En este domingo, tanto el evangelio como el libro del Deuteronomio destacan el amor como lo esencial en el conocimiento de Dios. Por eso Jesús nos señala lo que implica ese AMOR. Porque no es únicamente a Dios, sino también al prójimo al que se invita a amar. Como lo estipula san Juan: “El que dice ‘amo a Dios’ y no ama a su hermano, es un mentiroso” (1Jn 4, 20). De este modo, a la pregunta del escriba ¿cuál es el mandamiento más importante?, para cualquier hombre piadoso de la época resultaba complicado cumplir con 613 preceptos que no puede memorizar ni tiene cómo conocer a cabalidad, y más si le sumamos el respeto y cumplimiento a los diez mandamientos; por lo tanto, ¿dónde encontrar el mandamiento más importante que sintetice el amor a Dios y al prójimo?
Jesús responde al escriba siendo muy práctico, porque a la exigencia de amar a Dios, incorpora una condición: “debes amar a tu prójimo como a ti mismo…”. El escriba reconoce que Jesús responde bien, casi como los profetas. Es decir, estos proclamaron siempre que el amor a Dios debía manifestarse en la caridad al prójimo, en la justicia o en la misericordia: ¡para qué sacrificios sin misericordia! Por tanto, si bien el escriba “no está lejos del Reino de Dios”, aún le falta lo más importante: “actos concretos de caridad”.
Como creyentes, sabemos que a Dios lo conocemos en el encuentro con él, pero somos conscientes de que para dicho encuentro la razón no basta. Se necesita algo más: ¡La caridad! Y solo por el camino de la caridad podemos conocer a Dios. Y eso nos obliga, muchas veces, a ser pacientes, humildes e incluso poniendo la otra mejilla para que el amor de Dios sea reconocido. Sin duda que nos exponemos, porque cuando se ama también se sufre y el amor tiene esas dos dimensiones. Es decir, a través del amor al prójimo llegamos a conocer a Dios, que es amor. Por eso, quien dice amar a Dios pero no tiene una mirada de misericordia hacia su prójimo, miente. Porque los actos de amor a Dios y al prójimo no pueden quedar en un mero “cumplimiento” de normas, sino que han de ser un estilo de vida encarnado en él.
“Jesús, al ver que había respondido tan acertadamente, le dijo: ‘Tú no estás lejos del Reino de Dios’” (Mc 12, 34).