Lectura del Cantar de los cantares.
Así habla la esposa: En mi lecho, durante la noche, busqué al amado de mi alma. ¡Lo busqué y no lo encontré! Me levantaré y recorreré la ciudad; por las calles y las plazas, buscaré al amado de mi alma. ¡Lo busqué y no lo encontré! Me encontraron los centinelas que hacen la ronda por la ciudad: «¿Han visto al amado de mi alma?». Apenas los había pasado, encontré al amado de mi alma. Palabra de Dios.
Comentario: El relato alude al amor humano, donde la mujer busca a su amado y solo a él quiere encontrar. Sin embargo, este amor puede estar representado entre el amado o esposo (Dios) y su esposa (Israel); o bien, Cristo y su Iglesia. Así esta unión ha de llegar a un itinerario místico que concluye en el matrimonio espiritual del alma con Dios. Porque el amor que procede de Dios nos lleva a Dios, que es Amor también.
O bien: 2Cor 5, 14-17.
R. ¡Mi alma tiene sed de ti, Señor!
Señor, Tú eres mi Dios, yo te busco ardientemente; mi alma tiene sed de ti; por ti suspira mi carne como tierra sedienta, reseca y sin agua. R.
Sí, yo te contemplé en el Santuario para ver tu poder y tu gloria. Porque tu amor vale más que la vida, mis labios te alabarán. R.
Así te bendeciré mientras viva y alzaré mis manos en tu Nombre. Mi alma quedará saciada como con un manjar delicioso, y mi boca te alabará con júbilo en los labios. R.
Veo que has sido mi ayuda y soy feliz a la sombra de tus alas. Mi alma está unida a ti, tu mano me sostiene. R.
Aleluia. Dinos, María Magdalena: ¿qué viste en el camino? He visto el sepulcro del Cristo viviente y la gloria del Señor resucitado. Aleluia.
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan.
El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada. Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto». Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro. María se había quedado afuera, llorando junto al sepulcro. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio a dos ángeles vestidos de blanco, sentados uno a la cabecera y otro a los pies del lugar donde había sido puesto el cuerpo de Jesús. Ellos le dijeron: «Mujer, ¿por qué lloras?». María respondió: «Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto». Al decir esto se dio vuelta y vio a Jesús, que estaba allí, pero no lo reconoció. Jesús le preguntó: «Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?». Ella, pensando que era el cuidador del huerto, le respondió: «Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo iré a buscarlo». Jesús le dijo: «¡María!». Ella lo reconoció y le dijo en hebreo: «¡Raboní!», es decir «¡Maestro!». Jesús le dijo: «No me retengas, porque todavía no he subido al Padre. Ve a decir a mis hermanos: “Subo a mi Padre y Padre de ustedes; a mi Dios y Dios de ustedes”». María Magdalena fue a anunciar a los discípulos que había visto al Señor y que Él le había dicho esas palabras. Palabra del Señor.
Comentario: La resurrección, sin duda, fue un acontecimiento inesperado para María Magdalena, las mujeres y los discípulos de Jesús. Porque sin la resurrección del Señor todo sería cuesta arriba y vana sería nuestra fe, como señala san Pablo (cf. 1Cor 15, 14). Nada tendría sentido, ya que sería como un acontecimiento dramático y un final sin esperanza. Sabemos que no es fácil creer en la resurrección, aunque nos parezca una paradoja. Pero solo esa experiencia con el Resucitado nos puede llevar a una transformación interior.