Por René Rebolledo Salinas, arzobispo de La Serena.
En este segundo domingo de septiembre, Mes de la Palabra, la comunidad cristiana convocada por el Señor para la celebración de la santa Eucaristía, vive el 23° del Tiempo Ordinario. Las lecturas contempladas para
este día: la primera, de Isaías 35, 4-7; el salmo responsorial es el 145, 7-10; la segunda lectura de Santiago 2, 1-7 y el Evangelio de Marcos 7, 31-37, el Señor que sana a un sordomudo. Él hace presente en su persona, Palabra y obras el reino del Padre, sanando enfermos, perdonando pecados, devolviendo la vida, manifestando siempre acogida y compasión, entre otros.
Relata Marcos la curación de un sordo y tartamudo: “Le llevaron un hombre sordo y tartamudo y le suplicaban que impusiera las manos sobre él” (v 32). Mirando al cielo, realizando algunos signos (tocando con sus dedos los oídos y su lengua con saliva), pero sobre todo pronunciando la palabra aramea Effatá que significa “ábrete”, realiza el milagro. Concluye el relato afirmando: “se le abrieron los oídos, se le soltó el impedimento de la lengua y hablaba normalmente” (v 35). Con gran asombro los presentes comentaban: “Todo lo ha hecho bien, hace oír a los sordos y hablar a los mudos” (v 37).
Este Mes de la Palabra tiene entre otras finalidades ayudarnos, personalmente, en familia y comunidad, a profundizar en la centralidad de la Palabra en la vida de la Iglesia, en sus celebraciones y en la evangelización. Pretende que familiarizándonos con la Palabra podamos amar con mayor entrega al Señor presente en ella y seguir sus enseñanzas.
Desde luego, también este domingo, después de haber acogido el don de la Palabra -principalmente en las celebraciones- estamos invitados a confrontar nuestra vida con el anuncio proclamado. Cada cual tiene necesidad de ser sanado por el Señor. Para ello es preciso discernir acerca de qué deba ser recuperado o curado. El Señor espera de nosotros una respuesta en verdad, confianza y libertad.
De igual modo, contemplando nuestro llamado y la misión que Él nos ha encomendado, con respeto, prontitud y gran amor, es nuestro deber acercarnos a la hermana o hermano que precisa ser sanado(a). El mismo Señor que nos ha llamado, nos dará la luz del Espíritu Santo para seguir su voluntad, de tal modo que nosotros y nuestros hermanos(as), podamos ver con claridad el camino y oír la Buena Noticia que Él anuncia en palabras y obras.
Que este Domingo, día del Señor, alimentados por su Palabra, su Cuerpo y Sangre, como del testimonio fraterno de la comunidad que lo celebra, podamos también preguntarnos, si estamos dispuestos a ayudar a
otros hermanos, especialmente a quienes no oyen o no quieren oír, que se dispongan a acoger el Mensaje de salvación, y a los que no pueden o no quieren hablar, recobrar el habla cuando se precise.