Andrés R. M. MOTTO
Un cordial saludo a mis amigos y amigas, a quienes invito a encontramos en torno a la fe en Jesús. Estamos en agosto, mes donde algunos siguen por televisión las olimpíadas en Francia, donde otros toman vacaciones de medio año y donde otros siguen trabajando duro y parejo.
Reparemos que en el Nuevo Testamento (NT) las fórmulas que expresan la fe luego de la Pascua tienen un fuerte carácter cristológico. El contenido de la fe en el NT es la persona de Jesús, sus enseñanzas, su obra y su reino. Entre estas bellas expresiones encontramos las que señalan concretamente el nombre del Mesías: “Jesús es el Señor” (Rom 10,9; 1 Cor 12,3). “Jesús es el Hijo de Dios” ( Jn 20,31; 1 Jn 4,15). Otras fórmulas, por su parte, más bien relatan la obra de Dios (Cf. 1 Pe 1,21; Hch 2,22-24; 1 Cor 15,3-8).
En las Cartas Pastorales se empieza a insistir en la conservación y mantenimiento del depósito de la fe. Hay una preocupación por atesorar formulas precisas que nos permitan tener claro la identidad de Jesús (Cf. 1 Tim 1,15; 4,9-11).
Estos enunciados de la fe no están hechos sólo para el creyente particular sino para toda la comunidad de creyentes. Para que puedan testimoniar su fe de forma pública y vinculante. Es cierto que estas fórmulas pueden variar a veces como expresión de un esfuerzo de adaptación a los distintos oyentes. Pero conservan un núcleo común: la acción salvífica de Dios en la historia, que alcanza su punto culminante con Jesús.
Notemos que los pasajes acerca de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor se encuentran en las últimas páginas de los Evangelios, pero son, en verdad, los más antiguos. Alrededor de ellos se desarrolló la comunidad cristiana. Paso a paso, el testimonio de los que habían acompañado a Jesús en su tarea misionera enriqueció el conocimiento que se tenía de él con los hechos y palabras que habían visto y oído. Se fue dibujando así un estilo de vida propuesto a todos por los Evangelios; un estilo que, inspirado por el Dios amor, buscaba establecer la justicia, la igualdad y una fraternidad que no conocía fronteras.
El libro de los Hechos de los Apóstoles cuenta que los auditores del sermón de Pedro el día de Pentecostés le formulan una pregunta decisiva: “¿Qué hemos de hacer? Comprendieron bien, que el cristianismo es, ante todo, una propuesta ética. Por eso no hay fe sin obras. La fe opera y se convalida por la caridad.
Queda claro que la fe en el Nuevo Testamento aparece como un acto que compromete a todo el ser de la persona y todos los ámbitos de su acción. Una fe que se vive tanto en la dimensión privada y personal, como en la dimensión pública, política y social. Esto sigue siendo un bello desafío para nosotros cristianos latinoamericanos del siglo XXI. ¡Nos vemos el próximo mes!
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(1) Cf. KASPER, Walter. Introducción a la Fe. Salamanca. Sígueme. 1989. 53-70; 94-99.