «la fe obra por medio de la caridad» (Gal 5,6), a veces de forma sorprendente y llena de alegría. No todos en la Iglesia pueden ser apóstoles, profetas, evangelistas; pero todos indistintamente pueden y deben ser caritativos, pacientes, humildes, constructores de paz y no de guerra, y otras cosas por el estilo”.
Citando Evangelii gaudium, el Papa, al referirse a la alegría, una dimensión en la que profundiza en su catequesis y que le resulta especialmente entrañable. Dice que se refiere a un sentimiento de plenitud y satisfacción que, sin embargo, no puede asemejarse al que hoy se consume pronto por un aburrimiento cada vez más generalizado y por estilos de vida acelerados. La alegría evangélica, recordó el Pontífice, no sólo no está sometida al inevitable desgaste del tiempo, sino que se multiplica al compartirla con los demás. Y, «a diferencia de cualquier otra alegría, puede renovarse cada día y volverse contagiosa». Francisco insistió en este aspecto, añadiendo: “A veces habrá momentos tristes, pero con Jesús hay alegría y paz. […] La juventud, la salud, la fuerza, el bienestar, las amistades, el amor… duran cien años, pero luego ya no, pasan pronto”.
El Papa, de entrada, subraya que es la «inquietud del corazón» la que lleva a buscar la paz, el amor, la alegría. Y cita a San Felipe Neri, que ha pasado a la historia como el santo de la alegría: «Tenía tal amor a Dios que a veces parecía que el corazón le estallaba en el pecho. Su alegría era, en el sentido más pleno, un fruto del Espíritu». Aconsejaba a los jóvenes que no tuvieran escrúpulos ni melancolía. También añadió un rasgo distintivo del santo que lo conformaba plenamente a Jesús: lo perdonaba todo. Y repitió: Dios perdona todo, perdona siempre, y esto es alegría.
El santo participó en el Jubileo de 1575, que enriqueció con la práctica, mantenida posteriormente, de visitar las Siete Iglesias. Fue, en su tiempo, un verdadero evangelizador a través de la alegría. La palabra «Evangelio» significa buena noticia. Por eso no puede comunicarse con caras largas y semblante sombrío, sino con la alegría de quien ha encontrado el tesoro escondido y la perla preciosa.