Prefacio de la Virgen María II.
Lectura de la carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Éfeso.
Hermanos: Cada uno de nosotros ha recibido su propio don, en la medida que Cristo los ha distribuido. Por eso dice la Escritura: “Cuando subió a lo alto, llevó consigo a los cautivos y repartió dones a los hombres”. Pero si decimos que subió, significa que primero descendió a las regiones inferiores de la tierra. El que descendió es el mismo que subió más allá de los cielos, para colmar todo el universo. Él comunicó a unos el don de ser apóstoles, a otros profetas, a otros predicadores del Evangelio, a otros pastores o maestros. Así organizó a los santos para la obra del ministerio, en orden a la edificación del Cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, al estado de hombre perfecto y a la madurez que corresponde a la plenitud de Cristo. Así dejaremos de ser niños, sacudidos por las olas y arrastrados por el viento de cualquier doctrina, a merced de la malicia de los hombres y de su astucia para enseñar el error. Por el contrario, viviendo en la verdad y en el amor, crezcamos plenamente, unidos a Cristo. Él es la Cabeza, y de Él, todo el Cuerpo recibe unidad y cohesión, gracias a los ligamentos que lo vivifican y a la acción armoniosa de todos los miembros. Así el Cuerpo crece y se edifica en el amor. Palabra de Dios.
Comentario: San Pablo explica el sentido de la “unidad” con la fórmula “El Señor, nuestro Dios, es solamente uno…”, (cf. Deut 6, 4). Así, solo de esta “unidad” brota la pluralidad y esta se organiza en una armonía de crecimiento colectivo o comunitario. En efecto, el Cuerpo de Cristo ha de aspirar a una “unidad” de un solo Señor, de una sola esperanza, de obediencia, de seguimiento y de fe.
R. ¡Vamos con alegría a la Casa del Señor!
¡Qué alegría cuando me dijeron: «Vamos a la Casa del Señor»! Nuestros pies ya están pisando tus umbrales, Jerusalén. R.
Jerusalén, que fuiste construida como ciudad bien compacta y armoniosa. Allí suben las tribus, las tribus del Señor. R.
Según es norma en Israel para celebrar el Nombre del Señor. Porque allí está el trono de la justicia, el trono de la casa de David. R.
Aleluia. «Yo no deseo la muerte del malvado, sino que se convierta y viva», dice el Señor. Aleluia.
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas.
En cierta ocasión se presentaron unas personas que comentaron a Jesús el caso de aquellos galileos, cuya sangre Pilato mezcló con la de las víctimas de sus sacrificios. Él respondió: «¿Creen ustedes que esos galileos sufrieron todo esto porque eran más pecadores que los demás? Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera. ¿O creen que las dieciocho personas que murieron cuando se desplomó la torre de Siloé eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera». Les dijo también esta parábola: «Un hombre tenía una higuera plantada en su viña. Fue a buscar frutos y no los encontró. Dijo entonces al viñador: “Hace tres años que vengo a buscar frutos en esta higuera y no los encuentro. Entonces córtala, ¿para qué malgastar la tierra?” Pero él respondió: “Señor, déjala todavía este año; yo removeré la tierra alrededor de ella y la abonaré. Puede ser que así dé frutos en adelante. Si no, la cortarás”». Palabra del Señor.
Comentario: Ante algunas catástrofes en nuestro país, Jesús nos preguntaría: “¿Creen que estas personas son más culpables? No, porque el Padre no suma nuestras faltas para castigarnos proporcionalmente. Muy por el contrario, son ustedes mismos que se hacen daño cuando permiten actuar el mal en ustedes”.