Las lecturas de hoy tienden a orientar nuestra vida de fe, unidos a Dios y a nuestro prójimo. Y en la perspectiva del matrimonio cristiano, la fe lleva a una realidad más profunda, es decir, la unión con Cristo y la Iglesia. Jesús nos motiva para que esta unión no se termine por cualquier dificultad o discrepancia, ya que la indisolubilidad del matrimonio remonta al proyecto de Dios. Sin embargo, en el contexto de Jesús, lo que está en cuestionamiento no es si el hombre podía divorciarse de su mujer o si el divorcio era válido o no, sino en qué circunstancias y por qué razones podía darse la “separación”.
Y los fariseos se valen de la orden que les dio Moisés al “permitir” que el hombre le dé a la mujer el documento de repudio o divorcio (cf. Deut 24, 1-3). Al tener esta prerrogativa por sobre la mujer, estos legitiman la discriminación y la hacen parte integrante de la voluntad de Dios. Pero Jesús, para fortalecer el designio de Dios y el vínculo, se remite al momento de la Creación y se vale del libro del Génesis 1 y 2: “los lazos de amor
matrimonial forman una unidad más fuerte que los lazos de sangre o parentesco”. Y concluye con aquella sentencia de que no se debe ir en contra de la voluntad de Dios: “Que el hombre no separe lo que Dios ha unido”.
Cuánto falta por comprender que la felicidad no está en hacer lo que cada uno quiere, sino en amar lo que se hace cumpliendo la voluntad de Dios. Por eso, el Señor no niega que el repudio esté admitido en el Antiguo Testamento, pero sí dice por qué Moisés accedió: “la dureza del corazón de los hombres”, expresión recurrente que confirma la actitud del pueblo que no obedece a Dios, ya que su soberbia no cede ante las palabras del Señor y su ejemplo. Con su muerte, Jesús ha redimido al mundo y ha enriquecido la unión del hombre y la mujer, con una gracia especial, la que se les confiere para que vivan un amor indisoluble y fieles, siempre y cuando permanezcan en amistad con Dios y en obediencia a su voluntad.
«De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Que el hombre no separe lo que Dios ha unido» (Mc 10, 8-9).