Lectura de la profecía de Ezequiel.
La mano del Señor se posó sobre mí, y el Señor me sacó afuera por medio de su espíritu y me puso en el valle, que estaba lleno de huesos. Luego me hizo pasar a través de ellos en todas las direcciones, y vi que los huesos tendidos en el valle eran muy numerosos y estaban resecos. El Señor me dijo: «Hijo de hombre, ¿podrán revivir estos huesos?». Yo respondí: «Tú lo sabes, Señor». Él me dijo: «Profetiza sobre estos huesos, diciéndoles: “Huesos secos, escuchen la palabra del Señor. Así habla el Señor a estos huesos: Yo voy a hacer que un espíritu penetre en ustedes, y vivirán. Pondré nervios en ustedes, haré crecer carne sobre ustedes, los recubriré de piel, les infundiré un espíritu, y vivirán. Así sabrán que Yo soy el Señor”». Yo profeticé como se me había ordenado, y mientras profetizaba, se produjo un temblor, y los huesos se juntaron unos con otros. Al mirar, vi que los huesos se cubrían de nervios, que brotaba la carne y se recubrían de piel, pero no había espíritu en ellos. Entonces el Señor me dijo: «Convoca proféticamente al espíritu, profetiza, hijo de hombre, tú dirás al espíritu: “Así habla el Señor: Ven, espíritu, ven de los cuatro vientos, y sopla sobre estos muertos para que revivan”». Yo profeticé como Él me lo había ordenado, y el espíritu penetró en ellos. Así revivieron y se incorporaron sobre sus pies. Era un ejército inmenso. Luego el Señor me dijo: «Hijo de hombre, estos huesos son toda la casa de Israel. Ellos dicen: “Se han secado nuestros huesos y se ha desvanecido nuestra esperanza. ¡Estamos perdidos!”. Por eso, profetiza diciéndoles: “Así habla el Señor: Yo voy a abrir las tumbas de ustedes, los haré salir de ellas, y los haré volver, Pueblo mío, a la tierra de Israel. Y cuando abra sus tumbas y los haga salir de ellas, ustedes, mi Pueblo, sabrán que Yo soy el Señor. Yo pondré mi espíritu en ustedes, y vivirán; los estableceré de nuevo en su propio suelo, y así sabrán que Yo, el Señor, lo he dicho y lo haré”». Palabra de Dios.
Comentario: La visión del Profeta acerca de los huesos secos representa al pueblo de Israel como muertos desde que fueron desplazados de su tierra y se había completado con la destrucción de Jerusalén y de su Templo. Pero no significaba el final de ese cadáver que era Israel; porque Dios hará florecer allí, de nuevo, la vida de su espíritu que es vida y que únicamente puede transmitir Vida.
R. ¡Den gracias al Señor, porque es bueno!
Que lo digan los redimidos por el Señor, los que Él rescató del poder del enemigo y congregó de todas las regiones: del norte y del sur, del oriente y el occidente. R.
Los que iban errantes por el desierto solitario, sin hallar el camino hacia un lugar habitable. Estaban hambrientos, tenían sed y ya les faltaba el aliento. R.
Pero en la angustia invocaron al Señor, y Él los libró de sus tribulaciones: los llevó por el camino recto, y así llegaron a un lugar habitable. R.
Den gracias al Señor por su misericordia y por sus maravillas en favor de los hombres, porque Él sació a los que sufrían sed y colmó de bienes a los hambrientos. R.
Aleluia. Señor, enséñame tus senderos, guíame por el camino de tu fidelidad. Aleluia.
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo.
Cuando los fariseos se enteraron de que Jesús había hecho callar a los saduceos, se reunieron con Él, y uno de ellos, que era doctor de la Ley, le preguntó para ponerlo aprueba: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley?». Jesús le respondió: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Éste es el más grande y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas». Palabra del Señor.
Comentario: Jesús enseña que toda la Ley divina se resume en el amor a Dios y al prójimo. Y la novedad de su enseñanza radica justamente en complementar y poner juntos estos dos mandamientos –el amor de Dios y el amor por el prójimo– revelando que estos son inseparables. Porque ambos son dos caras de una misma moneda. Por tanto, no se puede amar a Dios sin amar al prójimo y no se puede amar al prójimo sin amar a Dios.