Gloria. Credo. Prefacio propio. Jornada de la Vida Consagrada, Día de la Religiosa. Feriado religioso.
Lectura del libro del Apocalipsis.
Se abrió el Templo de Dios que está en el cielo y quedó a la vista el Arca de la Alianza. Y apareció en el cielo un gran signo: una Mujer revestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas en su cabeza. Estaba embarazada y gritaba de dolor porque iba a dar a luz. Y apareció en el cielo otro signo: un enorme Dragón rojo como el fuego, con siete cabezas y diez cuernos, y en cada cabeza tenía una diadema. Su cola arrastraba una tercera parte de las estrellas del cielo, y las precipitó sobre la tierra. El Dragón se puso delante de la Mujer que iba a dar a luz, para devorar a su hijo en cuanto naciera. La Mujer tuvo un hijo varón que debía regir a todas las naciones con un cetro de hierro. Pero el hijo fue elevado hasta Dios y hasta su trono, y la Mujer huyó al desierto, donde Dios le había preparado un refugio. Y escuché una voz potente que resonó en el cielo: «Ya llegó la salvación, el poder y el Reino de nuestro Dios y la soberanía de su Mesías». Palabra de Dios.
Comentario: El relato, por medio de un lenguaje simbólico, describe una narración que alude a una “mujer” que representa a la Iglesia y que está contraída por los dolores de parto. El “hijo varón” es el Mesías, considerado como cabeza de la Iglesia. Y el “dragón” es la imagen del demonio como origen y conjunto de las fuerzas del mal. El dragón está al acecho para hacerse con el Mesías, pero no podrá con él, puesto que ha sido elevado al cielo, que no es otra cosa que la “muerte y resurrección del señor”.
R. ¡De pie a tu derecha está la Reina, Señor!
Una hija de reyes está de pie a tu derecha: es la reina, adornada con tus joyas y con oro de Ofir. R.
¡Escucha, hija mía, mira y presta atención! Olvida tu pueblo y tu casa paterna, y el rey se prendará de tu hermosura. Él es tu señor: inclínate ante él. R.
Las vírgenes van detrás, sus compañeras la guían, con gozo y alegría entran al palacio real. R.
Lectura de la primera carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto.
Hermanos: Cristo resucitó de entre los muertos, el primero de todos. Porque la muerte vino al mundo por medio de un hombre, y también por medio de un hombre viene la resurrección. En efecto, así como todos mueren en Adán, así también todos revivirán en Cristo, cada uno según el orden que le corresponde: Cristo, el primero de todos; luego, aquéllos que estén unidos a Él en el momento de su Venida. En seguida vendrá el fin, cuando Cristo entregue el Reino a Dios, el Padre, después de haber aniquilado todo Principado, Dominio y Poder. Porque es necesario que Cristo reine hasta que ponga a todos los enemigos debajo de sus pies. El último enemigo que será vencido es la muerte, ya que Dios “todo lo sometió bajo sus pies”. Palabra de Dios.
Comentario: San Pablo debe bregar contra la incredulidad y la influencia de la filosofía griega que no creía en la resurrección, puesto que despreciaba el cuerpo y lo único inmortal era el alma. Sin embargo, esto no es motivo para que el Apóstol insista en la fe de los corintios, afirmándoles que la fe en la resurrección sería pura ilusión si Cristo no hubiera resucitado; sin la resurrección no se habría eliminado el pecado o la muerte; sin la resurrección los muertos hubieran caído en la “perdición” sin la esperanza de resucitar.
Aleluia. María fue llevada al cielo; se alegra el ejército de los ángeles. Aleluia.
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas.
María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas ésta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su vientre, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: «¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi vientre. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor». María dijo entonces: «Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador, porque Él miró con bondad la pequeñez de su servidora. En adelante todas las generaciones me llamarán feliz, porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas: ¡su Nombre es santo! Su misericordia se extiende de generación en generación sobre aquellos que lo temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón. Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías. Socorrió a Israel, su servidor, acordándose de su misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y de su descendencia para siempre». María permaneció con Isabel unos tres meses y luego regresó a su casa. Palabra del Señor.
Comentario: La Asunción de María nos señala que Dios ve como algo de gran valor el cuerpo y el alma que forman a la persona humana. No obstante, si María fue tan extraordinaria, preguntémonos si personas comunes como nosotros podemos ser partícipes de algunos de sus privilegios, como tener una vida bienaventurada. La oración de la liturgia nos dice que sí, se puede aspirar a las realidades divinas a pesar de nuestro pecado; siempre y cuando nuestros actos se asemejen y alcancen la vida virtuosa que ella practicó.